De nuevo entre los gabinetólogos corre la especie de que el gobernador César Duarte Jáquez sería integrado al equipo del presidente Enrique Peña Nieto. Incluso le ponen fechas tentativas: junio–julio.
Los estudiosos de la Administración estatal –desde dentro, no de fuera– consideran que en ese contexto de eventual retiro es que se han desarrollado acciones específicas en Palacio. Ojo, lo mismo se ha dicho antes.
Lo cierto es que Duarte sigue concentrando gran parte de sus actividades fuera del estado de Chihuahua. Cabildea directamente con funcionarios de primero y segundo niveles de la Presidencia de la República y sigue acordando directo con los líderes parlamentarios de su partido en el Congreso de la Unión, Emilio Gamboa y Manlio Fabio Beltrones.
Tras aquella estruendosa votación de 43 senadores en contra promovida por el legislador panista Javier Corral –por la denuncia de corrupción–, el gobernador se movió rápido y consiguió que Emilio le pagara el silencio de los priistas en dicha votación con unos minutos de tribuna –días después– para enfrentar de manera personal, cara a cara, a Corral.
No juzgará Mirone si Corral tuvo o tiene la razón en sus denuncias, pero políticamente Duarte sofocó la campaña del panista que amenazaba con una gran escalada irrefrenable hasta al juicio político y la posible destitución. De ese pelo se analizaron las cosas en ese momento, incluido el susto de aquella carta que entregó “en mano” Corral a Peña Nieto contra el gobernador chihuahuense. Iluso, creyó que podía provocar pelea entre los miembros de la misma familia.
A sabiendas de que el trinomio Corral–Francisco Barrio–Jaime García Chávez no le quitarían los colmillos de la yugular, Duarte intensificó relaciones con el presidente de la Cámara de Diputados, Silvano Aureoles, y con el presidente de la Cámara de Senadores, Miguel Gerónimo Barbosa, ambos del Partido de la Revolución Democrática (PRD).
Ha sabido Mirone que, inclusive, Barbosa se trasladó una tarde de la ciudad de México a Chihuahua capital, exclusivamente para cenar con Duarte. La comilona se convirtió en larga velada casi hasta el amanecer. Música, anécdotas, exquisito vino… compromisos.
Paralelamente, el duartismo pasó a la ofensiva contra Corral y compañía mediante una campaña negra que si bien estuvo –y sigue– carente de ingenio, documentación y contundencia (El Negro Belmonte no da para la materia gris –aahh, nos dicen que su oficina la tiene montada en Juárez repartiendo algo de efectivo entre medios de comunicación muy modestos), sí dejó el mensaje de que Palacio recurrirá a cualquier acción para exhibir a críticos y opositores cuando afectan seriamente determinados intereses o afectos.
Quién no recuerda aquel episodio cuando el dirigente estatal del PAN, Mario Vázquez, quiso cuestionar la intervención de la primera dama del estado, Berthita Duarte, en aquella campaña tricolor por la alcaldía de Balleza.
El líder blanquiazul traía la cola muy larga para darse ese lujo: por todos lados aparecieron comprometedoras imágenes de su vida personal, muy alejadas de la otrora reputación panista en la publicitada buena conducta de sus dirigentes y militantes.
Total, que en ese y otros muchos momentos, Duarte no ha dejado rendija por la cual puedan ser debilitados sus proyectos presentes y futuros, independientemente de la moralidad de sus procedimientos tanto para defenderse, para atacar o para seguir subiendo escalones en su carrera política.
No sabemos si la intención de ocupar un espacio relevante en la Presidencia de la República sea auspiciada por él mismo o haya recibido un guiño de ojo o visto bueno por parte de Enrique Peña Nieto, lo que es incuestionable es que su actuación la realiza en función de seguir vigente más allá de las frontera estatales. Tiene derecho de picaporte hasta en la embajada estadounidense.
La deuda pública estatal fue un tema que impactó de lleno a la imagen del gobernador de Chihuahua, al grado de convertirlo en costal de práctica de box tanto para los perredistas, los panistas y hasta los mismos priistas. Duarte le aventó de inmediato la pelota a su antecesor del mismo partido, Reyes Baeza. Pelearon varios rounds sin ganancia para ninguno.
