Interés, morbo, curiosidad, chisme, preocupación y hasta posible enojo se mezclarán irremediablemente la mañana de este lunes en Palacio de Gobierno durante el último brindis navideño general que presidirá el ballezano César Duarte Jáquez como gobernador constitucional del Estado.
A ese festejo está convocada toda la clase política estatal: diputados, senadores, funcionarios, alcaldes; también empresarios, directivos de medios de comunicación, periodistas. Seguro nadie faltará. Las invitaciones fueron corridas durante los últimos días.
Ninguno se perderá el evento. Y no van por los buñuelos, el champurrado, el ponche con canela o porque les encante el servicio público; todos ellos tienen especial interés en saber quién es o quién será el candidato del Partido Revolucionario Institucional (PRI) a gobernador, hoy por hoy la organización partidaria con los mayores espacios de poder político en el estado; muy arriba hacia el 2016 en las encuestas sobre su más cercano competidor, Acción Nacional.
El discurso medular del gobernador no será otro que la felicitación a quien haya sido designado por esas horas como el abanderado tricolor o al menos inferir por donde se inclina la balanza. Si Aurelio Nuño hubiera sido el dirigente nacional del PRI quizá el propio Duarte destaparía alegremente al candidato este lunes (candidato, no candidata), pero es Manlio Fabio Beltrones el presidente priista, harina de otro costal entre los tiburones nacionales de ese partido. Nada qué ver el sonorense con el duartismo.
Sin duda el mayor tiempo de su discurso lo usará el gobernador para repetir todas las acciones positivas de su régimen: seguridad, economía, empleo, educación, pero sinceramente nadie de quienes asistan, nadie, estará atento a esas cifras ya muy dichas, sino al mensaje político, a los gestos de Duarte, a las “señales” de los asistentes, a las ausencias, a las presencias. Todos quieren saber con quien o con quienes hay qué entenderse para los siguientes cinco años en Palacio. En eso concentrarán su atención; no en las corbatas, no en las lociones, no en los trajes, no en los vestidos cortos o largos de las gentiles funcionarias, que suelen ser la comidilla en esos encuentros. No hoy. Hoy descansará el cotilleo en ese sentido.
Mirone sabe que este domingo habrá encerrona del top tricolor nacional para revisar no solo el caso Chihuahua, sino varias entidades más, así que es posible hoy mismo por la tarde surja el humo blanco o bien solo sean fijados los días en que se reunirá la cúpula priista con los precandidatos, les hagan el respectivo anuncio, les digan los que le toca de acuerdo con su fuerza política y cumplan los suspirantes con el firmado acuerdo de unidad.
Ocurra lo que ocurra hoy en el Altiplano, algo o todo conocerá este lunes el gobernador y de alguna manera lo hará saber mañana. Una de sus características más notables a lo largo del sexenio es que las noticias exclusivas las ha exigido todas para publicitarlas él mismo, seguro no será ahora la excepción.
Y mientras llegamos a mañana literalmente con el alma en un hilo (Mirone se cuenta por permanecer en medio de los lectores y los actores políticos protagonistas de esa grave decisión que tendrá un gran impacto en la vida de los chihuahuenses) vamos a un nuevo análisis sobre el desarrollo de este largo y tortuoso proceso político para el relevo de gobernador, alcaldes, diputados, etc., en junio del año entrante.
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Hacía décadas que la puja por la sucesión gubernamental en Chihuahua no se complicaba a tal grado como ahora. El encontronazo entre los aspirantes del PRI se ha dado en todos los terrenos, y en la última semana se pelea directamente en el Altiplano, donde están concentrados todos los actores políticos.
En el PRI la génesis de la confrontación interna empezó con el ascenso al poder de César Duarte.
Desde su destape como candidato al Gobierno del Estado, en enero del 2010, el ballezano se propuso convertirse en un nuevo núcleo de poder dentro del PRI chihuahuense, con una doble intención: por un lado desplazar al influyente grupo Delicias con el que se había visto forzado a negociar y por otro impulsar su propio proyecto de alcanzar posiciones en la política nacional.
En esas líneas trabajó los primeros dos años. A su antecesor José Reyes Baeza lo apabulló desde la toma de protesta, cuando le espetó aquel famoso “el poder es para poder”, que representaba la crítica al estilo político, y al mismo tiempo el asidero de su promesa de pacificar el estado, que estaba sumido en una crisis de violencia. De ahí en adelante se empezaron a percibir dos PRI en Chihuahua: el estilo Duarte y todos los demás.
