Hoy domingo tiene lugar la jornada de oración que la Iglesia católica convocó por la paz de México, esto ante la barbarie de la violencia, los asesinatos y desapariciones que diariamente ocurren, y que han hecho de la nación un país de víctimas.
La convocatoria fue hecha el lunes pasado por los integrantes de la Conferencia del Episcopado Mexicano, la Conferencia de Superiores Mayores de Religiosos de México y la Provincia Mexicana de la Compañía de Jesús, que manifiestan su gran preocupación e inconformidad porque en el país mandan los malos.
Por eso, en un acto sin precedentes, diocesanos y jesuitas rompieron el silencio después del asesinato de los dos sacerdotes jesuitas en Cerocahui, y alzaron la voz para exigir justicia y la revisión de la política de seguridad, para que se detenga la violencia y la muerte en México y se castigue con todo el peso de la ley a los responsables.
“Los abrazos ya no alcanzan para cubrir los balazos”, fue la frase con la que los aguerridos jesuitas pintaron su raya con el Gobierno central.
Esto bastó para desatar la furia del presidente Andrés Manuel López Obrador, quien los llamó hipócritas, politiqueros y conservadores, en otro de sus clásicos exabruptos mañaneros, que dejó muy claro su desafío y rompimiento con el poder religioso.
Sin embargo, este no duró mucho, porque el martes 5, un día después de que la Iglesia católica convocara a la jornada de oración, metió reversa y le bajó cinco rayitas al volumen de su discurso, matizándolo y hasta celebrando la nueva postura de la Iglesia, “porque es otro tono”, dijo.
¿Cuál tono prefiere escuchar el presidente para reconocer que los violentos y asesinos que tienen bañada en sangre a la nación no requieren abrazos, solo el respeto al debido proceso y la aplicación irrestricta de la ley?
¿Cuál tono le gusta al señor presidente para que no moleste a sus castos oídos, si en el país no hay otro que el que producen las armas de los criminales y las mentadas de madre de la ciudadanía por tanta impunidad?
Como en la música distribuida a gran escala, donde la estructura es simple y el sonido es periódico y constante, Andrés Manuel pretende que el tono de la voz pública que llega a sus oídos sea monótono y sin complicaciones, de sumisión total, para que este no perturbe sus somnolientas neuronas.
Exige de opositores, detractores, críticos y periodistas un tono suave, que no desentone con sus ocurrencias e imposiciones autoritarias. Lo contrario desata su furia y desencadena campañas groseras y burlonas desde el púlpito presidencial.
No se ha dado cuenta que en el escaparate en que se encuentra gobernando, todas sus acciones, buenas y malas, inspiran legítimamente a la ciudadanía a expresarse en todos los tonos que merezca su actuar, porque vivimos en una democracia.
Pretende ignorar que los tonos de expresión pública, sean de indiferencia, enojo, crítica, humor, burla o alegría, son parte de la idiosincrasia mexicana y no pueden moldearse a su conveniencia, le gusten o no.
De ahí la postura de la Iglesia católica, que no es precisamente una declaración de guerra, como quiso manipularla en un principio, sino más bien una declaración del hartazgo, el mismo que ya existe en la población porque el Gobierno federal no le ha subido el tono al crimen organizado, que ha tomado al país de rehén, mientras sigue apapachándolos, porque también son personas y tienen derechos.
Tal parece que el presidente quiere ver a los mexicanos agachados e indiferentes ante el mayor de los males que nos aqueja por la inseguridad y la pasividad del Gobierno.
Pretende que no suban el tono ni protesten por las ocurrencias con que se gobierna un día sí y otro también, sin que se cumpla con las promesas de transformación y bienestar social para todos, que ofreció con tanta vehemencia durante los 18 años que buscó el poder presidencial.
Espera que, a 4 años de su gobierno, con el mayor número de homicidios dolosos de todos los tiempos, con la inflación por las nubes, sin obra pública congruente con las necesidades del país y con políticas públicas asistenciales con fines electoreros, los librepensadores enmudezcan.
Le gusten o no, los tonos de protestas de todos los sectores seguirán manifestándose, mientras el nivel de vida de los mexicanos siga en decadencia y las políticas federales de seguridad pública no se cambien por golpes contundentes a la delincuencia, en lugar de los mentados abrazos.
