La fría noche del lunes 19 de noviembre de 2001, un grupo de amigos decidió reunirse en el Hooligans, un antro que en ese entonces se encontraba de moda entre la juventud juarense. Era un espacio agradable, con la música del momento y un ambiente ideal para acudir a celebrar el cumpleaños de uno de ellos.
Pese a que la fecha había caído en inicio de semana, no desanimó a nadie, por lo que acudieron a la celebración.
Ninguno de los jóvenes que asistió aquella noche, tanto los que protagonizaron este triste capítulo de la violencia en nuestra ciudad, como los demás que acudieron, imaginó que esa ocasión marcaría una de las páginas más siniestras, al inicio del nuevo milenio.
Esa noche, lo que parecía un simple malentendido se convirtió en un altercado y posteriormente en una pelea en el interior de la discoteca-bar, que daría paso a una de las páginas más oscuras de la localidad.
Aunque la ciudad había sufrido ya innumerables episodios amargos derivados de la muerte de mujeres y hombres inocentes, el azoro y la maldad inhumana nuevamente ponían a prueba a los juarenses.

¿Qué ocurrió aquella noche del 19 de noviembre de 2001?
En los archivos periodísticos de Norte quedaron los testimonios de aquella celebración que terminó en tragedia.
Un grupo de jóvenes había acudido a celebrar el cumpleaños de un amigo, David, quien decidió festejar en el Hooligans, que se ubicaba en las inmediaciones del puente ‘al revés’, sobre la avenida Tecnológico, a unos metros de la avenida Gómez Morín.
Entre los invitados al cumpleaños de David, se encontraban Juan Antonio, Oscar, Eduardo y Raúl. La velada había transcurrido con normalidad, entre risas, bromas, canto y baile. Era la 1 de la mañana cuando la alegría se transformó en peligro.
Eduardo había visto a una chica en otra mesa a la que invitó a bailar, sin embargo, la joven le dijo que venía acompañada, por lo que declinó la invitación, pero al regresarse a su mesa fue interceptado por uno de los acompañantes de la mujer, quien se paró y le dio un puñetazo en la cara.
Al momento, el joven agredido fue retirado por guardias de seguridad, quienes le instaron a irse del lugar, “no sabes con quién se meten”, según se narra en las notas periodísticas.
Fue tal la premura, que una cuenta de 3 mil pesos no fue cubierta, yéndose los muchachos de manera inmediata del lugar, decidiendo ir a seguir la celebración a la casa de uno de ellos en la avenida Ejército Nacional.
Sin embargo, al dirigirse a la vivienda, se percataron que una patrulla de la Policía Municipal, la unidad 743, los seguía de cerca y al estacionarse en la cochera fueron abordados por los uniformados, que para ese momento habían encendido la torreta de la unidad.
Después de afirmarle que se trataba de una revisión de rutina, los agentes decidieron retirarse del lugar, al observar la buena disposición del conductor y que el vehículo ya se encontraba dentro del domicilio.

Comienza el terror
Los archivos periodísticos dan cuenta de lo que aconteció minutos después de que la patrulla se retiró, se narra que al mismo lugar acudió un comando armado integrado por cinco camionetas de distintos modelos.
De los vehículos descendieron 10 sujetos fuertemente armados con rifles R-15 y AK-47, conocidos como ‘cuernos de chivo’ y al grito de “Policía Judicial Federal”, los encañonaron, apuntando hacia la frente de los jóvenes, se narra en las versiones periodísticas.
Uno de los muchachos que se encontraba en el lugar, fue golpeado salvajemente con las culatas de las armas en la nuca y cayó inconsciente, tiempo después se dijo que se le había dado por muerto y mientras era auxiliado por otras personas, el grupo de pistoleros se llevó a Juan Antonio, Oscar, Eduardo y Raúl.
Aquella ocasión, describen los testimonios, se intentó pedir ayuda a través del número de emergencia –entonces era el 060–, pero nunca llegaron los cuerpos de seguridad.
Se inició así, una dolorosa búsqueda por parte de familiares y amigos de los secuestrados, en hospitales y estaciones policiacas, para encontrar a sus seres queridos. Era la madrugada del martes 20 de noviembre de 2001.