Las posiciones cedidas al baecismo siempre le resultaron incómodas al duartismo, su confrontación soterrada con el alcalde de la capital, Marco Quezada, durante los primeros tres años del sexenio, dieron cuenta de ello.
Para las elecciones federales del 2012 Palacio mostró que no habría más negociaciones, ni estaba dispuesto a compartir las rebanadas del pastel. Ya había pagado la cuota de compensación a todos los aliados que le permitieron hacerse del poder y empezó el choque con varios de ellos, todos importantes, todos jefes de tribus fuertes para nada despreciables.
La secretaria general de Gobierno, Graciela Ortiz, quien llegó como parte de su negociación con la expresidenta nacional del PRI Beatriz Paredes, dejó el cargo en el Gabinete estatal y regresó al comité nacional priista, a la Secretaría de Elecciones, donde operó directamente la campaña del candidato presidencial Enrique Peña Nieto. Antes había ocupado espacios igual de importantes en el PRI nacional.
En esos comicios Palacio repartió las candidaturas como quiso, la única que salió de su control fue la senaduría arrebatada con fuerza y pundonor por Lilia Merodio; esa posición estaba destinada a su delfín Enrique Serrano, después de que había quedado vetada la aspiración de su antecesor, José Reyes Baeza, según lo reveló el propio Duarte, cuando en una entrevista habló de las diferencias entre ambos. El deliciense se quedó con una tarjeta firmada por puño y letra de Duarte con el compromiso de la senaduría. Por ahí aparecerá en alguna biografía.
Tras el triunfo de Enrique Peña Nieto en las elecciones del 2012, el esfuerzo duartista se enfocó en promocionar la figura del gobernador como potencial integrante del Gabinete presidencial; hasta una llamado directo del presidente electo fue declinado, según las crónicas periodísticas de la época.
Incluso se llegó a reseñar que los servicios del entonces fiscal general, Carlos Salas, fueron requeridos por los espectaculares resultados en la pacificación de Chihuahua, pero igual que su jefe, optó por continuar enfocado en el solar. Dio la impresión de mera publicidad.
Frente a la necesidad de consolidar su control político del PRI en las elecciones locales intermedias del 2013, el duartismo optó por construir un entramado de alianzas con los nanopartidos y cooptar candidatos del PAN, a costa de sacrificar a sus correligionarios de partido.
Palacio había acomodado su juego, mostró a sus delfines, Enrique Serrano y Javier Garfio, como sus cartas fuertes.
Logró su propósito pero profundizó las diferencias internas del priismo. Apabulló a las figuras políticas que podían hacerles sombra, como fue el caso del exalcalde de Chihuahua Marco Adán Quezada, al que mantuvo acorralado política y legalmente con el manejo de la tragedia del Aeroshow.
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La coyuntura de las elecciones federales del 2015, que representaron el referéndum para el Gobierno del presidente Enrique Peña Nieto, también fueron ocasión para que el duartismo se sirviera todas las posiciones en juego.
Las nueve candidaturas a diputados federales fueron para sus candidatos, que montaron sus campañas en la estructura del partido y el llamado voto duro, afincado en la cooptación electoral de los grupos vulnerables bajo trueque de despensas y apoyos de los programas sociales, que le dieron como resultado una baja participación ciudadana en los comicios, con poco más del 30 por ciento.
Con ocho distritos ganados Palacio rindió tributo al régimen de Peña Nieto y se enfiló a buscar su propia compensación. Intensificó el cabildeo en el Altiplano para buscar la Presidencia Nacional del PRI, o de nuevo un cargo en el Gabinete presidencial, ante la reconfiguración en puerta, apadrinado por el poderoso Emilio Gamboa, el coordinador de la bancada tricolor en el Senado, el mismo cuyos buenos oficios le fueron vitales en el 2010.
En forma paralela, en el plano local, Duarte intentó modificar los tiempos electorales con la propuesta de una minigubernatura de dos años, que empatara la sucesión estatal con la presidencial del 2018, de manera que un gobernador chihuahuense tuviera algún día la oportunidad de aspirar a la Presidencia de la República a partir de los buenos resultados en la Administración estatal.
