Cuando era joven, Juan Flores Félix, –hoy de 70 años de edad, 45 de ellos dedicados a diversas funciones, como panteonero–, fue luchador y se hacía llamar “El Danger Man”.
Como gladiador, si bien acepta que no llegó a destacar para considerarse un ídolo de las masas, aunque asegura haber compartido la arena con grandes personajes de la lucha libre.
Sin embargo, hoy en día, su más grande batalla es lograr que lo pensionen para poder estar en casa con los suyos y dejar atrás las apariciones de los fallecidos, historias sobrenaturales que sólo un superhéroe del Pancracio, como El Santo, el enmascarado de plata, hubiera podido enfrentar, aseguró.
“Yo era Danger Man, el Hombre Peligroso. Mi equipo era parecido al de Fishman, pero hace algunos años que me retiré, por ahí en mi casa tengo algunos folletos de cuando luchaba y sí llegué a usar máscara”, aseguró.
Con un horario que va de las 8 de la mañana a las 3 de la tarde, Félix ha trabajado en distintos puestos dentro de los cementerios municipales, aunque también por su calidad de trabajador sindicalizado, ha sido requerido en otras dependencias como Obras Públicas, Mantenimiento, el Rastro, y Servicios Públicos.
Hace un par de meses todavía laboraba en el cementerio Colinas de Juarez, de donde fue reacomodado como ayudante al panteón de La Chaveña, localizado en la colonia del mismo nombre, sobre la calle 5 de Febrero.
“Ya había trabajado aquí antes, lo que pasa es que entraba y salía, me corrían, me cambiaban o me liquidaban, pero conseguía que me volvieran a contratar, ‘ora me dijeron que van a revisar cuántos años acumulo a ver si ora sí me jubilan”, comentó.
Flores Félix espera que en los próximos días las tumbas, que alojan a miles de juarenses, recobren un poco de colorido con las ofrendas que sean depositadas por los familiares de los difuntos, aunque acepta que muchas, quizás la gran mayoría de ellas, no recibirán ni una flor siquiera.
Su aseveración radica en el hecho de cerca de la mitad de los sepulcros tienen más de 50 años de haber sido usados, incluso, hay entierros que datan de finales del siglo 19.
“En todo el año esta solo, sólo hay semanas en las que acuden por los días de la madre, del padre, en el Día de Muertos, pero vienen pocas personas a visitar”, dijo.
Juan Flores reflexiona sobre lo que se encuentra a su alrededor, después de ir viendo algunas tumbas y revisar las fechas de nacimiento y defunción, encuentra que en muchas de ellas, el promedio de los fallecidos se halla entre los 20 y 30 años.
“Antes la gente se moría muy joven, pero era de enfermedad yo aquí veo muchas tumbas de jovencitos, pero ahora se mueren jóvenes por el plomo, antes era por enfermedad, ahora el plomo es el que se los lleva”, comentó.
Mientras camina entre las tumbas, Flores Félix se apoya en un rastrillo para jardín, al andar va haciendo un recuento sobre algunos de los materiales con los que fueron hechas las lápidas y las esculturas que yacen sobre ellas.
En ese momento y sin decir palabra señala al fondo del panteón, justo a unos metros del lado izquierdo de la entrada principal.
Luego de algunos segundos, toma aire y narra que en ese espacio se encuentra la escultura de un ángel que porta un libro, el cual, por las noches se mueve.
“Aquel ángel tiene un libro muy bonito, pero yo lo veo que se le mueve cuando estoy de velador, el libro lo mueve… a otro velador le dije ‘fíjate que yo he visto que el ángel se mueve’, y que me dice, ‘¡yo también wey!’”, indicó.
En la tumba donde se encuentra el ángel yacen los restos de Aurelio y Evangelina Santoyo, quienes fallecieron en 1935 y 1951, respectivamente.
La figura angelical, tiene una corona de ramas que le fue colocada recientemente, Juan desconoce quién se la puso.
“Yo por la ventana lo veo y se hace así”, mueve las manos de manera oscilatoria, como si estuviera meciéndose, mientras carga el libro, iré por allá también hay otras tumbas donde se escuchan ruidos, pero a esas luego vamos, porque mire, Neto es ahorita el panteonero de aquí, yo vengo a ayudarle”, dijo.
Flores Félix se refiere a Ernesto Hernández, de 69 años de edad, tiene 18 años trabajando de manera permanente como cuidador.
Hernández aseguró que las historias que cuentan algunos de sus compañeros “son puras fantasías”, ya que a él en el tiempo que ha permanecido allí, jamás le ha tocado ver nada extraordinario.
“Más bien es la conciencia, de cómo la trae cada quién. Yo voy a cumplir 18 años aquí en abril y está calmado el movimiento, no me ha tocado nada de eso de lo que dicen ver”, puntualizó.
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