En la historia de la violencia que ha acontecido a lo largo del tiempo en Ciudad Juárez, sin duda alguna, el 2010 está inscrito tristemente como el año más violento de todos, al acumular 3 mil 64 asesinatos en tan solo 12 meses.
Fue en ese año cuando se tuvo el pico más alto de homicidios en la ciudad, relacionados con la disputa entre cárteles criminales, pelea enmarcada en la fallida guerra contra el narco, declarada así por el entonces presidente de México Felipe Calderón Hinojosa, a quien en el 2006, se le ocurrió nombrar así a su estrategia de seguridad nacional.
Durante el sexenio calderonista, la ciudad estuvo tomada por miles de militares y policías federales, quienes no solo jugaron el papel de meros espectadores de los crímenes, sino que también fueron acusados de extorsión, secuestros, violaciones a los derechos humanos de los juarenses y también de haber cometido homicidios, muchos de los cuales, a la fecha continúan impunes.
Fue en el 2010, cuando los cárteles que en ese momento disputaban Ciudad Juárez elevaron la violencia a un nivel nunca antes visto en esta frontera.
La tarde del 15 de julio de 2010, lo que suponía sería la atención de un supuesto herido en el cruce de la calle Bolivia y avenida 16 de Septiembre, se convirtió en una noticia que le dio la vuelta al mundo, al presentarse el estallido de un coche bomba y una segunda explosión que mataría a tres personas y dejaría lesionadas a otras 13, principalmente agentes federales y paramédicos.
Entre quienes perdieron la vida estaban un policía federal, un médico y un civil disfrazado de policía municipal, que fue usado como señuelo.
En la memoria de los juarenses, este fatal atentado será recordado como como el primer acto narcoterrorista de la historia reciente, aunque las autoridades de aquellos días se negaron a clasificarlo como tal.

Un jueves fatal para la ciudad, captado por un camarógrafo
La experiencia de actos terroristas no es ajena a los juarenses. En 1939, una bomba oculta en un paquete de mensajería le arrebató la vida al alcalde José Borunda Escobar y a su conserje, cuando se encontraban en el despacho del primero, en la hoy Antigua Presidencia Municipal.
Desde entonces, no se tenía noticia de una situación siniestra como la acontecida aquel atardecer del jueves 15 de julio. El objetivo de este ataque, se supo con el tiempo, eran los elementos de la Policía Federal, quienes acudieron en apoyo a los cuerpos de rescate para atender un llamado de emergencia.
El momento fue captado por el camarógrafo de canal 5, Luis Hernández Núñez, quien regresaba a la televisora donde laboraba cuando se topó la escena donde los paramédicos prestaban atención a un supuesto policía tirado en el piso.
Con tan solo unos segundos grabando, Hernández logró capturar cuando se suscitó el estallido que dejó cuatro personas muertas y una decena de lesionados, entre ellos seis elementos federales, tres rescatistas y el propio camarógrafo.
Hernández Núñez, detuvo su marcha cuando regresaba a la televisora para hacer algunas tomas del hecho, sin pensar que las imágenes que captó, fueron justo el momento de la explosión del coche bomba, un documento considerado histórico y de gran trascendencia.
Curiosamente, Hernández nunca tuvo un reconocimiento por ninguna agrupación periodística por la grabación que dejó constancia del terror que se vivía en esa época.
En contraparte, ante la violencia y las posibles repercusiones que pudo haber tenido, Luis Hernández optó por autoexiliarse, después de pasar por un proceso de recuperación de las esquirlas que lo hirieron.

Usaron 10 kilos de explosivos
De acuerdo con el peritaje dado a conocer aquellos días, en el lugar se encontraron residuos de 10 kilos de explosivo C-4, infinidad de clavos y tornillos que sirvieron como esquirlas mortíferas, así como restos de un aparato celular que habría servido como receptor para activar la detonación.
La explosión hizo que el auto bomba se elevara a una considerable altura, según testimonios de personas que se encontraban en ese lugar, el vehículo cayó a varios metros de donde se encontraba, extendiendo sus llamaradas hasta los edificios cercanos, convirtiendo la zona en un infierno.
Tres muertos y 13 heridos. El atentado cobró la vida de César Gabiño Aviña, un civil que había sido disfrazado de policía y se encontraba tirado en el cruce antes mencionado reportado como herido, pero que en realidad fue usado como señuelo, según informaron las autoridades en su momento.

En la explosión del coche bomba también murió el médico José Guillermo Ortiz Collazo, quien acudió a apoyar a los paramédicos y al agente federal Ismael Valverde.
Ortiz Collazo era un personaje querido en la comunidad artística y cultural, integrante del grupo Los Silver y que aquella tarde salía de su consultorio para ir a casa, al escuchar el estruendo, sin dudarlo corrió a auxiliar a los heridos.
El músico y galeno absorbió la mayor carga de los proyectiles que salieron del auto bomba que se encontraba estacionado a unos metros, mientras revisaba al uniformado tirado en el piso.
En el cruce de la 16 de Septiembre y Bolivia hay una pequeña placa que fue colocada en su memoria, donde cada año, familiares, amigos –ante la total ausencia e indiferencia de representantes de los tres niveles de Gobiernos–, acuden a honrar su memoria, la del héroe que hasta el último momento de su existencia, dio su vida por el bien de Ciudad Juárez.
La madrugada del 5 de mayo del 2014, luego de media docena de cirugías y casi tres años de sufrimiento por las afectaciones de salud, falleció Gabriel Cervantes Rojas, teniente del Departamento de Rescate Municipal, quien se convirtió en la cuarta víctima mortal por este atentado.
Entre las personas que resultaron heridas había otros dos paramédicos y siete elementos de la Policía Federal que se encontraban en el lugar, mismos que lograron recuperarse.
También estaba el camarógrafo del Canal 5, Luis Hernández Núñez, quien resultó herido en el pecho, el estómago y un pie, y tuvo que ser sometido a cirugía para retirarle las esquirlas.
Otra de las personas lesionadas fue el taxista Eliseo Carrillo, de 39 años de edad, quien esperaba a unos clientes, cuando escuchó un primer estallido y al asomarse a la esquina surgió una segunda explosión en la que resultó con heridas en el estómago, cabeza, intestino, páncreas, piernas y brazos por las esquirlas y tornillos que salieron por millares en todas direcciones.

La guerra que no tiene fin
Según la Secretaría de Seguridad Pública Municipal, el ataque estaba dirigido a la Policía Federal y fue una reacción a la captura de Jesús Armando “El 35” Acosta Guerrero, un líder de La Línea, quien había sido detenido la mañana del mismo jueves y al que se le adjudicaba la participación en al menos 25 homicidios en contra de integrantes del cártel de Sinaloa.
Quince años después de este fatídico acontecimiento, la disputa entre cárteles rivales continúa sumando víctimas en las calles de nuestra ciudad, donde las autoridades han asumido como normales los enfrentamientos y homicidios entre grupos antagónicos.