En los últimos días hemos sabido que el gobernador no se quedó cruzado de brazos y apuró a su experto en la materia y multirrelacionado en el mundo financiero de la ciudad de México, Jaime Herrera, para salir al paso de esa amenaza llamada deuda. Humberto Moreira se venía quedando chico para lo que se decía de Chihuahua. Las redes sociales ardían de crítica. Apenas había terminado lo de Juan Gabriel y se siguieron de frente con la deuda.
Consiguieron el gobernador y su secretario de Hacienda que las principales evaluadoras de deuda pública le dieran al Estado las más altas calificaciones crediticias. Serán 19 mil millones, o 30 mil o hasta 40 mil millones de pesos de deuda. Los que sean, esa discusión ya quedó en el pasado, al menos para efectos mediáticos.
Suponemos que al despejar esa amenaza, los duartistas la cuentan como factor que deja de ser obstáculo en el fortalecimiento del proyecto político hacia el DF.
En el terreno nacional también se han acomodado las cosas.
Deplorable para México y su población, pero como por arte de magia, con diciembre llegó el olvido de los estudiantes asesinados en Iguala y los 43 desaparecidos de la normal de Ayotzinapa. En Navidad concluyeron los movimientos estudiantiles nacionales que tenían colocado contra la pared al Gobierno federal. En enero ni rastros. El procurador general de la República (PGR), Jesús Murillo Karam, se dio el lujo de decretar como cerrado el caso.
Igual ocurrió con la corrupción en torno a la famosa “casa blanca”, otros bienes de distintos funcionarios federales y hasta el trunco proyecto del tren Querétaro–México. Todo quedó debidamente apagado y sepultado como el famoso Monexgate. Así parece que seguirá: la izquierda domesticada, el PAN asociado y la sociedad preocupada exclusivamente por su individualidad. Las actuales chispas son las últimas de un fuego en extinción, con todo y recomendaciones de la ONU.
Todos esos astros forman parte de la alineación que favorece a Duarte, dicen sus allegados. Hay altos funcionarios y asesores federales que, sin embargo, siguen colocando en duda esa fuerza que Palacio dice tener en el centro. Afirman que no hay tal y hasta anuncian con certeza de frotadores de bolas de cristal: “¡ya lo verán en los siguientes meses!” Lo han repetido también en otros momentos del sexenio y nada ha pasado. Duarte se regodea.
Falta por conocer el resultado de la elección. Los gabinetólogos consideran que sería el último tirón para mantener la certeza de que su jefe sería llevado al centro del país. Son nueve distritos en disputa: tres perdidos para el PRI sería un resultado que no perjudicaría al gobernador, pero tampoco lo favorecería; y de cuatro perdidos hacia delante sería el adiós a Chilangolandia.
Duarte Jáquez está obligado a que los candidatos del PRI ganen, no únicamente por tratarse de su partido, sino porque la dirigencia nacional tricolor le ha permitido decidir él mismo las nominaciones. Han sido designadas ya seis candidaturas. En breve resolverá las tres faltantes.
El análisis de los gabinetólogos queda por supuesto a consideración de los lectores mironianos. Quizá resten elementos por desmenuzar, quizá los analizados no lo hayan sido de manera suficiente –el espacio es corto– o de plano no sea todavía el tiempo para arribar a conclusiones, ni hacia dentro de Palacio, ni hacia fuera.
Y si estamos de acuerdo en que “el veremos” es el adecuado para el momento, en lo que no hay duda es justamente en que el gobernador busca la puerta de enfrente para salir de Chihuahua hacia espacios mayores de poder. La puerta de atrás no es alternativa. Significaría el regreso a Balleza; muy bonitos y oxigenantes los prados y pinos de aquella bonita región, pero sin un solo gramo de adrenalina política.
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Los últimos movimientos concretados por Duarte Jáquez en su equipo de gobierno son ubicados dentro del mismo contexto de ir cerrando adecuadamente la Administración, por si hay salida de Palacio mañana… o pasado mañana.
