Más allá de afanes que tienen el propósito claro de constituirse en referenciales, como la Carrera de la Liberación, la toma de protesta del gabinete en Juárez y la ceremonia de las puertas abiertas en Palacio de Gobierno –todo entre hoy y el martes–, debe la sociedad chihuahuense, en particular la juarense, conceder el beneficio de la duda a la administración 2016–2021 porque la vaya bien para que, por fin, le vaya bien sobre todo a esta frontera históricamente aporreada.
Las promesas y los simbolismos optimistas generados por el régimen naciente no pueden ser otros que resultados tangibles para la vida cotidiana de los habitantes del estado más grande de la república, específicamente para los pobladores juarenses.
Si nos permitimos hablar con toda franqueza, a Ciudad Juárez no le ha ido bien con sus gobernadores desde el panista Francisco Barrio Terrazas hacia acá; aún podemos echar un vistazo más hacia atrás, hacia el sexenio de Fernando Baeza Meléndez y no encontramos eventos o acciones que merezcan reconocimiento en monumento u obelisco que sobresalga con decencia. Debemos entonces exagerar un poco: Javier Corral Jurado tiene tierra virgen para hacer lo que nunca se ha logrado en materia de modernización integral de la ciudad.
En esta frontera radica aproximadamente el 40 por ciento de la población del estado, pero no es tratada por sus gobiernos ni con base en esa estadística ni por la riqueza incuantificable que genera aquí su economía para el resto del estado y del país.
Vaya, si nos ponemos con algo de humor liviano, no es bien tratada bien Juárez ni porque aquí lleguen, pernocten y se diviertan decenas de miles servidores públicos originarios de gran parte del país que hacen sus compras en Cielo Vista, Sunland Park y otros centros comerciales localizados a tiro de piedra, apenas cruzando los puentes internacionales, sin más condición que contar con la visa estadunidense.
Los visitantes observarán desde el Umbral del Milenio, allá por la antigua garita del kilómetro 30 hacia la capital Chihuahua, una carretera Panamericana en mal estado, después camellones francamente feos, pavimento dañado, cementerios espantosos de vehículos muertos; anarquía total y peligro permanente con los miles de anuncios espectaculares apiñados sobre las principales vialidades, un ambiente de inseguridad que no cesa y cientos y miles más de problemas y déficits que no son exclusivos de Juárez, porque a lo largo de todo el territorio nacional es la misma fotografía, pero que tampoco por ello debemos resignarnos a que debe seguir siendo igual por los siglos de los siglos.
Dinero no falta. Las autoridades municipales administran anualmente unos 3 mil 500 millones de pesos que deberían ser multiplicados al menos por cinco, de acuerdo con los recursos que son ingresados a las arcas públicas tan solo de los impuestos que genera la industria maquiladora con sus más de 250 mil empleos.
El comercio internacional es multimillonario, pero en Juárez no se quedan las ganancias; se quedan, eso sí, calles dañadas por el tránsito trailero, se queda falta de infraestructura urbana y los servicios que implican todos esos empleos no aparejados con transporte, vivienda, hospitales, escuelas, maestros, policías, etc.
¿Qué ha faltado entonces? Han faltado precisamente buenos administradores públicos de la ciudad que estén pensando siempre en exigir y conseguir los dineros que a la ciudad le corresponden al menos en estricto sentido legal (no en los rompecabezas financieros chicanos elaborados ad hoc en los escritorios de oficinas hacendarias) y no aquellos que la pasan concentrados en cómo negociar porcentajes de todo para sus bolsas personales o en solo servir a sus jefes políticos y no a los juarenses.
Hablar de las autoridades municipales no es el tema de hoy, pero resulta imposible no abordarlas por tratarse del primer nivel en la escala de Gobierno. Un gobernador busca siempre tener al alcance de su mano al alcalde como el presidente de la República al gobernador.
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Volvamos entonces a unas pinceladas sobre los exgobernadores en relación con Juárez ahora que permanecemos a la vuelta de la esquina para que inicie el quinquenio 2016–2021 del panista Javier Corral Jurado, y de frente a las expectativas enormes por un riguroso golpe de timón gubernamental en favor de los juarenses.
