Cuando María Luisa Gutiérrez Rodríguez, de 84 años de edad, piensa en las noticias que surgen sobre casas abandonadas y deshabitadas, un sentimiento de tristeza se refleja de inmediato en su rostro: sus ojos se llenan de lágrimas y el quebranto en su voz le impide completar una oración.
“Es que… ¿cómo es posible?, ya tanta casa sola… y una sufriendo”, dice.
Su hijo, Samuel Escobedo Gutiérrez, se encuentra junto a ella, sentado en su silla de ruedas y le pide que reconsidere su sentir, ya que afirma, no cuentan con los recursos para sostener un hogar, en caso de que les fuera otorgado.
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“Yo le digo a mi mamá que aunque la tuviéramos no habría manera para pagar los recibos, para comer siquiera”, señala, mientras le observa conmovido por las lágrimas que ruedan lentas por los arroyuelos que se forman en su rostro en las arrugas.
Hay un grado en la conciencia en doña Mary que le hace considerar lo anterior, es entonces que recuerda que el departamento donde habita, gracias a la ayuda de su propietario, Daniel Castañeda, le ha servido para poder tener un techo dónde pernoctar.
“Aquí ya tengo 17 años viviendo. Mi hijo me ayuda con lo que puede, el señor que tiene la casa, el que me renta los cuartos, me ha tenido consideración porque antes me cobraba 700 pero ya me bajó a 200. Con su ayuda he podido seguir aquí”, comentó.
Víctima de una embolia desde hace una década, Escobedo Gutiérrez, un exprofesor y extrabajador de maquiladora, ha llevado un proceso lento de recuperación y desde hace algunos años, le ayuda a su madre a vender ropa de segundas para sostenerse.
Doña Mary, como la conoce la gente que le ayuda, es una persona amable y educada, sonríe la mayor parte del tiempo y no duda en invitar a pasar a su domicilio, compuesto de dos pequeños cuartos y un baño.
“Sólo cierren los ojos ustedes, porque está algo amontonado”, advierte a manera de disculpa, mientras intenta empujar la puerta principal del departamento.
“Es que… tengo aquí unas cuantas cositas que me estorban para pasar, pero ahora verá”, agrega.
Al ingresar, las dificultades generadas por el amontonamiento saltan a la vista: miles de piezas de ropa acumuladas y colocadas en todos los lugares posibles del interior hacen casi imposible movilizarse.
En el piso sólo hay menos de un metro despejado frente a la entrada principal, el resto de las habitaciones están llenas a su máxima capacidad de artículos diversos.
Se trata de bultos de prendas y aparatos, bolsas de plástico de supermercado que están llenas de papeles, chamarras, pantalones y demás objetos que desde hace 10 años ha ido acumulando.
Los artículos son para venta, aunque es tal el acumulamiento que ya no le permiten siquiera tener acceso a su cama, para dormir.
María Luisa, sin saberlo, pudiera ser víctima de un transtorno que se le conoce como “acumulador compulsivo”, padecimiento que también se le conoce como El Mal de Diógenes.
Según el Instituto de Terapia Cognitivo Conductual, en su página web, este trastorno describe a una persona que obtiene y guarda una gran cantidad de objetos, incluso cosas que parecen inútiles o de poco valor para la mayoría de la gente.
Dichos objetos ocupan espacios, obstruyendo su uso adecuado, y pueden provocar niveles de angustia en las personas o problemas en sus actividades cotidianas.
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Doña Mary nació en el pueblo de Santa Eulalia, pero de joven vivió en Guadalupe, Distrito Bravos, donde se casó y tuvo tres hijos, con quienes emigró a Juárez en la década de 1950, cuando su matrimonio se disolvió.
Para sacarlos adelante, María trabajó limpiando casas tanto en Juárez como en El Paso, hasta que por su edad dejaron de contratarla, hace 10 años.
