¿Acaso la recaptura del narcotraficante Rafael Caro Quintero resuelve la crisis de violencia y muerte que padece México, por la impunidad con que actúan los grupos del crimen organizado en todo el país?
Claro que no. Con la aprehensión del capo de capos solamente descabezan el cartel de Caborca, que lideraba Caro Quintero, en su disputa del territorio de Sonora con Los Salazar, el grupo armado del cartel de Sinaloa, que lo sustituirá con otro narcotraficante para seguirse matando.
La aprehensión del capo de capos convenía y convencía al Gobierno de los Estados Unidos por un agravio de hace 37 años, cuando Caro Quintero secuestró, torturó y mató al agente federal de la DEA, Enrique “Kiki” Camarena, en venganza por haber descubierto y provocar el desmantelamiento del rancho marihuanero El Búfalo, el más grande en la historia del país, localizado en el municipio de Jiménez, Chihuahua.
La noticia de su captura le dio la vuelta al mundo y se revivieron toda clase de historias y anécdotas del legendario delincuente sinaloense, que desde el 2013, cuando abandonó el penal de Puente Grande, Jalisco, andaba a salto de mata entre Sonora y Sinaloa, por la orden de reaprehensión girada por un juez federal y la solicitud de extradición del Gobierno de los Estados Unidos, donde el FBI ofrecía 20 millones de dólares por su detención.
Aunque no se disparó un solo tiro durante su aprehensión, esta no estuvo exenta de la fatalidad, pues un helicóptero Black Hawk de la Armada, se desplomó cerca de Los Mochis y causó la muerte de 14 infantes de Marina, que habían apoyado la localización y captura de Rafael Caro.
Este lamentable hecho despertó la especulación: ¿fue un accidente por fallas de la aeronave o un atentado de los narcos en represalia porque atraparon al capo de capos?
La Secretaría de Marina descartó la hipótesis de un ataque al helicóptero, pero ordenó una investigación para determinar las causas del desplome.
Sea lo que haya sido, 14 muertes es un alto costo por la captura del fugitivo, tomando en cuenta que todos esos marinos participaron en el operativo de apoyo.
Sin embargo, para el Gobierno mexicano este sacrificio valió la pena, porque al parecer se trataba de un compromiso al más alto nivel con el Gobierno de los Estados Unidos.
Así lo dejo ver el hecho de que la inesperada aprehensión se dio tres días después de la reunión del presidente Andrés Manuel López Obrador con su homólogo Joe Biden, en la Casa Blanca.
Eso se robustece también con la participación de agentes de la DEA en la cacería del capo, según lo confirmó Anne Milgram, administradora de la poderosa agencia federal, y con la afirmación del fiscal general de los Estados Unidos, Merrick Garland, en el sentido de que buscarán la extradición inmediata.
Este golpe a uno de los íconos más negros del crimen organizado mexicano, que incluso fue inmortalizado con la serie Narcos en Netflix, sube sin duda los decaídos bonos del presidente mexicano ante la opinión pública, para desmentir que en el suelo azteca hay protección para los capos del narcotráfico.
Además, genera un distractor importante para tratar de sofocar el ruido que generaron los homicidios de los dos sacerdotes jesuitas y el guía de turistas en Urique, que hicieron que la Iglesia católica rompiera el silencio y levantara la voz, contra la errada estrategia de seguridad del Gobierno de la República.
Y, efectivamente, la noticia de la caída del fundador del Cartel de Guadalajara acaparó la atención de todos los medios de comunicación del país y saturó las redes sociales, donde se mantiene como tendencia.
Los fieles seguidores de la 4T glorifican esta captura como si hubiera sido una odisea. Los detractores la ven como otra cortina de humo del extenso catálogo de distractores que utiliza el Presidente de México.
Lo cierto es, que de todos los narcos que tienen ensangrentado al país, Rafael Caro Quintero era el que menos sonaba porque no le convenía hacer ruido y hacerse visible, pero era el que más interesaba a las agencias federales estadounidenses, para vengar a Enrique Camarena.
