El duelo no es a muerte, pero parece. Cada día son más claras las actitudes y definiciones de los grupos priistas que buscan hacerse del control político del estado. Varias corrientes tricolores muy fuertes desean ocupar el despacho del gobernador César Duarte. El ballezano no lo quiere soltar, lo busca para uno de los suyos.
El martes reventó la avispera cuando, con mayor énfasis y certeza, El Universal casi colocó al mandatario estatal en la Presidencia del PRI nacional, o al menos como integrante del Gabinete del presidente Enrique Peña Nieto.
Días antes anduvo por Juárez el exalcalde de Chihuahua capital, Marco Quezada, un aspirante a la Gubernatura contra el que todavía muchos titubean en meterle apuesta hacia el 2016 más allá del mero beneficio de la duda.
Quezada está decantado por el baecismo. Él y su grupo navegan contra la poderosa corriente de Palacio que los mantiene a raya, no solamente detrás de la línea de los posibles, sino por completo vetados para el 2016.
La que pudo haber sido la última oportunidad de acercamiento entre ambos grupos a través del patriarca del baecismo, el exgobernador Fernando Baeza, quedó anulada cuando Duarte y dos de sus funcionarios, el secretario general Mario Trevizo y el titular de Economía Manuel Russek (por cierto este con fuertes ligas con el baecismo al tener ahí sus orígenes), dejaron los platos servidos en aquella comida convocada en su rancho por el hoy embajador en Costa Rica.
De ningún agrado debió –ni debe– ser para Duarte el estribillo de guerra entonado hacia los cuatro puntos cardinales por Quezada Martínez: “piso parejo” para los contendientes por la candidatura a gobernador, y “el PRI no tiene dueño”. Palacio se siente aludido.
El exacalde tiene claro que en cualquier momento pueda ser objeto de alguna “amonestación” mayor, como el encarcelamiento por la tragedia del Aeroshow ocurrida días antes de concluir su Administración o la negativa al último año de su cuenta pública. Teme eso y más. Su grupo también.
Marco Adán se mueve porque el gobernador se mueve. Duarte empuja con insistencia su propio proyecto político de carácter nacional y al mismo tiempo sigue cargando en los hombros, con entereza, particularmente al alcalde de Juárez Enrique Serrano Escobar.
Personalmente o por medio de mensajes, pidió en su momento a Quezada disminuir su activismo. También lo ha pedido en directo a las senadoras Graciela Ortiz y Lilia Merodio, por igual precandidatas a la Gubernatura. A Teto Murguía le abre y le cierra la llave según las conveniencias; con él no sufre problema, lo tiene amarradito de un pie como integrante del Gabinete.
El gobernador se busca mantener en la puja por la dirigencia nacional del PRI porque ahí tomaría las riendas de sucesión en los 13 estados de la república que tendrán elecciones locales el año próximo. El abanico de participantes en la búsqueda de acuerdos se reduciría a dos: él y el Presidente de la República. No necesitarían ni secretario de Gobernación.
Una posición en el Gabinete peñista le reduciría grandemente capacidad de maniobra para manejar esos escenarios, incluido Chihuahua, pero le brindaría la posibilidad de ser tomado en cuenta para nombrar al interino por un año en el estado y usar los meses restantes para enfilar su proyecto local y mantener al duartismo vigente al menos los cinco años de los que constará la próxima Administración estatal.
Paralelo a su proyecto personal, Duarte sigue conduciendo de la mano a su delfín Serrano por oficinas centrales de la Presidencia de la República, en eventos con Peña Nieto y hasta en inauguración de obras en otros municipios del estado, sobre todo la capital Chihuahua, donde los enanos que manejan la municipalidad no han crecido.
De ahí que sean tomados como llamados a misa los lanzados para detener el activismo de los otros tricolores que, bajo las reglas convencionales de su partido, consideran que el ciclo del duartismo para esta etapa de la historia política de Chihuahua ya terminó y debe prepararse para el relevo. Esa es la actitud.
La senadora Graciela Ortiz ha seguido fortificando su estructura en las distintas regiones del estado. Su trabajo lo ha concentrado en logística, pero no desaprovecha entrevistas periodísticas para enviar mensajes a Palacio similares a los pronunciados por Quezada. También busca igualdad de condiciones en la competencia interna. Sutilmente ha dicho que Juárez no está en condiciones de ser abandonada durante largos periodos por su alcalde, porque este pase gran parte de su tiempo fuera del municipio.
De carácter más apache pero con toda la seriedad del mundo, también la senadora Lilia Merodio sigue dirigiendo demoledores obuses contra Palacio y contra el alcalde Serrano. Critica abiertamente las deudas contraídas en ambas instancias y señala que la unidad en el PRI no debe ser simulada como se intenta hacer creer. En los últimos días han sido más enérgico su discurso e intensos sus recorridos por el estado.
La liga está siendo tensada al máximo. Duarte ha confiado toda su fuerza a su operación en el centro del país, pero sus opositores, uno por uno, también mantienen grandes espacios de influencia tanto en su relación con el Presidente de la República como en poderosos actores dentro del PRI nacional. Viene el parto de los montes, vaticinó el delicense maestro de maestros.
