Osvaldo Potenza, maestro del tango, en un susurro preguntó en corto al mítico Bucho Camacho: “¿Ché, qué tiene el agua de Juárez que enamora?”.
Recibló por respuesta un ligero carraspeo de Bucho. Potenza se refería a la mujer de silueta esbelta, cadera vaporosa y grabadora y libreta en mano, presta a entrevistar al director de la Compañía Internacional de Tango que tenía un día en Juárez.
Noche argentina
La Compañía, entonces radicada en la Ciudad de México, venía a la sala de convenciones del Instituto Nacional de Bellas Artes (INBA) en el Pronaf. Traía un espectáculo que incluía una veintena de artistas entre bailarines, cantantes y el Cuarteto Argentino de Tango.
Los disparos de la luz de las cámaras de los reporteros se estampaban en el pecho de Bucho, ataviado con una camisa a rayas, cruzada por unos tirantes que sostenían un fino pantalón de terlenca; y en el rostro de Potenza, flaco, de piel correosa, con una amplia sonrisa y unos ojos que bailoteaban divertidos.
Circuló tímido el ron entre las mesas del cabaret de Bucho –era temprano–, y mientras sorbía su bebida, le preguntaban detalles del performance, sobre la historia del grupo y el tango. La presentación era auspiciada por la UACJ, pero el viejo Bucho, con su vocación tanguera, estaba interesado en traer de nuevo a la agrupación.
Era mayo y la noche del viernes subyugaba; era 1988 y los ardientes días de la política hervían; pero esa noche Juárez vibró con la cadencia del tango, con las eróticas caderas de las bailarinas y de los atléticos bailarines.
Esa noche, más de 700 juarenses –tangófilos incipientes algunos, veteranos otros– se reunieron para recibir un emotivo testimonio de lo que es el tango argentino.
“Si mi tierra me inspira con sus llanuras, las arenas del desierto melancólicas por la noche, brillantes de día de esta ciudad me enamora. Por eso quiero volver, quiero maravillarme de ver sus hermosas mujeres y sus hombres de pie”, homenajeó Potenza.
Bailar el tango es un espectáculo que maravilla a cualquiera y hay pocas oportunidades de observarlo. Fueron ocho las parejas las que alardearon con su técnica. Con esa cadencia de paso tambaleante, de muslos al aire, gestos desafiantes y agresivos, de pasos alargadísimos y, sobre todo, del arrebato al desplazarse.
Porque sin pasión, no hay tango
El ballet danzó con la música del temperamental Cuarteto Argentino de Tango compuesto por Coco Potenza en el bandoleón, Mocha Mazza en la guitarra, Manuel Domínguez en el bajo y Osvaldo Potenza en el piano, quien además era director del grupo, fundador y autor de varias piezas.
Los músicos interpretaron más de 30 tangos, entre ellos La cumparsita, El Choclo, Cambalache, Volver, Mi Buenos Aires querido, El día que me quieras, Así se baila el tango (¡Sácale viruta al piso! ¡Aunque nos duela el espinazo!), Cuesta abajo, Se dice de mí (Callate Ché, que también tenés historia), Balada para un loco, La morocha, El Firulete, Pasional, La trampera, y Taquito militar, entre otros.
“De tango somos”, le dice Potenza a Bucho en su cabaret para explicarle las afinidades que comparten mexicanos y argentinos, “porque su problemática existencial y su identidad es afín a la del argentino”.
“Porque sin atardeceres no hay tango y aquí, en esta ciudad, he visto los más hermosos atardeceres que me recuerdan mi pampa querida. Quizá por melancólicos, los que bailan tango no sonríen. Por eso es un género que se debe sentir por la tarde y por la noche”, le comenta Potenza al buen Bucho.
Desde entonces, las noches de cabaret de Bucho las hacían acompañar con rondas de tango intermitentes. Y al entrar las parejas, las damas recibían un clavel o una rosa como símbolo romántico y bohemio que quería darle al lugar.
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