Caro aparecía en la lista de los más buscados, al lado de Ismael “El Mayo” Zambada, el intocable jefe del cartel de Sinaloa, de Nemesio “El Mencho” Oseguera, líder del sanguinario cartel Jalisco Nueva Generación, y de Jesús Alfredo Guzmán Salazar, uno de los “Chapitos”, pero no era el más importante ni el más pesado de todos.
Sin embargo, sí era el único que importaba para calmar la sed de venganza de la DEA y lo atraparon en caliente, porque se trataba de un pedido de “entrega inmediata” que había que cumplir al costo que fuera.
Ahora Caro ya está tras las rejas en el penal de Almoloya y en poco tiempo ocupará una celda de la prisión de máxima seguridad en Brooklyn, donde se encuentra su enemigo El Chapo Guzmán, pero eso no resuelve de ninguna manera la crisis que ha convertido a México en un país de víctimas, como lo describieron crudamente, pero con toda razón, los jesuitas mexicanos.
Cuando pase la efervescencia y se despeje la cortina de humo, volveremos a la realidad de un país donde los bandidos son los que mandan y donde hasta los pueblos mágicos, se han convertido en pueblos trágicos.
Esa es nuestra realidad, por más confeti que gasten en Palacio Nacional para presumir el encarcelamiento del mayor productor de marihuana que ha existido en el país.
La captura tuvo un efecto mediático impactante a nivel internacional, pero no es importante en el mapa del crimen organizado en México, porque Caro Quintero no era tan poderoso como cuando dirigía el cartel de Guadalajara y formaba parte de la Federación de capos, donde estaban Ernesto “Don Neto” Fonseca, Pablo Acosta, Miguel Ángel Félix Gallardo, Amado Carrillo, y Juan José “El Azul “ Esparragoza, entre otros.
Por lo mismo, nadie cree que con su captura y extradición se vaya a resolver, o cuando menos aminorar, el grave problema nacional de la inseguridad, por el simple hecho de que se trató de un compromiso signado al más alto nivel y para el que no había excusas. Había que hacerlo y se hizo en caliente.
Nadie piensa tampoco que la estridente captura vaya a callar las voces de millones de mexicanos que exigen justicia y paz social, comenzando por los chihuahuenses que ven transcurrir los días sin que se detenga a El Chueco, a casi un mes de la matanza en el templo de Cerocahui.
Si no fuera por el hecho de que los días de libertad de Caro Quintero se definieron en las conversaciones privadas de los presidentes de México y los Estados Unidos, sería ilógico pensar que fue más fácil atrapar al colmilludo y experimentado narcotraficante, oriundo de Badirahuato, que al vicioso sicario de Urique, José Noriel “El Chueco” Portillo.
Si el mensaje no expresado por el Gobierno de la República, es en el sentido de que lo más grandes caen con facilidad y sin gastar una sola bala, ¿qué esperan entonces para ir por el sanguinario Mencho, por El Mayo, por los Chapitos y de pasada por El Chueco?
Si en este caso el Estado mexicano demostró que la Marina cuenta con inteligencia y fuerza para atrapar a los peces gordos en mares turbulentos, ¿por qué no se aplica la misma fórmula para todos los generadores de violencia y muerte que andan sueltos en todo el territorio nacional?
Muchos dirán que el Gobierno prefiere dosificar sus golpes espectaculares, para no agitar el panal, por los compromisos de plata y plomo que existen entre los bandidos y el poder público, pero el avispero está suelto desde hace varios años y nadie lo quiere fumigar. Esa es la ingrata verdad.
Si esa fórmula de la “entrega inmediata” funcionó y toda la fuerza del Estado se puso en marcha para atrapar al narco vintage, debería repetirse para atrapar al resto de los capos que gozan de total impunidad y se siguen burlando del estado de derecho.
¿O habrá que esperar a que el presidente nuevamente tenga ganas de salir del país y que lo inviten de los Estados Unidos, para que le pidan las cabezas de los narcos más buscados y les desate las manos a las fuerzas militares y de la Marina Armada de México, para que los atrapen?
Lo ocurrido deja muy claro que con el encarcelamiento de Caro Quintero los Estados Unidos se sacan una espina que traían clavada desde hace 37 años, pero se quedan todas las espinas que los criminales de la droga han clavado en cientos de miles de familias mexicanas a las que han enlutado.