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Agua, aranceles y la misma lección que México se niega a aprender

Los comentarios del autor son responsabilidad suya y no necesariamente reflejan la visión del medio

Por Daniel Valles | Norte Digital | 10:32 am 10 diciembre, 2025

Si algo revela el conflicto del agua entre México y Estados Unidos es que somos un país que llega tarde a todo. A planear, a prevenir, a dimensionar. Y cuando el agua —literalmente— nos llega al cuello, entonces sí, corremos. No nadamos: manoteamos. Y en ese vaivén estamos hoy ante una amenaza real: “agua o aranceles”, el ultimátum que Donald Trump conoce, disfruta y ejecuta con precisión quirúrgica.

El expediente es grueso. Los archivos lo muestran sin ambigüedades: México tiene un adeudo de más de 800 mil acres-pie de agua con Estados Unidos, equivalentes a casi 395 mil albercas olímpicas llenas. Es una cifra tan descomunal que parecería sacada de un informe de ciencia ficción, no de la contabilidad hídrica de un país que presume ser potencia moral, pero que batalla incluso para llenar sus propias presas.

Trump ahora exige 200 mil acres-pie antes del 31 de diciembre, otra montaña líquida equivalente a casi 99 mil albercas olímpicas. De no cumplirse, amenaza con imponer un arancel adicional de 5% a las exportaciones mexicanas. No es un farol: ya lo ha hecho antes y sabe que dependemos en más de un 80 por ciento del comercio con ellos. Es, básicamente, mostrarle al pitbull en qué brazo traes la carne.

El panorama es complicado. Las presas del norte están apenas al 20 o 25 por ciento de su capacidad. Sencillamente no hay agua para pagar, regar y sostener ciudades al mismo tiempo. La presidenta Sheinbaum declara: “Esperamos una buena negociación.” Pero cuando no se tiene con qué negociar, solo queda decir que se espera.

En este tablero surge la figura de la gobernadora Maru Campos, convertida en pieza clave. Sheinbaum asegura que está “en la mejor disposición”. En lenguaje político, eso significa: no se me rebele, porque aquí el que se mueve no sale en la foto, o peor aún, sale culpable. Campos no puede oponerse; el agua es facultad federal. Pero tampoco puede sacrificar al campo chihuahuense sin pagar un costo político. Si coopera, la acusarán de entregar el agua. Si no coopera, la culparán por los aranceles. Es un equilibrio imposible.

Mientras tanto, los campesinos siguen convertidos en carne de cañón de cada crisis hídrica. Cada vez que el país intenta pagar agua, Chihuahua arde. Ocurrió en 2020 con la toma de presas; ocurrió hace semanas con siete mil camiones bloqueando Juárez; ocurrirá de nuevo. Quienes producen alimentos sienten que pagan un costo que el resto del país ni siquiera comprende. Ellos ven lo que en el centro no quieren ver: presas vacías, ciclos agrícolas tambaleándose y una verdad brutal: en la Ciudad de México no saben cuánta agua se necesita para sembrar, pero sí cuántos votos se requieren para ganar.

La deuda hídrica, esa cifra equivalente a 395 mil albercas olímpicas, carece de sustento real en presas que simplemente no tienen ese volumen. El Tratado de 1944 obliga a entregar 350 mil acres-pie por año en ciclos de cinco años, pero se sigue aplicando como si no existiera el cambio climático ni cuarenta millones de mexicanos adicionales.

México llega con sed a la mesa de negociación. Los escenarios probables son poco alentadores: ceder agua, obtener una prórroga temporal en los aranceles, enfrentar protestas en el norte y, aun así, correr el riesgo de que Trump imponga aranceles aunque México entregue el líquido. La crisis, al final, regresará porque el problema es estructural.

Lo que se vislumbra dentro del país tampoco es menor: una fractura creciente entre el norte y el centro, tensión social, gobernadores fronterizos bajo fuego, un debate nacional sobre el tratado y la insistente lección que nos negamos a aprender: reaccionamos, no planificamos.

México debería actualizar el tratado, crear reservas estratégicas de agua, modernizar infraestructura, combatir el robo del recurso, innovar en agricultura y dejar de politizar el tema. Pero nada de eso ocurrirá hoy.

Trump aprieta. Sheinbaum matiza. Maru calcula. Los campesinos desesperan. Las presas se vacían. Y el tratado sigue operando como si viviéramos en 1950. ¿Aprenderemos esta vez? Lo dudo. Porque en México negociamos, pero no planificamos; reaccionamos, pero no corregimos; culpamos, pero no resolvemos. Así es el meollo del asunto.

* Los comentarios del autor son responsabilidad suya y no necesariamente reflejan la visión del medio.

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