Para nadie es un secreto que el Valle de Juárez, desde lo que antes fue parte del ejido El Sauzal y ahora es Riberas del Bravo, hasta el Porvenir, es tierra de nadie, donde manda el crimen organizado, mientras las autoridades responsables de la seguridad pública están ausentes, autistas y sumisas.
La carretera federal 2, que comunica a 11 ejidos con los municipios de Juárez, Guadalupe y Práxedis, es transitada impunemente por las células criminales de los bandidos que, armados y en vehículos robados, patrullan su territorio y pasan sin problema los retenes que el Ejército Mexicano ha instalado, pero que no inhiben su actividad criminal.
Como si esta irregularidad fuera poca cosa, los criminales han tomado también como base de sus operaciones delictivas el libramiento Samalayuca-Tornillo, recién construido por el Gobierno del Estado para desahogar el tráfico pesado, que con cargas comerciales tiene como destino el mercado de los Estados Unidos.
Aunque parezca inaudito, la nueva carretera de 32 kilómetros de longitud, que comenzó a ser transitada en mayo pasado, aunque no ha sido inaugurada oficialmente, ya tiene dueños, y no son precisamente el Gobierno y mucho menos la ciudadanía.
La más clara evidencia de que ese camino ya es controlado por el crimen organizado, son los tres ataques armados que se han registrado en menos de un mes, con saldo de dos muertos, tres heridos y un enfrentamiento de sicarios con soldados, donde no hubo detenidos.
Aquí es donde surge la pregunta incómoda de Mirone: ¿por qué no hay patrullaje de la Guardia Nacional ni de la Policía Estatal, que son las responsables de esa jurisdicción que forma parte de la zona rural?
Nadie hasta ahora la ha respondido, por la misma razón que no pueden explicar el estado de abandono e indefensión en que tienen a 10 mil habitantes del Valle de Juárez, que todos los días viven experiencias peligrosas, con extorsiones, levantones y asesinatos.
Cierto es que la ubicación geográfica del Valle de Juárez, en el margen del río Bravo y en frontera con los Estados Unidos, la ha hecho atractiva para los grupos criminales que se dedican al contrabando de personas y al tráfico de drogas; pero no menos cierto es que esas ilícitas actividades no son nuevas en la región.
El Valle de Juárez fue, de los años cincuenta a los setenta, el segundo mejor productor de algodón de alta calidad del mundo, después de Egipto.
El microclima del Valle favorecía la producción de algodón de la variedad Alcalá, que, por la resistencia de su fibra larga, era muy apreciado en la industria textil de los Estados Unidos, por lo que el oro blanco llegó a cotizar hasta en la bolsa de valores de Nueva York.
Con la floreciente economía del Valle gracias a la fibra blanca, surgieron también ambiciosas familias algodoneras en los municipios de Guadalupe y Práxedis, que combinaron la bonanza de la producción agrícola, con actividades ilícitas que resultaron negocios muy rentables, como el narcotráfico y el cruce de migrantes a suelo norteamericano.
La historia cuenta de dos familias hegemónicas, emparentadas entre sí, pero rivales en los negocios ilícitos, que se fueron aniquilando paulatinamente por el control de sus territorios, que abarcaban desde el poblado de Porfirio Parra, mejor conocido como Caseta por el cruce internacional que existe en ese sitio, hasta colonia Esperanza, en el municipio de Práxedis.
No eran tiempos de carteles ni cartelitos, eran tiempos de familias de narcos, donde destacaban los apellidos Vega y Carreón, que mandaban en todo el territorio rural, que se exterminaban entre sí, pero no se metían con la población civil, porque eran nativos de la región.
Todo eso cambió radicalmente en el 2007, cuando comenzó la guerra del Cartel de Juárez con el de Sinaloa, y los bandidos de este último grupo tomaron como base de operaciones el Valle de Juárez, donde siguen instalados hasta ahora, aunque en lucha permanente contra dos grupos rivales.
