Aunque los informes de gobierno son, a nivel municipal, estatal y federal, el mecanismo obligado por la Constitución para la rendición de cuentas, sobre lo que se ha hecho o dejado de hacer con los recursos públicos en un año, los gobernantes lo manipulan a su antojo, exponiendo lo que les conviene, omitiendo los errores y mintiendo descaradamente.
Son los usos y costumbres del sistema político mexicano que no cambia, que se ha convertido en un ritual rupestre y que, lejos de transparentar el ejercicio de la función pública, sirve solamente para el lucimiento personal y electorero de los gobernantes en turno, de todos los colores partidistas.
Lo acabamos de ver en el Cuarto Informe de Gobierno del presidente de la República, Andrés Manuel López Obrador, quien en su mensaje a la nación destacó 20 puntos como una “apretada síntesis” de las maravillas que ha hecho por el país.
A este informe, López Obrador llegó cobijado por una estrategia de consulta de opinión pública, para que su ejército de amlovers presumieran que es el primer presidente de México, que llega al cuarto año de su ejercicio con alta aprobación popular.
Las mediciones de Reforma, El Financiero, Buendía y Márquez, Demotecnia, Covarrubias y Asociados y Mitofsky, realizadas durante el mes de agosto, aprobaron su gestión en lo general, aunque en el tema de seguridad pública lo reprueban de manera contundente.
En el Financiero, el 68 por ciento de los encuestados calificaron negativamente la respuesta que el Gobierno Federal dio a los atentados que se registraron en Guanajuato, Jalisco, Colima, Chihuahua y Baja California Norte.
Además, 50 por ciento de los entrevistadas consideró la inseguridad pública como el principal problema del país, y el 65 por ciento considera que la ridícula estrategia de “abrazos, no balazos” debe de cambiar.
En la encuesta de Consulta Mitofsky, para El Economista, el jefe de la nación fue reprobado también en materia de seguridad, porque el 46.3 por ciento calificó como peor la situación que prevalece en el país.
La percepción de los mexicanos en este tema no ha cambiado, por la simple razón de que la violencia de los grupos criminales se mantiene al alza en todos los estados.
Así lo mostró desde el mes de junio la encuesta nacional de seguridad pública urbana del Inegi, que reveló que el 67.4 por ciento de la población mayor de edad, tiene miedo y considera inseguro vivir en su ciudad.
Sin embargo y a pesar de que la inseguridad es el mayor reclamo de los mexicanos, el presidente mintió deliberadamente en su Cuarto Informe, al presumir que se ha reducido la incidencia delictiva en el país.
Así lo dijo, “estamos reduciendo la incidencia delictiva, no hay duda, no tengo ninguna duda, estoy absolutamente convencido y ojalá y esto se pueda compartir con el mayor número de personas de México y en el mundo, de que la paz es fruto de la justicia y que la clave para conseguir la tranquilidad y la paz está en la atención a los jóvenes, a la población más vulnerable y los marginados con esta estrategia estamos reduciendo la violencia” (sic).
Luego, para no perder la costumbre, fustigó a la prensa diciendo que «quizá mucha gente no lo sepa o tenga una percepción distinta, por la campaña amarillista de los medios que actúan al servicio de nuestros adversarios.”
Sin embargo, y suponiendo sin conceder que tenga razón, las organizaciones internacionales que ven a México como una nación con alta criminalidad e impunidad, ¿también están equivocadas y son sensacionalistas?
De acuerdo con el informe elaborado por Iniciativa Global Contra el Crimen Organizado Transnacional, en el que se estudian 193 países, el puntaje de criminalidad de México tiene 7.57 puntos, lo que lo ubica en el segundo lugar de los 35 en América, y en el primero de ocho naciones en Centroamérica.
A nivel mundial, dice el reporte, México es ya el cuarto país del mundo con mayor tasa de criminalidad, porque los cárteles de la droga controlan el territorio, cooptando al Estado a través del soborno y la intimidación, con el objetivo de facilitar sus actividades ilícitas.
Otra organización internacional, Índice de Paz Global (Global Peace Index), que mide el nivel de paz y la ausencia de violencia en un país, coloca a México en el sitio número 137 del mundo, posición que lo califica como peligroso.
Y por si esto no fuera suficiente, más recientemente, el uno de septiembre, la Alta Comisionada de la Organización de las Naciones Unidas (ONU) para los Derechos Humanos, Michelle Bachelet, hizo un llamado a las autoridades mexicanas para revisar su modelo de seguridad, así como para redoblar sus esfuerzos, tras los altos niveles de violencia registrados en el país.
En su último mensaje, Bachelet propuso a México asegurar la tranquilidad de sus habitantes, abatir la impunidad existente en el sistema de justicia, erradicar la revictimización e implementar las recomendaciones de organismos internacionales.
Así es como nos ven en el mundo y esa visión global, también desmiente otra de las afirmaciones hechas en los 20 puntos destacados del informe de AMLO, que se refieren a que México está recuperando su prestigio en el mundo.
En este punto, vale recordar que ha sido en esta administración cuando más conflictos diplomáticos ha tenido México, entre otros, con España, con la Unión Europea, con el Vaticano, con Panamá, con Bolivia y con varios senadores de los Estados Unidos.
López Obrador pintó en su mensaje, un país de maravillas, al afirmar también que ya no hay corrupción, ni impunidad para nadie.
Otra vil mentira, porque es precisamente la corrupción la que permite a los grupos criminales que mandan en el país, controlar, las actividades ilícitas de extorsión, secuestro, asesinato, tráfico de drogas y de personas, con la complicidad oficial, que no es gratis.
Tuvo el descaro de presumir que no existe impunidad en México, cuando en los cuatro años de su mandato se han cometido poco más de 120 mil homicidios dolosos, de los cuales el 94 por ciento no han sido resueltos, según reveló la organización Impunidad Cero.
¿Qué pensarán todas las familias de esas víctimas, cuando en lugar de recibir justicia por la pérdida de sus seres queridos, escuchan las cifras mentirosas del presidente?
No hace falta ir tan lejos para confirmar que las cuentas alegres del Cuarto Informe chocan con la realidad que se vive en nuestra querida ciudad.
Esos datos ofenden, porque Juárez sigue siendo una de las ciudades del país más afectadas por la inseguridad, la corrupción y la impunidad.
Al mentir, el presidente desinforma y con ello confunde a la opinión pública manipulando sus propias estadísticas que no tienen forma de comprobarse.
Si la rendición de cuentas implica mantener informados a los ciudadanos sobre los actos y decisiones de los órganos de Gobierno, de manera transparente, es decir, de forma clara, ¿por qué insistir en el engaño, cuando el país se mantiene vestido de luto por la falta de resultados en seguridad pública?
Un buen informe hubiera sido que rompiera con los esquemas de confeti y el “viva viva”, para decir la verdad y reconocer el lamentable estado que guarda la nación por la delincuencia incontenible, pero sobre todo, que dijera cómo lo piensa solucionar.
Si como jefe de Estado está sujeto a la obligación de reportar, explicar o justificar algo, hubiera comenzado por responder como estadista a las críticas y reclamos que le son señalados, para que se corrijan los errores cometidos por incompetencia, en lugar de mantener el engaño del país de las maravillas.
Es probable que tenga razón en el hecho de que “la revolución de las conciencias ha reducido al mínimo el analfabetismo político”, pero eso no significa capacidad para gobernar y restablecer la paz y el orden en el territorio nacional, por el simple hecho de que ese analfabetismo se convirtió en cinismo.