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El duelo a muerte –esperemos quede en metáfora, aunque nos asombre– o parto de los montes, debe tener definiciones o ganadores y perdedores en los próximos 30 días naturales. He ahí la enorme inquietud.
Si antes no se adelanta un dedazo, por ahí el 4 de agosto estaría siendo lanzada la convocatoria para elegir al nuevo presidente del Comité Ejecutivo Nacional (CEN) del PRI y a los integrantes de su equipo. César Camacho, el actual dirigente, pasará a la Cámara de Diputados presumiblemente como líder del grupo parlamentario del tricolor. Sería el relevo del poderoso Manlio Fabio Beltrones, que también aparece como fuerte aspirante a la Presidencia tricolor.
En la hipótesis de que la buena estrella apuntara hacia Balleza, nos colocaríamos en escenario harto complicado para el priismo chihuahuense, porque Peña Nieto estaría confiando por completo la operación partidaria a uno de los grupos en pugna.
Representaría el éxtasis, el sueño dorado, para César Duarte, no solo porque se convertiría en realidad su anhelada aspiración de trascender hacia el altiplano, sino porque quedaría bajo su completo control logístico la elección del año entrante, al menos dentro del PRI.
Lilia se replegaría en sus intentos de buscar la Gubernatura solo mediante una negociación conveniente; Graciela se replegaría también bajo condiciones de acuerdo puntual; Teto igualmente y Marco Adán también.
Es muy fácil decir que se replegarían, puesto que estamos ante un escenario tricolor donde es conocida la tradición militar de que la orden no se discute, se acata; pero Mirone asegura que una de las condiciones –nada pequeña– es que ninguno de los mencionados aceptaría que entre los acuerdos quedara Palacio en posibilidad de imponer como candidato ni al actual alcalde chihuahuita Javier Garfio ni al edil juarense Enrique Serrano.
Ambos presidentes municipales han mostrado tanta dependencia, lealtad y subordinación personal hacia Duarte que no ahorraron ni el mínimo aceptable de manejo institucional para conservar relaciones con los otros precandidatos. Con ninguno, con ninguna. Si actualmente se saludan es por absoluta necesidad protocolaria. Lilia ha sufrido agravios públicos de género por parte de Garfio; él argumentó que lo hizo a nombre del “jefe”, pero indudablemente el “jefe” nunca le dijo “peléate con Lilia”. Se peleó más por soberbia, por infinita egolatría, y ahí están las consecuencias. Por cierto, el lunes le harán manifestación los policías municipales al alcalde chihuahuita; tampoco lo quieren en otras áreas de la alcaldía.
Ni entrar en honduras con otros factores de negociación. Seguramente tendrían que ver con repartidero de posiciones.
De no alcanzar Duarte la dirigencia nacional tricolor, sería casi el mismo escenario de estira y afloja, de condicionamientos hacia la nueva presidencia priista por parte de los aspirantes, solo que de mayor libertad para continuar llevando a cabo su tarea en la búsqueda de la candidatura.
En esas condiciones, al tricolor le convendría enormidades el proceso interno para seleccionar al nominado o nominada, porque todos ellos podrían quedar en posición de hacer los deslindes necesarios respecto de la Administración duartista y no pagar los costos en votos que deba pagar el actual régimen estatal.
La última aparición en Chihuahua de Gustavo Madero, Javier Corral y varios liderazgos estatales panistas juntos, significa que ellos recomponer la “unidad” perdida y apersonarse juntos en el 2016 para incrementar sus posibilidades de triunfo. A nadie le gusta la banca, menos después de haber ocupado posición de titular.
Es verdaderamente impensable –hasta por lógica elemental– que el duartismo pueda ganar por sí solo la elección del 2016, aunque su actitud y su conducta digan que las pueden. Existe en ellos la certeza del refrendo.
Hay elementos claros que hablan de desgaste, que hablan del gran costo político sufrido en estos años; de debilidad en muchos frentes, que a estas alturas sería remoto superar aunque se diera el requerido golpe de timón que toda administración está obligada en la víspera de cambio de mandos. No hay estrategia abstencionista que pueda funcionar en elecciones locales como para convertir en gobernador a Juan de las Cuerdas.
En el 2010 sufría el estado su mayor crisis de violencia; gobernaba el tricolor, pero el entonces candidato Duarte enfrentó la campaña electoral con un PRI sólido –al que Reyes Baeza patrocinó puntualmente desde el Ejecutivo estatal–. Hubo las obligadas negociaciones internas: Juárez para Teto, Chihuahua para el baecismo con Marco Quezada, etc. El costo de la inseguridad no lo pagó el PRI: los señalamientos generalizados se dirigían al Presidente de la República, Felipe Calderón –y por añadidura al PAN, su partido–, por aquella “guerra” contra el narcotráfico que “dejó más de 100 mil muertos”.
Hoy las condiciones sociales, económicas y políticas son distintas, como lo son en cada proceso eleccionario, aunque algunos tengan semejanzas. Hoy el costo federal es cobrado al PRI; también el costo estatal y aun el municipal. Eso lo saben perfectamente los priistas excluidos del poder estatal y exigen el derecho a su propia oportunidad. Están peleando en ese objetivo y no lo están haciendo precisamente con guerra diplomática.