El mensaje de cambios anteriores en el Gabinete corrió en el sentido de que el gobernador encaminaba la segunda parte de su sexenio a operarlo con los mentados “duartistas de sangre”, pero la última tanda del antepasado fin de semana dejó fuera de combate a algunos de ellos.
El gobernador ha venido disminuyendo a varios de esos duartistas en el mejor de los casos; en el peor, de plano los ha enviado a la banca con la promesa de regresarlos a iguales o mejores posiciones. Eso publicitan los afectados.
Quienes conocen ese círculo hermético en Palacio opinan que los distintos grupos de poder en Palacio avanzan, se estancan o retroceden en la medida en que son eficaces al hablar al oído del gobernador.
Duarte, dicen, es un político de reacciones mediáticas impresionante. Así como lee una noticia o una opinión, así como sabe de un hecho en su Administración que le agrade o desagrade, así prácticamente toma decisiones. Y obviamente las toma con gran frecuencia según el poder disuasivo de quien esté más cerca de él en ese momento murmurándole al oído.
En ese duelo de fuerzas, ha quedado expuesto –según los conocedores– el avance de la masonería, una corriente política anticatólica que mantiene el control del PRI desde su origen, con abierta presencia en la Presidencia de la República desde Benito Juárez.
La historia reciente de la masonería en Chihuahua no habla bien de la conducta de sus directivos. En aras del poder político y económico, algunos de ellos han recurrido a todo tipo de actos, aun inmorales, aun de posibles homicidios.
Los rigurosos códigos de secrecía en esa organización fueron rotos a principios de los noventa por la sonorosa pelea entre distintas logias cuyos líderes disputaron en público propiedades, se acusaron de gigantesca corrupción y hasta de violación de mujeres. Los asuntos quedaron consignados en expedientes judiciales, para rubor del gran maestro masón en aquel tiempo, procurador de Justicia, José Miller Hermosillo.
En los ochenta, y principios también de los noventa, manejaron con mano férrea a los órganos electorales a nivel estatal y nivel nacional, lo que les permitía sostener el poder público mediante escandalosos fraudes electorales que fueron señalados inclusive por la Comisión Interamericana de Derechos Humanos. Debe creerse que continúan en posiciones importantes de esos organismos.
En el 2005 la masonería fue cimbrada con el asesinato de una de sus líderes en la ciudad de Chihuahua, la maestra Sonia Madrid, perteneciente a una de las corrientes “filosóficas” comprometidas con la rectitud, la decencia y la moralidad, en el sentido de sus principios ideológicos. También ahí hay bandos de los buenos y de los malos.
Ella descubrió gigantescos cráteres de corrupción en el manejo de multimillonarios recursos dentro de su sección sindical, la 42, controlada desde hace décadas por la masonería. El bando investigado fue el de quien entonces manejaba a esa organización del SNTE (hoy convertido en partido político con el Panal), Miguel Ramírez. Fueron detenidos los asesinos materiales, los intelectuales nunca.
No es el espacio ni el momento para entrar en detalles de esa relatoría general masónica pendiente que bien vale la pena sea del conocimiento público, toda vez el impacto que sus acciones tienen dentro de la sociedad. Ya será en otro tiempo. El adecuado, con Ciudad Juárez incluido.
Sí dibuja, sin embargo, por dónde puede conducirse Palacio hacia estos últimos meses del sexenio con masones encumbrados en Trabajo y Previsión Social, la Secretaría General de Gobierno, Educación y Cultura, indudablemente la Coordinación Jurídica, importantes sectores de la Fiscalía General, la Tarahumara y otras muchas dependencias. La presencia de la “hermandad” en Palacio es del mismo tamaño o mayor que en 1985, cuando don Saúl González Herrera, gran masón, encabezó la caída del entonces gobernador de su mismo partido, Oscar Ornelas Küchle.
Algunos operadores natos del “duartismo de sangre” han recibido importantes espacios de poder, pero como reciprocidad individual por los servicios prestados al proyecto del gobernador, no ya en el sentido de la influencia requerida para la cosa pública rumbo a la próxima elección federal de junio ni, al menos por ahora, hacia el 2016. Así está hoy el mapa.