La administración de Fernando Baeza estuvo concentrada, paradójicamente, en la indispensable conciliación entre los chihuahuenses, obligada por el cuestionado resultado electoral que lo llevó a la gubernatura en 1986.
Su principal obra, repitió el ahora embajador de México en Costa Rica, radicó en sanar la confrontación social enorme que arrojó aquel proceso electoral donde algunos de los actores principales de aquellas fechas fueron los mismos que le dieron la victoria al PAN en 1992 y lo están regresando hoy de nuevo al poder estatal: Francisco Barrio, el cerebro y columna vertebral.
Fue importante ese trabajo político del exgobernador, también lo fue la anhelada construcción de la autopista Chihuahua–Juárez, pero hasta ahí. Las mejoras particulares a la ciudad no llegaron generalizadamente ni las hubo trascendentes que puedan ser registradas.
Después llegó al poder estatal el fenómeno político llamado familiarmente Pancho Barrio. Él es originario de Satevó, nacido en 1950, por cierto a punto de cumplir años el 25 de noviembre (los que celebrará con su ahijado Javier Corral en el control de Palacio de Gobierno). Conoce a Juárez como a la palma de su mano. Aquí ha radicado casi siempre, salvo cuando fue gobernador y funcionario federal. Fue alcalde en 1983, el primero en la historia surgido de Acción Nacional.
Pero Juárez no tuvo el beneficio en la medida de un gobernador aquí radicado. Tampoco hay nada en su administración que pueda rescatarse para la historia de esta ciudad; si acaso la expropiación de grandes extensiones de tierra a importantes empresarios inmobiliarios –terratenientes, les llamaron– relacionados con el PRI (exalcaldes), que luego fueron recuperadas por sus mismos propietarios mediante amparos judiciales.
La de Patricio Martínez fue una etapa de plano hostil para esta frontera. El exgobernador invirtió algunos millones de pesos solo en coyuntura de proceso electoral. Pretendió arrebatar la Presidencia municipal, entonces en manos de Acción Nacional, pero no pudo ni anulando una elección y convocando a una extraordinaria. Su promesa de construir un gran periférico desde Ojinaga a esta ciudad quedó en oferta de campaña.
La hostilidad de Patricio hacia esta y otras ciudades del estado fue tanta que su sucesor, José Reyes Baeza, debió llegar al Gobierno bajo un lema de concordia: Chihuahua, tierra de encuentro.
Baeza hizo varias promesas específicas para Juárez que no pudo cumplir: pavimentar 10 millones de metros cuadrados de calles y asentar aquí la entonces famosa Secretaría de Seguridad Pública. De lo primero no se supo finalmente a qué cantidad llegó y lo segundo fue concretado por un tiempo muy corto; fracasó de tal forma aquella secretaría que la sede terminó en la ciudad de Chihuahua y hoy está desaparecida.
Durante el régimen de Reyes Baeza fueron construidas aquí importantes puentes y vialidades como el Libramiento Independencia para unirlo al Cuatro Siglos, ahora Juan Pablo II, pero hasta ahí.
Chihuahua fue inmerso ese sexenio en las llamas de la inseguridad extrema, colocando al estado como el más violento del mundo, a la cabeza Juárez entre los 67 municipios de la entidad.
De César Duarte empezará el martes el juicio de la historia. Han sido registradas como principales obras el estadio Juárez Vive, el sistema de transporte ViveBús y las nuevas oficinas del Gobierno estatal, construidas en lo que fue el Pueblito Mexicano; faltan, sin embargo, los reportes finales sobre los manejos financieros y administrativos que necesariamente debieron tener un impacto sobre la ciudad. De todos, y sus operadores, daremos cuenta oportuna en su momento.
Por lo pronto, la realidad es que los déficits históricos prevalecen mientras la ciudad crece, crece y crece. Siguen faltando miles de camas de hospital, aulas escolares, maestros, policías, alumbrado, pavimento, ordenamiento vial, ordenamiento urbano…
Todo ello engloba el reto monumental para la administración corralista que inicia. Podrá el nuevo gobernador encargar el changarro a sus funcionarios o desplazar la responsabilidad hacia el Municipio y su alcalde, Armando Cabada, y/o al alcalde que le siga, pero al final del día será él y nadie más el sometido a la correspondiente valoración, igual como se ha hecho con todos sus antecesores.