Las últimas semanas han sido desalentadoras para el ánimo del gobernador del Estado, César Duarte Jáquez. Él, calculador y cuidadoso al extremo en muchísimas actividades, parece no haber medido adecuadamente la forma en la que terminaría su administración. Es un final no esperado.
En su propia revisión hacia los grupos muy cerrados de amigos, colaboradores y asesores, ha quedado claro ante al mandatario que el desgaste natural sufrido por todo gobernante en estas fechas es para él más pesado frente a lo conocido de sus antecesores. Quizá lo siente de esa forma porque apenas le toca vivirlo en carne propia.
El estado anímico se refleja en los sutiles o abiertos reclamos por las deslealtades, las traiciones, las intrigas… por los comentarios negativos a sus espaldas y hasta las bromas a su costa. Algunas o muchas de esas expresiones tienen algo o bastante sustento pero todas amargan el desayuno, la comida, la cena, o la bohemia.
Tienen sustento los reclamos en que el chisme fue desparramado, o la traición efectivamente fue llevada a cabo, o la deslealtad se haya concretado, etc., aunque en otros casos se haya tratado de meras malas intenciones para dañar la relación entre el gobernador y el crucificado. La cantidad de casos es bastante mayor a la cantidad de cambios que han sido hechos en la estructura de Gobierno a lo largo del sexenio.
La preocupación es por lo que ocurre en el interior del círculo próximo: entre sus amigos y entre la gente que ha sido beneficiaria de los buenos oficios y la buena voluntad para conseguir una promoción laboral, una gestión, una recomendación, etc.
Sabía el gobernador que al finalizar su Gobierno no recibiría rosas de sus opositores. Le desagradan las críticas hasta de la oposición, pero ha estado consciente de que vendrían no solo porque el ejercicio de Gobierno es naturalmente escrutable, sino porque el objetivo principal de los opositores en los partidos políticos es la búsqueda del poder público, y por ende el desplazamiento de quien aparezca al frente del mismo.
Todos ellos pueden decir misa. El mismo Duarte no se arredró ni cuando Corral lo quiso colocar tras las cuerdas en el Senado de la República. Consiguió el ballezano su momento en la tribuna y se fue a la yugular del panista sin clemencia, sin reparar en el qué dirán por usar de armas a los hermanos débiles del candidato a la gubernatura. Aplicó en los hechos la socorrida frase de que en la guerra y en el amor todo se vale: mordida, pellizco y nalgada. Corral la regresó en el debate.
A Mario Vázquez, el dirigente estatal del PAN “con licencia”, lo sentó el equipo del gobernador de un whatsappazo publicando fotografías muy personales e íntimas del blanquiazul con una mujer. Vázquez le había lanzado fuertes críticas y entre ellas incluyó a la esposa del mandatario estatal. No estaba el blanquiazul en condiciones de lanzar primeras piedras. Colas largas no se llevan bien con lenguas largas.
Vázquez incurrió entonces en doble pecado político: cuando inició sus cuestionamientos al gobernador y a su administración él era un visitante asiduo a Palacio y a la Casa de Gobierno. Fue un aliado de Duarte durante buen tiempo, pero su nivel no le dio para criticar y a la vez recibir favores.
Esas y otras muchas situaciones las mantuvo Duarte a raya. Vamos a decir que las maniobró bien, con todo el pragmatismo del mundo que le hubieran envidiado los más rudos emperadores romanos, pero con resultados óptimos para sus intereses. Las elecciones intermedias fueron ganadas con diferencias abrumadoras de votos; las estatales y las federales salieron igual de bien. Sus candidatos ganaron de todas casi, casi todas; dejaron a la oposición en ropa interior.
Entonces, ¿por qué la sensación terrible de insatisfacción, de estómago vacío?..
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El debate de ayer entre los candidatos a gobernador y las publicaciones periodísticas de este domingo significarían para el gobernador un golpe más para su ánimo. Ha sido la figura central contra la que se ha ido Corral en toda la campaña. Lo fue durante todo el debate; afortunadamente para el mandatario Corral la emprendió también contra Barraza, y Barraza sin misericordia contra Corral, “el mentiroso”.
Todo eso seguirá siendo superable para Duarte en la medida que el PRI y su candidato a la gubernatura mantengan el paso en la semana que resta de campaña y obtengan el triunfo por la gubernatura el 5 de junio.
Aunque fuera de esa forma, y aunque los candidatos tricolores sostuvieran el Poder Ejecutivo, mantuvieran la mayoría de los asientos en el Congreso del Estado y el grueso de las 67 presidencias municipales y sindicaturas, el hueco emocional del gobernador seguiría… seguirá.
