Todas las obras envejecen, algunas mejor y otras peor, en estas últimas estaría Diario de un seductor (1843) de Soren Kierkegaard (Copenhague, Dinamarca, 1813-1855).
Hay un par de aspectos que hacen interesante el libro, por un lado, la escritura del diario, está muy bien que sean estas entradas las que marcan el desarrollo de lo que pasa con el protagonista narrador, aunque no era algo nuevo, ya que unos cien años antes Daniel Defoe había publicado el estupendo Diario del año de la peste (1722).
Por otro lado, hay una idea que me parece plausible: ver la vida y vivir de manera poética. De alguna forma, estos dos principios están en Los detectives salvajes (1998) de Roberto Bolaño.
Es cierto que no debemos descontextualizar las obras, al menos hay que conocer el contexto en que se escribieron y publicaron.
En el caso de esta pieza de Kierkegaard, se trata del romanticismo europeo, que ya para entonces estaba casi de salida en países como Francia e Inglaterra. Diario de un seductor se inserta perfectamente en los presupuestos románticos, aquellos donde prima el mundo interior, las pasiones humanas desbordantes que se llegan a reflejar en la naturaleza a través de tormentas, tempestades o paisajes desolados, este mundo del amor imposible y que la menor provocación sirve para quitarse la vida. Ese es el contexto del libro.
¿Por qué digo que ha envejecido mal esta obra? Porque las entradas del diario en el que el protagonista diarista da cuenta de la mujer de la que se ha enamorado y de las estrategias que va implementando para seducirla, son las de un hombre que busca abusar de una mujer, pareciera un manual para hacer gaslighting o ghosting y salirse con la suya.
Él conoce a Cordelia en un fiesta y empieza a seguirla, se hace amigo de su tía, le manda cartas y en el diario se ve cómo va urdiendo sus planes para seducirla, para estar con ella, mientras se mofa de todas las mujeres que ha seducido y abandonado, escribe que hay que aprender a engañar a las mujeres.
Al final, confiesa que después de amar a Cordelia, su alma ya no puede pertenecerle y cierra de esta forma el libro: “Si yo fuese un Dios, haría con ella lo mismo que Neptuno hizo con una ninfa: la transformaría en hombre”. Una vez que alcanza su objetivo, ya no le interesa la joven. En esta obra hay algunos pasajes poéticos, pero ha envejecido terriblemente.
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