Son diversas las razones que colman la credulidad de Palacio de Gobierno en que serán pocos los apuros para conseguir que el Partido Revolucionario Institucional (PRI) siga al mando del Ejecutivo Estatal, más específicamente para que sea un delfín del gobernador Duarte, Enrique Serrano Escobar, quien entre al relevo. El sueño acariciado ya lo sienten en las yemas de los dedos.
Entre todos los motivos que documentan la confianza son pocos los que tienen que ver en particular con el ahora candidato, según las expresiones surgidas del priismo en general y aun de las interpretaciones obtenidas de las conductas y discurso del gobernador.
El priismo en general nunca vio a Serrano durante la precampaña como el contendiente a vencer por la candidatura, sino al propio gobernador Duarte Jáquez; tampoco veía a Javier Garfio o al mismo Teto Murguía. Los tricolores vieron y sintieron en todo momento al ballezano como el oponente real.
Esa sigue siendo la realidad. Los resultados obtenidos durante el ejercicio del sexenio se los atribuye Palacio y nadie más. Nada de créditos compartidos. Tales resultados fueron debidamente ofertados en Los Pinos –junto con otros factores acaso insospechables de acuerdos no escritos con los que no compite ni el feroz pragmatismo de Teto– y desde allá fue cedida la posición al gobernador, César Duarte Jáquez, más que al “tocayo” Enrique Serrano, como llama el presidente al ahora nominado.
En el terreno de los resultados tangibles, los que Palacio ha defendido con firmeza y resistencia en el mundo mediático son más que conocidos: el cese de la violencia en los penales del estado, la educación universal, la seguridad en general, el mayor empleo, el mejoramiento de la economía, la salud, etc.
Cada uno de esos aspectos tiene sus grandes pros y sus grandes contras vistos de forma desmenuzada y de manera estrictamente objetiva (reportajes enteros surgirían –han surgido– de esa temática tan delicada) pero hablamos de la oferta de Palacio. Esos y otros muchos son los temas presentados como exitosos.
De esa convicción en el esquema mental de la Administración estatal –insiste Mirone, que puede tener sus puntos polémicos– pasamos a lo político–electoral, cuyos números no se prestan a ninguna controversia.
El 2010 fue muy similar al presente. César Duarte fue ungido candidato y negociados todos los grupos internos que buscaban la nominación grande. El ballezano aceptó que el baecismo se quedara con Chihuahua capital, Teto con Juárez y así por el estilo el resto de los municipios, sindicaturas y el Congreso del Estado. Absolutamente todo el apoyo a la campaña electoral del entonces gobernador José Reyes Baeza. El triunfo fue más que holgado.
En el 2013 Duarte acaparó prácticamente todos los espacios para su equipo, si acaso aventó alguna diputación y espacios mínimos para sus opositores de los que indudablemente ahora se arrepiente porque le han provocado encarecer la negociación en la capital Chihuahua.
El priismo redujo a su principal contendiente, el PAN, a unas cuentas diputaciones que se pueden contar con los dedos de una mano. Mayoría tricolor más que absoluta en el Congreso del Estado para hacer y deshacer. Ahora queda claro que los dirigentes blanquiazules prefirieron algunos centavos que los pesos.
Esa fue sin duda una labor fundamental del gobernador, al final de cuentas lo que importa son los resultados en las urnas, pero igual de sorprendente fue la manera categórica en que Palacio de Gobierno se infiltró en el PAN, sedujo sepa Dios con que artes al presidente estatal, Mario Vázquez (muy tarde se ha querido zafar de los compromisos contraídos), controló totalmente a los escasos diputados del PAN en el Congreso del Estado y le arrebató al blanquiazul sus dos piezas con las que pelearía las candidaturas a las alcaldías de Parral y la capital del estado; hoy el PRI gobierna Parral con un expanista y Chihuahua lo mantuvo fácil para el tricolor. En Juárez la inversión ha sido mínima; es prácticamente inexistente el blanquiazul.