Si aceptamos que debemos vivir en un estado fallido y narco, porque el presidente de la República dice que todo está bien y se enoja porque se le crítica, estaríamos condenando a nuestros hijos y a los hijos de nuestros hijos a un futuro sombrío y siniestro.
De ahí que la manifestación de las ideas no pueda ni deba reprimirse, pues es una libertad consagrada dentro de los derechos universales del hombre y la mujer, que no limita el tono de la expresión, y que debe respetar el mismo emperador en turno, perdón, el presidente de la República, aunque le aturda los oídos y le provoque tinitus.
Esa supuesta hipersensibilidad de AMLO, por el tono con que se critican sus acciones de gobierno, esconde, sin duda, una irresponsable insensibilidad hacia la mayor parte de los males que nos aquejan, comenzando por la violencia del crimen organizado.
¿Acaso por mandato presidencial es el único que puede hablar en el tono que le plazca, sin que nadie lo contradiga, ni critique sus dislates, que en la mayoría de los casos han sido burdas cortinas de humo para desviar la atención de lo que es verdaderamente importante para los mexicanos?
Si enumeramos todas las ocurrencias y barbaridades que ha expresado en las mañaneras, desde la exigencia al Vaticano y a España de ofrecer disculpas a México, hasta la petición para que quiten la estatua de la libertad en Nueva York, ninguna ha sido en tono amistoso o diplomático.
Cómo olvidar el affaire con el Parlamento Europeo, cuando en un comunicado redactado por él y su secretario de Prensa, les dijo a sus integrantes en tono grosero y beligerante, borregos, desinformados y panfletarios.
Alguien le debe hacer entender que en la época de la información en la que vivimos, su censura al tono de la palabra no procede, primero porque la libre expresión de las ideas es un derecho constitucional y, segundo, porque no predica con el ejemplo cuando expresa sus desacuerdos y se convierte en chivo en cristalería al escoger a sus enemigos.
Cuando las redes hierven de indignación con sus amlovers, que persiguen en todos los tonos a los críticos del presidente y solo cesan cuando tienen la sensación de haberse desahogado, destrozando digitalmente a sus adversarios, ni una sola vez les ha llamado a moderar el tono y respetar la discrepancia.
Por el contrario, AMLO los alienta cuando se ha referido a sus fanáticos activistas digitales como las benditas redes sociales, esas granjas digitales que siguen operando desde la clandestinidad, donde la palabra ha perdido su valor y no importa lo que se diga, sino el tono de violencia con el que se diga “contra los enemigos del régimen”.
Si en su controversia con la Iglesia católica le salió el tiro por la culata y tuvo que recular en su agresiva postura. Los ejércitos de haters y troleros no le sirvieron de mucho, porque la opinión pública y las redes sociales, donde participan católicos, cristianos, judíos, protestantes, y ateos, entre otros, fueron dominadas por el hartazgo generalizado.
El tono de la fe cristiana busca simplemente la paz social, pero acostumbrado a la altisonancia de sus conferencias mañaneras, ve moros con tranchete en cualquier expresión pública que no se ajuste a su criterio y a su doctrina.
Esperemos que en la jornada de oración que hoy se realiza en todo el país, no se le ocurra a algún sacerdote criticar su política de abrazos, no balazos, porque sonarán otra vez los tambores de guerra en Palacio Nacional y hasta dirá que la iglesia mintió, porque no bajaron los ángeles del cielo a pacificar la nación.
Con su ortodoxo pensamiento, que no resuelve los macroproblemas de la nación, pero con el que sostiene que “vamos bien”, pareciera que AMLO se adelantó a los tiempos y ya vive inmerso en el mundo del metaverso, ese mundo virtual que permitirá a los seres humanos superar las limitaciones físicas y temporales del universo real, para adentrarse en los que es ficticio y creado por la tecnología.
Probablemente ya hasta tiene su avatar, y esa realidad virtual que está viviendo en su gobierno choca con la realidad diaria de 130 millones de mexicanos. Quizá por eso no hemos dado con el tono que quiere escuchar, para que se ubique como el presidente de todo el país y comience a gobernar para todos los mexicanos, no solo para sus incondicionales.