El ritmo es lento, cadencioso. Música-leyenda, música de danzón de origen afroantillano. En la pista, con finura, el zapato de charol se confunde con el tacón al compás de Carlos Campos o Acerina interpretados por Fili Muñoz y su grupo. Son los domingos del Salón México.
Son los ritmos de las grandes orquestas, con Fili Muñoz y el multifacético Tino Conteras. Es el hiper-romanticismo del barrio, con Los Silver y Los Monos 70; son las generaciones de juarenses que empezaron a despegar la telaraña con las cadencias del danzón, de la cumbia y el rock.
Son los épicos concursos de baile del México, que empezaron en la esquina de la 16 de Septiembre y Ferrocarril y que continuaron –fielmente- en el Paseo Triunfo de la República, a la sabrosa usanza de los que había en el de-efe en el “Viejo Tívoli” y “El King Kong”. La añoranza a todo lo que da.
Las tenues luces rojas del lugar hacían como si las parejas flotaran entre nubes, de la mano del varón con sus manos sujetas por la cintura de su amiga, su novia, su esposa o simplemente concursantes, para dar varios giros suavecitos, sin prisa, demorados en la nota musical. La pasión en pleno.
Los viejos lobos del danzón
Entonces Fili Muñoz ‘volaba’ con su sax por toda la pista, llena de luces rojiamarillas, verdeazules, y con el color tibio del naranja, en los bordes de la plataforma en la que los bailarines, jóvenes, maduros y viejos, se entregaban por completo al certamen el cual casi siempre lo ganaban las parejas de la tercera edad, viejos lobos de la danzoneada.
En la competencia todo contaba: la postura viril, el compás, vientres separados, las manos arriba y sobre todo no bailar de “cachetito”; como diría aquel viejo animador del Salón México: “En Juárez hay estilo señores, mucho estilo”.
Todavía en los años ochenta, las justas danzoneras eran muy asistidas; parejas que fácilmente llegaban a los 60 años, la mayoría abuelos y hasta bisabuelos; pero aquí no había edades, las luces y el humo vaporizado hacía que las canas se borraran y las arrugas fueran menos notorias.
El papá de los rocanroleros
Con Fortino, Tino Contreras, se incorporó una nueva generación que buscaba más experimento, el jazz y el rock entraron por el trompetista y su grupo: “Todos los rocanroleros son mis hijos”, decía el músico en tono de broma.
Con Tino Conteras el jazz mexicano se encumbraba a la par del europeo, oriental y norteamericano en el Salón México y otros sitios. “Tinaco”, como le decían sus amigos, estaba hecho con polvos de merengue, jazz, blues y rock and roll, por eso metió nuevas generaciones de juarenses al sitio.
Al Salón México también llegó el ‘barrio‘
Pero “acto seguido” llegaron Los Silver, los chicos de la colonia Barrio Alto, que debutaron en 1962, casi a la par de Los Seventeens y Los Monos 70, que con su canción “Novia Linda” hacía que los enamorados entraran en el delirio, ya sea porque no eran correspondidos o por que lo eran. El amor es una enfermedad.
Doña María Luisa, de 65 años, que bailaba danzón como los mismísimos ángeles -que pude atestiguar en una cobertura informativa-, llegó por su propio pie al Salón México para presenciar uno de los concursos domingueros.
Fue recibida con un grueso ramo de rosas rojas, se ubicó en uno de los rincones; desde su puesto, seguía con la mirada los movimientos sinuosos de las parejas, que durante nueve semanas se disputaban el primer lugar.
Los resultados finales de los concursos de baile terminaban entre risas y lágrimas y abrazos de triunfo; casi siempre quedaban conformes. En ellos queda el dulce sabor de haber participado en el evento que se hacía más por añoranza que por competir.
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