Días de zozobra hasta la inminente tragedia
A pesar de los esfuerzos de los seres queridos, las pesquisas por encontrar a los jóvenes dieron nulos resultados, hasta varios días después, el sábado 24 de noviembre, cuando la ciudad, se levantaba con una nueva tragedia.
El periodista Juan de Dios Olivas, narraba la atroz información en su nota titulada “Ejecutan a ‘levantados’”, publicada en primera plana de Periódico Norte, el domingo 25 de noviembre.
“Cuatro jóvenes que fueron ‘levantados’ durante las primeras horas del martes, fueron encontrados estrangulados y encobijados en un lote baldío ubicado en la calle Aguirre Laredo, entre las avenidas Tecnológico y Valentín Fuentes, informó la Policía Judicial del Estado”.
El hallazgo ocurrió a las 7:40 de la mañana, muy cerca de un colegio y fue denunciado por vecinos del sector, añadía el reporte informativo.
Las víctimas fueron identificadas como Juan Antonio, Oscar, Eduardo y Raúl.
“Ellos fueron ‘levantados’ por un comando armado, luego de haber sostenido un incidente en el bar Hooligans. Todos fueron ejecutados luego de ser torturados, el mismo día del incidente, informó la PJE”, agregaba el reporte de Norte.
Los jóvenes fueron encontrados en un terreno baldío, estaban envueltos en cobijas con estampado a cuadros, de distintos colores y sus cuerpos estaban completamente desnudos y amarrados de pies, manos y sujetos al cuello, con un cordón de plástico.
“Las autoridades tienen todos los elementos para actuar contra los responsables”, exigían los familiares de las víctimas.

Las autoridades se deslindan de los hechos
Luego del levantamiento de los cuerpos, las autoridades policiacas se pronunciaron sobre el caso; uno de ellos, Arturo González Rascón, entonces procurador de Justicia del Estado, descartó realizar una investigación de la corporación que dirigía, ya que se investigaría como hecho delictivo, específicamente homicidio.
Por su parte, el entonces director de Policía, Guillermo Prieto, comentó que se reforzaría la vigilancia en lotes baldíos, para evitar que hechos similares siguieran presentándose.
En aquel momento descartó participación alguna de los elementos preventivos en los hechos, ya que estos realizaban sus recorridos rutinarios de vigilancia por el sector.
“Son aseveraciones de muy mala gana porque ya se comprobó que los oficiales de la patrulla 743, ellos lo que hicieron, es el sector donde viven estos jóvenes, ellos interceptaron ese carro porque venía a una velocidad exagerada, les marcaron el alto, no obedecieron y llegaron hasta el domicilio”.
“Ahí habría otros jóvenes, llegó la patrulla y el mismo joven, el guiador, se bajó a ver qué quería la Policía y ya la patrulla les hizo mención de por qué no se paraban si venían con las torretas prendidas indicando que se pararan y se estacionaran”, comentó.
“Ellos les dijeron que venían huyendo del Hooligans por un problema que habían tenido con algunas personas, que ahí les habían sacado un arma de fuego” agregó.
“Procedieron a retirarse los elementos, pero el guiador les dijo si gustaban revisar el carro; no hubo necesidad, se retiraron los elementos y aproximadamente a los 40, 45 minutos se recibió la llamada de que había una riña en ese lugar. Al acudir otra unidad que no fue (la 743), uno de los mandos reportó todo sin novedad. Tengo entendido que ya se habían llevado a cabo los hechos” mencionó el funcionario en dicha entrevista.
Indicó que los agentes fueron presentados al siguiente día de los hechos ante la autoridad competente.

Un enigma hasta hoy, la identidad de los culpables
Poco se supo de los responsables del crimen que consternó aquellos días a la comunidad fronteriza. De la escasa información que trascendió, existieron versiones de que los probables participantes en la riña al interior de la discoteca, eran guardaespaldas de un personaje del crimen organizado.
Se señalaba que dicho capo pudo haber ordenado la masacre, reuniendo un comando armado en menos de 16 minutos, además de contar con el apoyo de agentes de diferentes corporaciones para llevar a cabo el ‘levantón’.
En aquellos días, a finales de noviembre, el periodista de Norte, Salvador Castro, hacía un recuento de los hechos de sangre acontecidos en el 2001.
La nota “Rompen ejecuciones récord; van 56 este año”, describía que “pese a los pronunciamientos de los gobernantes de que los delitos van a la baja, en lo que va del presente del año, se han registrado 42 ataques de presuntos sicarios en esta frontera, con un saldo de 56 muertos”.
Las autoridades justificaban los nulos resultados en sus investigaciones, debido a que la comunidad no ayudaba, ni siquiera de manera anónima para dar con el paradero de los asesinos que operaban en las calles de manera impune.
En las noticias referentes a los servicios funerarios de los cuatro jóvenes asesinados de manera impune y bestial, a quienes su partida les fue llorada profusamente por familiares, amigos y seres cercanos que les reconocían como gente de bien, se señalaba que entre los lamentos, se escuchó una voz que susurraba entre los llantos “Dios hará justicia, ya lo creo, claro que lo hará”, en esa que fue en la última despedida de los jóvenes, cuyo único error fue salir a divertirse esa noche, al lugar equivocado.