Joaquín Antonio Peñalosa (San Luis Potosí, 1922-1999) fue poeta, sacerdote y catedrático. Tiene varios estudios sobre otros escritores y su obra poética se encuentra en los siguientes títulos: Pájaros de la tarde (1948), Ejercicios para las bestezuelas de Dios (1951), Siete Poemas (1959), Canciones para entretener la Nochebuena (1961), Un minuto de silencio (1961), Sonetos desde la esperanza (1962), Museo de cera (1977), Sin decir adiós (1986), Aguaseñora (1992), Copa del mundo, Cántigas de Santa María (1997). En esta ocasión les hablaré de una compilación que preparó el poeta Hugo Gutiérrez Vega titulada Cantar de las cosas leves (1999). En este libro se reúnen poemas de diferentes poemarios de Peñalosa.
Destacan varios aspectos en los poemas reunidos por Gutiérrez Vega, como la natural presencia de lo divino y la tradición católica en sus versos, así como la mirada que tenía Peñalosa por los detalles, por las cosas minúsculas y cotidianas y que él las elevaba con un tratamiento sublime. En varios momentos recuerda el libro de los Salmos, de los que una buena cantidad fueron compuestos por el rey David; por ejemplo, en “Benedícite de las cosas menudas”, Peñalosa inicia con una especie de acotación: “Cantemos el himno de las cosas breves,/ de las criaturillas que alcanzaron el último soplo de Dios” y en los primeros versos se lee lo siguiente: “Bendice a Dios, cuerno de luna, donde los ángeles grandes columpian a los chiquitos”; otro verso dice así: “Bendígalo la mariposa que con su polvillo tornasol detiene el caer de la tarde en un momento de mariposas de oro”.
La tradición de este poeta potosino no es únicamente la cristiana o religiosa, también es la hispánica y la mexicana, la tradición oral y popular, incluso dialoga con la poesía contemporánea, en algunos momentos critica a la clase política, a la sociedad, incluso a los teólogos. Se puede decir quizá una obviedad al hablar de poesía, pero Peñalosa busca la musicalidad en sus poemas, no solo hay un decir, sino un cantar, por eso el tino del título, así leemos los primeros versos de “Aguaseñora”: “El agua incolora:/ qué olímpico desfile de banderas,/ nadie bebe jamás un vaso de agua/ sino una luz licuada de zafiros”. Sonoridad e imagen están vertidas en el poema que remite también a Gorostiza. Larga vida a la poesía y a sus poetas. *Los comentarios del autor son responsabilidad suya y no necesariamente reflejan la visión del medio.