De acuerdo con el último reporte de inteligencia de las corporaciones policiacas y militares en la Mesa de Seguridad, se sabe que actualmente son tres grupos los que se disputan el Valle.
El llamado Fuerzas Especiales Mexicles, antes socios y aliados de Los Aztecas, controla el territorio desde Riberas del Bravo hasta San Isidro, Distrito Bravos.
La Línea, el brazo armado del original Cartel de Juárez, tiene su dominio desde San Agustín hasta Guadalupe Distrito Bravos, la cabecera del municipio del mismo nombre.
Finalmente, el tercer grupo de Los Chapos del Cartel de Sinaloa, está asentado en el Municipio de Práxedis hasta el Faro, la comarca más desolada y con el mayor éxodo de habitantes a consecuencia de la violencia.
Algo que destaca y llama la atención es que ahora no se escuchan nombres de los cabecillas de esos tres grupos criminales, a diferencia de antes cuando los Salgueiro y Gabino Salas dominaban esa región y se ocupaban de que todo mundo supiera quienes eran los jefes.
La nefasta actividad de estos grupos se ha extendido como plaga mortal a lo largo de más de 150 kilómetros en todos los ejidos, rancherías y hasta en las comunidades más alejadas e inhóspitas, como Cajoncitos o Bosque Bonito, que de bosque no tiene nada y de bonito, menos.
Pero si antes ya operaban sin problemas, y controlaban el tránsito de cualquier vehículo extraño por la carretera Juárez-Porvenir, patrullando además rutas en los caminos vecinales que desde San Isidro, Guadalupe y El Porvenir se comunican con la carretera Panamericana, ahora que les construyeron el libramiento Samalayuca-Tornillo están de plácemes y comienzan a disputarse el control de esa vía.
Son Los Chapos y La Línea los que están en guerra por ese libramiento, al extremo de desafiar y enfrentar al Ejército Mexicano, para mandar un mensaje de poder a las corporaciones policiacas que, hasta ahora no se han parado en ese desolado camino, ni se pararán, como dijo Don Teofilito.
Lo más grave del asunto es que, los malandros no solamente se disputan esa vía para trasladarse a la carretera Panamericana y transportar sus ilegales mercancías, sino por el jugoso negocio de la extorsión y robo que representan los camiones de carga comercial e industrial, que transitarán por ahí.
Eso es lo más grave, porque estarán atentando contra la exportación de productos terminados de la industria maquiladora, además de las cargas comerciales y agropecuarias que deben pasar por el puente de Tornillo, Texas.
No es nada nuevo que los criminales locales estén diversificando sus actividades a la piratería de camiones de carga, del comercio exterior, pues están imitando lo que con total impunidad ocurre en otras carreteras del país, donde en el primer bimestre de este año se registraron 2 mil 209 robos a transportistas, de acuerdo con informes del Secretariado Ejecutivo del Sistema Nacional de Seguridad Pública (Sesnsp).
Si hasta ahora las carreteras más peligrosas del país, por la incidencia de ataques del crimen organizado al transporte de carga, se concentra en los Estados de México, Puebla, Guanajuato, Jalisco, San Luis Potosí, Michoacán, Querétaro, Hidalgo, Veracruz, Tlaxcala y Tamaulipas, nadie quiere que a esas entidades se sumen las de Chihuahua, y menos cuando se trata de una conexión con la Unión Americana.
Por todo ello, nada justifica que el codiciado libramiento carezca de vigilancia policiaca, aunque oficialmente no haya sido inaugurado, pero está siendo transitado, y eso obliga por ley a la Guardia Nacional y a la Policía Estatal a asignarle seguridad.
Si por las vísperas se sacan los días, podemos deducir que, cuando finalmente decidan mandar patrullaje a los 32 kilómetros del libramiento, encontrarán fuerte resistencia de los malandros que no tardan en instalar retenes de peaje, como lo hacen en todas las carreteras de la Sierra de Chihuahua. Al tiempo.