El año de 1997, específicamente su mes de agosto, se distinguió por ser el momento en el que las puertas del infierno se abrieron en nuestra ciudad en una época moderna.
No es que antes no hubiera existido en nuestras calles la atrocidad y la muerte, sino que, ante el recrudecimiento de la violencia tras la muerte del líder del Cártel de Juárez, Amado Carrillo “El Señor de los Cielos”, quien había fallecido a principios del mes de julio de ese mismo año, se generó una disputa entre grupos criminales contrarios, por apoderarse de la plaza.
En esa guerra entre narcos, la vida de muchos fue arrebatada en lugares públicos, destacándose los siniestros casos ya narrados en este espacio, entre los que se cuentan la masacre en el restaurante Maxfim, el cruel asesinato de cuatro médicos y el ataque a clientes en el bar Gerónimo’s, hechos, que algunos atribuían a un mismo comando ejecutor.
Es aquí donde la realidad supera a la ficción y cobra un giro inusitado, ya que el principal grupo sospechoso era uno en el que participaban varios expertos en artes marciales, a tal grado que las autoridades le reconocían como “Los Sicarios Karatecas”.
La historia parece sacada de una película de Hollywood, sin embargo, se trató de un caso real, el cual mantuvo en jaque a las autoridades.
Fue a mediados del octavo mes de 1997, específicamente el 18 de agosto, cuando periódico Norte reportaba en su portada como nota principal, la incursión de esa poco usual agrupación de asesinos.
“Identifican a un grupo de sicarios karatecas”, se leía a ocho columnas en la primera plana.
Una banda identificada como “Karatecas”, aparecía en los reportes internos de la entonces Procuraduría de Justicia del Estado (PJE), grupo al que se le relacionaba con el narcotráfico y otra serie de ilícitos ocurridos en esta frontera.
Los informes oficiales de aquellos días, vinculaban los crímenes ocurridos en el restaurante Maxfim, con una serie de secuestros, en los que intervenían expertos en artes marciales, lo que fortalecía dicha línea de investigación.
La célula artemarcialista de asesinos, aparentemente se encontraba al servicio del crimen organizado, lo que encendía las alertas de las autoridades, que no tenían antecedentes de haberse enfrentado a un comando de esa naturaleza.
Además de lo anterior, pocos eran los datos que se tenían en cuanto a ese nuevo peligro en las calles, sin embargo, el rastro de sangre que habían dejado, ya era preocupante, debido a que se les relacionaba con al menos 10 secuestros de personas en distintos puntos de la ciudad.
Las investigaciones que realizaba tanto la PJE, como la entonces Procuraduría General de la República (PGR), indicaban que la gran mayoría de los secuestros que tenían lugar en aquellos días en Ciudad Juárez, estaban relacionados con el narcotráfico y eran atribuidos a agentes encubiertos del entonces Instituto Nacional de Combate a las Drogas (INCD).
“Las investigaciones apenas empiezan, se pueden atribuir a agentes del desaparecido INCD muchas desapariciones, pero se tienen que probar”, declaraba en aquel entonces el visitador especial de la PGR, Francisco Hernández.
Los Sicarios Karatecas, una amenaza real
Aunque eran escasas las pistas que tenían las autoridades, una de ellas, de la PJE establecía la relación con un médico, David P., tenía un grupo de guardaespaldas dedicados al resguardo de presuntos narcotraficantes.
Según las indagatorias, el médico era un experto en artes marciales y varios de sus alumnos estaban involucrados en varios hechos delictivos en esos días.
Meses atrás de las grandes masacres del año, se vio operar al grupo de los sicarios artemarcialistas en un hecho ocurrido durante el mes de mayo.
En aquella ocasión, un grupo de ocho sujetos a bordo de dos vehículos intentaron interceptar a una mujer que viajaba en una camioneta, sin embargo, la víctima se percató de que era perseguida y aceleró la camioneta en la que viajaba.
Al llegar al cruce de las calles Fray Junípero y Valle de Juárez, la mujer perdió el control del vehículo y terminó volcada, sin embargo, una pronta actuación de las autoridades evitó que la mujer fuera secuestrada o asesinada, logrando detener a varios de los perseguidores.
Sin embargo, la mujer decidió no presentar cargos, por lo que sus fallidos secuestradores quedaron en libertad.
Las autoridades contaban en ese momento, con dos líneas de investigación de decenas secuestros, –tomando en cuenta los acontecidos entre 1994 y 1997–, algunos señalaban en los primeros años al grupo de agentes federales y por otro lado, en el tiempo más reciente, se fortalecía la teoría de los asesinos karatecas.
En la mayoría de los casos, las autoridades consideraban que los secuestrados, ya se encontraban muertos.
El visitador Hernández refería que en la mayoría de los casos, tras retomar las investigaciones se encontraban con información nueva, que la familia no había revelado y que se relacionaba con asuntos pasionales con personas allegadas al crimen.
“Lo que es una realidad, es que en Ciudad Juárez operan varias bandas dedicadas al secuestro de personas, todos actúan con sistemas tipo policiaco o paramilitar y si matan a las víctimas, nunca recuperamos los cadáveres”, señaló en aquella ocasión.
Según los archivos periodísticos, los grupos criminales dedicados al secuestro, una vez que obtenían la información, el pago de deudas o drogas que habían sido robadas a los cárteles, eliminaban a los raptados, deshaciéndose de los cuerpos, arrojándolos en una fosa donde eran cubiertos con cal y químicos, lo que generaba una reacción hasta que no quedaba rastro de ellos. En otras palabras, eran desintegrados.
Las autoridades se preparan para pelear contra un enemigo fantasma
Al haberse convertido los Sicarios Karatekas en un peligroso grupo a la orden del crimen organizado, las autoridades tenían que estar preparadas para todo.
Fuentes cercanas a la PJE revelaron que, durante esos días, un grupo especial conformado por elementos policiacos y agentes del Ministerio Público, comenzó a ser adiestrado, para un posible enfrentamiento contra los expertos artemarcialistas.
Fueron varios meses en los que los agentes de la desparecida corporación policiaca fueron sometidos a un intenso entrenamiento, para de alguna manera repeler un ataque, en caso de que este se diera cuerpo a cuerpo.
La realidad es, señala la fuente que atestiguó aquellas sesiones de ejercicios extremos, que la corporación no contaba con elementos en condición física adecuada, por lo que el trabajo con ellos debió redoblarse, si no se quería ver en las calles una nueva tragedia y humillación para la dependencia policiaca.
Para fortuna de los agentes estatales, el enfrentamiento entre ambos bandos nunca llegó a darse. Como si se tratara de ninjas que una vez cumplida su misión, desaparecen entre las sombras, los artemarcialistas dejaron de operar en las calles de Juárez, dejando tras de sí, una estela de horror, de misterio, un caso siniestro que, como muchos otros más de los que ocurren en nuestra ciudad, jamás fue resuelto.