En ninguno de los dos planos logró éxito, pero sí consiguió polarizar las posiciones dentro del propio priismo chihuahuense ante esos intentos de Palacio de imponerles las reglas del juego.
Así, confrontado, el PRI de Chihuahua llegó al proceso de la sucesión gubernamental, las cartas de Palacio estaban claramente marcadas para los delfines Javier Garfio y Enrique Serrano, y solo cuando la baraja se llenó de reyes, recurrió al comodín en la figura del juarense Héctor Murguía.
Sonado fue aquel desayuno en uno de los privados del restaurante de mayor postín de Chihuahua, manejado diligentemente por Tonicho Ferreiro, en donde se reunieron las cartas del baecismo: Marco Adán Quezada, Óscar Villalobos, Víctor Valencia, Alejandro Cano, encabezadas por el jefe del grupo, José Reyes Baeza, en donde por primera vez salieron a pedir piso parejo para los militantes con aspiraciones a participar en el proceso sucesorio, al que se sumaría después Jorge Esteban Sandoval.
En el plano nacional, las senadoras Graciela Ortiz y Lilia Merodio armaron proyecto propio con los desplazados del duartismo en todo el estado y apalancadas en sus relaciones en el centro del poder político nacional. Ambas han tejido, además, en segundo plano, alianzas con el grupo Delicias.
Por ese calado político, Graciela y Lilia fueron reconocidas como las únicas aspirantes a la Gubernatura fuera de su sombra de Palacio.
La designación de Manlio Fabio Beltrones en la Presidencia Nacional del PRI complicó aún más el juego. Julián Luzanilla, delegado del CEN tricolor, coequipero de Palacio por casi tres años, que sirvió para hacer chilar y huerto en las filas priistas, fue sustituido por gente de confianza del sonorense.
El manotazo de Manlio causó efectos inmediatos, sus enviados, el nuevo delegado José Luis Flores y el secretario regional Melquiades Morales reabrieron las puertas del PRI, sumaron a los excluidos del proceso y emparejaron el piso a los diez aspirantes que finalmente se apostaron por la candidatura tricolor. Muchos contra uno.
Y por si todavía hubieran quedado dudas, la visita de Manlio Fabio Beltrones a Chihuahua el sábado 28 de noviembre dejó en claro que el pastel de Chihuahua se repartirá para todos, si quienes buscan afanosamente posiciones se disciplinan y mantienen la unidad en torno al ungido.
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Pero Chihuahua, junto con los otros 11 estados que tienen elección de gobernador el próximo año, no es ajeno a la lucha que ya se está dando en la cúspide del poder, rumbo a la sucesión presidencial del 2018, y en ese plano se trasladó ahora la pugna por la candidatura del PRI.
Allá pelean el secretario de Hacienda, Luis Videgaray; el de Educación, Aurelio Nuño, de la mano de su padrino el presidente Peña Nieto; el secretario de Gobernación, Miguel Ángel Osorio; el propio Emilio Gamboa, jefe en la Cámara de Senadores; y por supuesto, hasta ahora imponente, Manlio Fabio Beltrones. En esas ligas participa ahora el exgobernador, actual director general del Issste, José Reyes Baeza.
Particularmente en esta última semana, el Altiplano concentró todo el esfuerzo de los aspirantes y todos ellos como padrinos de los aspirantes chihuahuenses. El Torbellino Marcelo viajó de México a Chihuahua junto al gobernador Duarte, en el mismo avión, buscando no dejar cabo suelto en esa relación supuestamente afectada y amarrando más compromisos en México.
Allá se instalaron las senadoras Graciela Ortiz y Lilia Merodio, lo propio hizo el gobernador César Duarte para dar el último empujón a sus delfines, al comodín y a El Torbellino, por si se llegara a ofrecer, y en la misma tarea se afana el jefe del grupo Delicias, José Reyes Baeza, negociando los espacios a sus allegados.
Los últimos estirones se dieron el viernes y el sábado. La cuenta regresiva para el destape está en marcha, 48 horas y contando… El brindis navideño de este lunes en Palacio es como para no perdérselo, hasta por terapia.
P.D. Malo, pésimo el mensaje dado por Eugenio Baeza, el sucesor de Javier Garfio en la Alcaldía de Chihuahua, al remover a casi todo el personal de todos los niveles. Ello significaría también un pésimo trabajo del exalcalde y precandidato a gobernador, y por lo tanto no confiable para cederle una bandera electoral.
Don Mirone