Se escucha el atomizador. Miles de gotas caen en la tela de una camisa. Con presión, la señora imprime su energía, aplasta paso a paso por el estrecho camino que recorre el objeto plano que quitará las arrugas, para transformarla en lienzos lisos socialmente aceptables.

Ya los antiguos griegos consideraban como signo externo de refinamiento vestir ropa sin arrugas. Todo lo planchado tiene fecha de caducidad, por eso regresamos semana tras semana al lugar donde esta actividad tiene un valor.
La señora de la planchaduría se llama Chayito. Y recién acaba de concluir su última semana de ofrecernos sus servicios.
La infame pandemia
Las consecuencias de la pandemia siguen afectando día a día los esfuerzos y los sueños de muchas personas que sucumben ante la falta de clientes.

Aumento de rentas y más gastos, que ya no son costeables y que solo incrementan la frustración y alargan la tristeza de ver perdido lo que se construyó de a poco y se pierde de a mucho, en muy poco tiempo.
A menudo me encontraba con vecinos y amistades que dejaban su ropa al local. No tenía idea de cuántos dependemos de este trabajo que realizan las personas que nos planchan, las cuales merecen nuestro respeto y valía.
El lazo que nos une
El vínculo de todos y todas en este espacio no es la ropa, las garras o las prendas de pedigrí que pudiéramos tener, sino es la presencia cálida y cándida que nos ofrece una señora que ama y respeta su trabajo.
Sabemos de su esfuerzo por mantenerse y permanecer varios años entre nosotros, que con el paso del tiempo generó una gran confianza y cercanía.
Chayito es una mujer adulta que habla sobre su trabajo, comparte sobre su familia, nos da ejemplo de que a pesar de las dificultades y enfermedades hay que salir adelante. Uno que otro ha entrado bailando a ritmo de una ranchera, otros hemos reímos y hasta hemos llorado con ella.
Al abrirse esa puerta, le contamos de nuestros viajes, o como nos fue en el día, de la alergia y la alegría de los hijos, de lo que nos pasa en la oficina, de cómo está el clima, etc., algunos nos quedábamos un buen rato para seguir la charla, de hecho, creo que más de uno se ahorró la consulta del psicólogo.
Chayito es más que la señora de la planchaduría
Su presencia diáfana y amable, nos coloca en un pensamiento menos capitalista, ya que no pensamos en Chayito la de la primera planchaduría en la Valle del Sol, es Chayito la que sabe cuál es la camisa que más nos gusta, que ese pantalón es el favorito, que me agrada con raya o sin raya, que esa prenda me la regaló mi mamá en un cumpleaños o mi esposa en el aniversario, que la ropa de la escuela de los niños es primero, incluso, creo que alguien por descuido le ha enviado a planchar hasta sus calzones, ella siempre discreta.
Ya no es Chayito la de la planchaduría, es incluso la que te llegó a fiar, porque no te llegó el dinero de la semana o la quincena. Es Chayito la que escuchó la historia de lo perdido y lo encontrado en una de esas bolsas que se han agujerado con el tiempo, o las que han reventado el botón, en las que se ha encontrado esos 100 o 200 pesos que dejaste olvidados en ese saco o pantalón.
Chayito la del cariño, la amiga, la madre…
Chayito ya no es la de la planchaduría, es la que con su energía, trabajo y cariño realzó lo que tú no haces, no puedes, no sabes, no quieres, pero eso sí, de lo que te sientes orgulloso u orgullosa cuando portas al salir al mundo, donde la sociedad te da el crédito del lienzo liso.
Ella desempeña uno de los oficios y trabajos que valen la pena ser siempre valorados. Representa los recuerdos de las madres que planchaban los tambaches de ropa cada semana de todos los hijos e hijas, son memorias que algunos tenemos.
Dejarle culturalmente a la mujer este trabajo y otros ha sido una cuestión recurrente en la formación que arrastramos. Ahora muchos recurrimos a alguien que nos apoye por el ritmo de vida que tenemos, pero ese trabajo es duro y pesado, ¿a quién no se le ha quemado una camisa o una blusa? ¿quién no ha dejado la plancha conectada cuando te vas al trabajo? ¿quién no ha manchado alguna prenda favorita? Cómo es que, por perder la atención, en un instante, se nos olvidó que la plancha estaba enchufada y ha ocurrido una tragedia, ¿qué se quemó? ¿era el uniforme de la escuela o el vestido favorito?
Chayito la que llora
Chayito llora cuando sabe que ya no podrá estar en su negocio, sabe que ya no podrá tener ese contacto personal con nadie.
“Me tengo que ir, no puedo estar viviendo estresada, los extrañaré y seguro si alguien quiere, puedo pasar por su ropa para plancharla en mi casa, pero ya no puedo así” y comienza el llanto,“Sí, los extrañaré, es lo que más me puede” …
Agradecemos a Chayito su servicio, porque como ella miles luchan desde sus oficios y trabajos para seguir la lucha por la vida en estos tiempos de pandemia.
Chayito de tod@s
En este lugar de México, en este norte llamado Ciudad Juárez, ya no es Chayito la de la planchaduría, es ahora la amiga, la hermana, la tía, la compañera, algunos dicen que la esposa… pero en algo no hay duda, Chayito ya es de la familia, no la de la planchaduría.
Seguro ella emprenderá nuevos proyectos y sueños, porque en esta frontera, esos, nunca pueden, ni deben perderse, NUNCA