Los resultados electorales locales abrumadoramente a favor del PRI no significarían gran cosa si Duarte no se hubiera preocupado por la elección federal que llevó a Peña Nieto a la Presidencia de la República –para la que hubo desde Chihuahua aportación técnica, en especie y la inmensa mayoría de los distritos–. La elección federal de junio pasado fue igual: el PRI de chihuahuense contribuyó con ocho de los nueve distritos en la pelea para que dicho partido y su jefe real nacional, el presidente, mantenga control mayoritario en la Cámara de Diputados.
En toda esa batería de acciones la figura de Serrano no es descollante por si sola. Podemos mencionar su trabajo como jefe del Congreso del Estado y dos años como alcalde siempre a la mano y de la mano del gobernador.
A diferencia de Garfio en Chihuahua capital, que actuó de manera bastante discrecional y un poquitín autónoma, el ahora candidato dio cabida sin queja a Jorge Quintana como secretario del Ayuntamiento, enviado del gobernador. El Plan de Movilidad Urbana fue aprobado en el Congreso hasta que el hoy abanderado y el gobernador lo dispusieron, no cuando Teto lo necesitaba.
Los avances o los retrocesos de la ciudad con Serrano los dejamos para evaluación y análisis posterior, y desde luego formarán parte de los elementos que los ciudadanos valoren para tomar su decisión en las urnas.
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Tenemos, entonces, algunas pinceladas sobre los fundamentos en los que Palacio de Gobierno descansa su certeza enorme de que el triunfo de Serrano el próximo 5 de junio será como un día de campo. Y si lo vemos como lo visualiza Palacio no podemos tampoco estar en desacuerdo.
Ahora, cuando se desarrollan acciones como las llevadas a cabo durante el presente sexenio para conseguir todo el poder que ha sido conseguido, seguramente también todos los sentidos de Palacio estarán alertas para evitar una derrota que no sería pequeña; es decir, la confianza sería lo menos aconsejable.
Duarte dijo en su momento que él no era Reyes Baeza. Efectivamente, fueron dos estilos muy distintos de gobierno, aunque ambos hayan mantenido con holgura el poder para el PRI. Serrano tampoco es Duarte, aunque sean una y la misma cosa.
Cada proceso electoral es diferente. La llegada de Duarte al poder fue muy distinta a la etapa política que está por vivir Chihuahua en la inminente campaña electoral. En el 2010 permanecían los estragos de la apocalíptica inseguridad pero los platos rotos no eran pagados por el PRI en las elecciones, aún eran cobrados al PAN. Duarte fue un buen candidato y los grupos tricolores remaron en plena sintonía.
En aquella elección el PAN estaba atrofiado a nivel nacional y su derrumbe lo hubiera leído en cartas hasta el alumno más torpe de Las Vegas. A nivel estatal las traiciones surgieron como hongos –Cuarón, Blanco…– El candidato blanquiazul a la Gubernatura que era presentado como pura sangre fue abandonado por todos los apostadores cuando le descubrieron cuando mucho patitas de pony.
Hoy las cosas son distintas no porque el PAN haya recobrado el color o la lozanía de antaño, al contrario; el actual PAN chihuahuense permanece acorralado en el inframundo de la desunión, las traiciones y una sin igual falta de liderazgo en sus principales dirigencias de las que está huyendo hasta el grupo empresarial que en los hechos formaba parte del mismo cuerpo partidista: la Coparmex.
Los rescoldos azules y la ambición de muchos panistas que no tienen más salida que aventarse al ruedo con todo porque el PRI no le arrojará ni migajas es lo que Palacio de Gobierno deberá estar vigilando atentamente si nos atenemos a su desconfianza y su desmesurada malicia que –también– lo mantienen en el poder, más allá incluso de la aparición de uno o dos independientes que para el gusto mironiano llegan tarde y sin el capital político–social mínimo respetable como para llamarles “Bronco”. La verdad, así de monda y lironda.
