Carlos Urquidi, crítico, productor y activista teatral, analizó la puesta en escena, que hizo el Municipio de Chihuahua de “La golondrina y su príncipe”, considerándola un fiasco.
Analizada desde la óptica de la crítica teatral y dejando de lado la polémica y su costo, dice que la obra carece de impacto en su libreto, escenografía, música, dirección y efectos especiales.
“De entrada, y siendo extremadamente fríos y sinceros, “La golondrina y su príncipe” no impacta ni con su libreto, ni su escenografía, la música, la dirección y tampoco con sus efectos ‘especiales de primer mundo’, y termina siendo una mezcolanza que de original no tiene nada, ya que obras musicales hay muchas y los recursos usados por Espino fracasan, quedando como una mala copia de ellas, remitiéndonos por momentos a cuadros de “Los miserables”, “La bella y la bestia” y “El Mago de Oz”, además de tener la desfachatez de despojar de su crítica social el bien logrado cuento “El príncipe feliz” de Óscar Wilde y convertirlo en un simple cuento infantiloide, condescendiente y manipulador”, detalló el también periodista cultural.
La “lección de humanidad, amor y generosidad” del trabajo de Wilde, detalló, se pierde entre fierros y maquetas disfrazados de oropel, refiere el crítico.
“Recordemos que los cuentos de hadas en su análisis, antes de la romantización inventada por Disney, no son precisamente miel sobre hojuelas. Basta mencionar ‘La niña de los cerillos’ de Hans Christian Andersen”, analizó.
Destacó que “La golondrina y su príncipe” falla en casi todos sus aspectos, tanto en su libreto como en su montaje. Primero por caer en el error de creer que todo mundo conoce el libro en la que se basa y va sumando personajes carentes de identidad propia, sin un leve contexto y peor aún, descuidando hasta el tono y los matices de voz. No es posible, creíble, que todos mantengan una misma personalidad sin marcar la diferencia de creencias socioculturales y económicas en las que se desarrollan.
Ese detalle, aseveró, serviría para que el espectador defina si está ante una tragedia, un drama o una comedia y no, aquí todos tienen voz y actitud, aunque algunos de ellos deban interpretar personajes que están muriendo de hambre o frío.
“Aquí una explicación necesaria: se llama acto a cada una de las partes en las que se divide la obra, así, cada acto se divide en cuadros y escenas donde se desarrolla una situación”, dijo.
Recordando y aplicando lo anterior, “el espectador debe reconocer perfectamente cada acto con ayuda de la escenografía y el desarrollo, debe olvidarse de tal o cual decorado cuando el personaje se transporta a otro lugar o situación, pero aquí no cuaja tal elementalidad teatral, pues la escenografía es tan tiesa, tan apretada, en un espacio tan reducido que el recurso del cañón de luz que los sigue resulta insuficiente para separar cada acto. No hay telones, no hay apagón completo de luces, no hay nada tan básico para crear esa atmósfera de tiempos”, señaló.
“Seguido de un momento francamente aterrador: el Príncipe canta ‘solos tú y yo’, pero al mover la cabeza, dan unas ganas extremas de salir corriendo, su cara de resina, o sabrá Dios qué material es, aunada a los efectos especiales, por llamarlos de alguna manera, crea un efecto de películas de terror”, concluyó.
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