Fue en ese tiempo cuando Samuel también fue despedido de su trabajo y al poco tiempo fue víctima de una embolia que a la fecha le mantiene con escaso movimiento de sus piernas.
“Él trabajaba como profesor, también estuvo en la maquila, pero cuando lo despidieron como que le entró una depresión muy fuerte, por la pérdida del trabajo, estaba en la Philips, de a ahí empezó él a venirse abajo y sufrió la embolia y no se pudo enderezar ya, me dijo que ya no se podía levantar. Él se movía en un bote de pintura, así anduvo como dos años, hasta que fue con el señor (Arnoldo) Cabada a que le regalaran una silla”, recordó.
Samuel recuerda que fue en ese tiempo justo cuando la acumulación de objetos comenzó a convertirse en un hábito de su madre, quien avanza con dificultad entre sus pertenencias para llegar al baño del domicilio, donde también hay bolsas de ropa apiladas.
“Es que la última señora para la que trabajé, se fue de la ciudad y antes de irse me dio muchas cositas, que llévese esto, que llévese aquello, y pues me daba pena decirle que no o tirarlo, aunque mi hijo me dice que lo haga y mis otros hijos hasta se han enojado por eso”, comentó doña Mary.
Sin embargo, las bolsas de prendas de vestir que se supone serían la solución para allegarse recursos para subsistir, con el tiempo, se convirtieron en el principal habitante de la vivienda, un morador incómodo, aunque María Luisa no lo ve así.
“No, mire, yo en las noches duermo muy a gusto, quito unas bolsitas de la cama y me acuesto, y pongo la silla de ruedas de mi hijo y ahí pongo mi cabeza y descanso perfectamente. No me duele nada”, aseguró.
Gutiérrez Rodríguez dice que poco a poco ha logrado salido adelante, ya que la gente ha sido bondadosa con ella y con su hijo, principalmente a la que conoce en la venta de segundas.
“Ha habido personas que cada semana me ayudaban, personitas que llegan a mi vida y que me dan 50 pesos, 20 y con eso me han ayudado a vivir. A veces no hay nada, ¿verdad?, porque no todos los días son iguales, a veces no hay”, dijo María.
“Yo creo en Dios. Es mi amigo, es grande y él que me cuida de sol a sol. No dejo de agradecerle todos los días, por ejemplo, ahorita traje 400 pesos de mandado para la quincena, mire, ahorita tengo unas tarjetas que me han dado de apoyo de Gobierno, las que llega la ayuda cada dos meses, con eso nos hemos ayudado para lograr comprar despensa”, comenta sonriente.
Doña Mary, que en marzo cumplirá 85 años, apenas si puede avanzar unos centímetros, tal vez un metro hacia la cama de su hijo, y las dificultades nuevamente comienzan, ya que se corre el riesgo de caerle si no se tiene la precaución debida.
“Mi hijo me dice: ‘mamá ya tire tantas cosas’, pero es que me dan las cosas y me da pena tirarlo, oígalo bien, porque son cosas que me han dado para ayudarme”, justificó.
María Luisa dice que si alguien quisiera comprarle su mercancía la vendería a peso la pieza, con tal de que se pueda aligerar la cantidad que hoy prácticamente le impide la movilidad en el hogar, aunque su hijo le reconviene diciéndole que mucho de lo que tiene ya no es vendible, que en todo caso lo regale.
“Si hay alguien que nos quiera y pueda ayudar, comprando o llevándose algo, pues será bienvenido”, concluyó.
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“Aquí ya tengo 17 años viviendo. Mi hijo me ayuda con lo que puede, el señor que tiene la casa, el que me renta los cuartos, me ha tenido consideración…con su ayuda he podido seguir aquí”.
María Luisa Gutiérrez Rodríguez
De 84 años de edad
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Piden apoyo para localizar a los familiares de doña María
Si alguien sabe de ellos, favor de comunicarse al teléfono (656) 7370520 o al (656) 7370500
Por Redacción
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