Ese “rescoldo” azul está representado por un Juan Blanco que tiene prácticamente agenciada la candidatura a gobernador, que sabe cómo ganarle al PRI en gran desventaja –lo hizo en junio pasado contra toda la maquinaria de Palacio– y que cuenta con una estructura electoral paralela a la del propio blanquiazul. Vamos a decirlo de una manera coloquial, aunque quizá no acertada: es el Bronx panista relegado de la casta jerárquica dispuesto a dar todo porque ya no tiene nada qué perder.
De Blanco ya quedó toda la cochambre expuesta en la campaña pasada; desde la famosa corrupción por el célebre relleno sanitario cuando fue alcalde de la capital del estado hasta su paso por el Cereso y las deudas con el banco Progreso que le costaron el embargo de uno de sus negocios. Ya hizo callo para ese tipo de guerras. Quizá no falte a misa los domingos, pero santo no es.
Ahora falta, dicen los blanquistas, “de aquí para allá”. Le tienen el escáner puesto a Serrano desde que ingresó a la política, bien documentado el caso Alba Almazán y sus propiedades en Campos Elíseos, el Plan de Movilidad, la venta del Pueblito Mexicano…
De Palacio presumen tener los datos reales sobre la cobertura universal educativa, los 2 mil millones de la Ciudad Judicial, las multimencionadas operaciones con medicamentos a cargo de Pedro Hernández, el jefe de la Secretaría de Salud; la deuda pública “real” que mantiene el Estado con el avaro mundo crediticio nacional, los no aclarados depósitos en Wells Fargo, y por supuesto, aunque en menor medida, hablan de una bien estructurada campaña sobre las inversiones individuales e institucionales en Progreso, lo cual significaría escupir hacia arriba, porque el principal asesor de dicho banco es el también precandidato panista a la Gubernatura, Jaime Beltrán del Río… pero es el tema ese de la guerra y el amor.
Pueden tener los blanquistas mayores datos de los ya muy masticados en los medios informativos, quizá sí, quizá no, como diría la canción, lo cierto es que ese proyecto sí representa una amenaza real para Palacio y su delfín.
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La estrategia electoral conocida del actual régimen estatal ha sido enfocada centralmente en la búsqueda del abstencionismo como medida de control para el voto cautivo, el voto duro, de ahí que la baja participación en las urnas arroje triunfos arrolladores para los candidatos del PRI.
Durante la elección de junio pasado apenas votó el 30 por ciento de los ciudadanos enlistados en el padrón electoral. Los abanderados tricolores se quedaron a un distrito de llevarse el carro completo (ocho de nueve demarcaciones), pero en el único distrito ganado por el PAN votó casi el 50 por ciento de los electores y ese triunfo lo obtuvo el caso que nos ocupa, Juan Blanco, en el distrito seis de Chihuahua capital que mantiene al blanquiazul con algunos votos por encima del PRI a nivel municipal.
Al solo aspecto de Blanco debemos sumar el tema del propio PRI. Cuando decimos que Serrano no es Duarte es particularmente porque la forma en que arrancó y desarrolló su campaña el actual gobernador es diametralmente diferente a la forma en que está arrancando Serrano, cuya nominación no convenció a ninguno de los otros nueve aspirantes a la misma: Teto Murguía, Graciela Ortiz, Lilia Merodio, Marcelo González, Jorge Esteban Sandoval, Óscar Villalobos, Javier Garfio, Víctor Valencia ni Marco Adán Quezada, cuatro de ellos pertenecientes al baecismo.
Hubo negociación encabezada por el gobernador Duarte, Manlio Fabio e indudablemente por el presidente Peña, pero en todo el proceso Serrano solo aparece como parte de la misma, no como negociador; es decir, el propio candidato está obligado a trabajar al menos con las dos terceras partes de los nueve para garantizar no sufrir daño interno en la campaña… ¿o el candidato será Duarte, o Manlio, o Peña? Es una realidad que el abanderado deberá crear la inexistente química con sus excompetidores, de varias formas aún opositores.
La sopa no está en la boca por más que los diagnósticos oficiales desborden optimismo o aparenten desbordarlo. La radiografía real es esa… y quizá se quede corta.
Don Mirone