La eventual gubernatura para Serrano no será suficiente. El delfín ha salido bueno; aguantó la andanada de Corral y Barraza. Sin mayor retórica que sus contrincantes pero con mejor estrategia, “pero… ¿y yo qué?”, dirá el ballezano.
La naturaleza humana es frecuentemente insondable. Duarte sospecha, en ocasiones con sustento, en ocasiones no tanto, que si bien lo oposición puede hablar de él y su administración lo que quiera, aventar todo el lodo habido y por haber, los de casa están obligados al reconocimiento, y no lo han hecho. Peor todavía, hay quienes han tomado distancia, se hacen locos a la hora de contestar el teléfono y bajo cuerda y en murmullos le otorgan la razón a quienes hablan de corrupción y mal Gobierno.
En gran medida, esos “intrusos amigos” son culpados por las opiniones negativas de la sociedad hacia el régimen, por las críticas hacia el gobernador y hasta por las bajas calificaciones que se han desprendido de las distintas encuestas llevadas a cabo por empresas reconocidas. Hace unas cuantas semanas el propio gobernador expuso ante cientos de burócratas partes centrales de ese tema: insistió en que hablaran bien de las acciones que ha hecho bien su Gobierno.
Esa petición fue hecha en la capital del estado; seguramente no fue bien operada por los oyentes, porque allá es donde mayor controversia y chismes corren que le llegan directo al mandatario, y que además se reflejan en resultados electorales: empate técnico PRI–PAN; perdido el tricolor en la elección global federal del año pasado.
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En el partido, en su partido, tampoco las cosas han marchado bien. Varios y varias se pusieron a las patadas, le han querido arrebatar el mando político y administrativo e hicieron de todo para buscar relevarlo. Y si lo han tratado de desplazar es porque se han considerado y se consideran mejores y/o que pueden tener mejor desempeño.
El priismo del municipio de Chihuahua ha sido el que más canas verdes le ha sacado al gobernador. Algunos de sus líderes principales no han recurrido al rumor ni a la intriga a escondidas, lo han enfrentado a la luz y abiertamente, tanto que su propio esfuerzo les hizo ganar la candidatura priista a la Presidencia municipal y no por cesión de él, el primer priista de la entidad.
Marco Quezada, su esposa Lucía y gran parte de su grupo de origen, el baecismo, no han podido hacer compatibles sus caracteres y han peleado ferozmente con el duartismo desde el 2012, cuando Marco y sus padrinos mostraron orejitas de lobo hacia la gubernatura. El enfrentamiento sin duda ha sido parte de la imagen golpeada del gobernador en la capital.
En ese contexto, César Duarte ha tenido que recurrir al castigo de los propios para impedir que la situación se convierta en anarquía. Uno de los grandes beneficiarios de su amistad durante el sexenio, Eugenio Baeza Fares, quiso jugar un poco en el bando del marquismo, otro poco con sus empresarios amigos iniciados como políticos “independientes”, otro tanto en sus propios anhelos como político de altos vuelos que podría ser anotado como candidato a la gubernatura, y de pilón dándose el lujo de golpear a uno de los grandes amigos de Duarte: Javier Garfio. Abruptamente fue sometido a castigo.
Todo ello forma parte de la mortificación anímica del político ballezano que tuvo su modesto origen por allá en la Liga de Comunidades Agrarias. Está a punto de concluir el más alto cargo al que pudiera aspirar cualquier político chihuahuense en su estado, pero el vacío y la desconfianza no parece que terminarán en los tres meses que le restan como el principal inquilino de Palacio de Gobierno.
Aunque es muy posible que se considere un político por excelencia acostumbrado a bailar y esperar las tandas sin música, a mantener la piel gruesa y la sangre fría, Duarte seguro reflexiona estos días sobre las razones por las que sus amigos, asesores, compañeros de partido, beneficiarios, operadores, etc., no actúan bajo las líneas de acción por él marcadas, ni le contestan las llamadas o murmuran a sus espaldas temas que no son agradables.
Quizá, nomás quizá, ponga Duarte en consideración si habrá valido la pena todo el costo de los seis años al frente de la gubernatura en todos los rubros para los resultados obtenidos, los personales y los institucionales. ¿Pudo hacerlo de otra manera para conseguir mejor opinión y más lealtades, auténticas amistades, y evitar la presente sensación del “todos están contra mí”? Quizá sí, pero puede ya no importar.
Después del presente análisis indagaremos si al término de la autorreflexión el gobernador se da por bien servido con haber conseguido de su máximo esfuerzo la sucesión para uno de los suyos que le garantice continuar los pendientes y evitar sustos de septiembre en adelante, o se va de frente en busca de seguir su carrera política hasta conseguir que lo caliente el sol de los aplausos generalizados… genuinos.
Don Mirone