A un año de la tragedia de Cerocahui, cuando “El Chueco”, José Noriel Portillo Gil asesinó a los sacerdotes jesuitas Javier Campos y Joaquín Mora, además del guía de turistas Pedro Palma y a un residente del poblado, la situación de inseguridad en la Sierra Tarahumara no ha cambiado, afirma el padre Javier “El Pato” Ávila.
En su visita a Cerocahui la semana pasada, el fiscal general del Estado, César Jáuregui Moreno, destacó que “a partir de los acontecimientos que originaron la persecución (de “El Chueco”) tenemos uno de los índices delictivos más bajos en la zona; se está viviendo en paz, con orden y trabajando para que no vuelva a aparecer, bajo ninguna circunstancia, un sujeto con estas características”.
También el secretario de Seguridad Pública Estatal, Gilberto Loya Chávez, atestiguó en esa visita encabezada por la gobernadora María Eugenia Campos, que la “situación es muy diferente porque se vive en paz en el poblado; yo pensaba que no había niños en Cerocahui, pero hoy, a un año de la tragedia, podemos ver a los niños jugar en las calles”.
“El Pato” Ávila, quien también es defensor de derechos humanos de la comunidad en la Sierra Tarahumara, tiene una opinión al respecto: “Con la vigilancia de la Guardia Nacional y del Ejército quién va a portarse mal cuando los están viendo. Por esa razón Cerocahui está tranquilo, pero hay comunidades como Baborigame y Guadalupe y Calvo donde lamentablemente sigue la violencia, la muerte, los desplazamientos y muchos otros problemas”.
Historia de un día de furia
Una revancha no concedida y un comentario desafortunado desataron la tragedia.
La mañana del lunes 20 de junio del año pasado “El Chueco”, vinculado al grupo criminal de Los Salazar, y a cargo de la plaza de Urique para el Cártel de Sinaloa, andaba fuera de sí, bajo los efectos de la cocaína y el alcohol.
Decidió hacer una visita, junto con sus hombres, a una humilde casa de las orillas de Cerocahui, una comunidad de mil habitantes, en su mayoría rarámuri.
Ahí reclamó al beisbolista de la localidad Paul Osvaldo Berrelleza, el por qué no le concedía una revancha al equipo perdedor que Portillo Gil patrocinaba con recursos y uniformes, para quedar a mano.
La negativa de Berrelleza, quien estaba con su mujer y un hijo menor de edad, obedecía a compromisos de trabajo y falta de tiempo: “No se puede ahorita”.
“Si no me la das, te va a llevar la chingada”, respondió “El Chueco” y luego saco una pistola, le metió unos balazos y ordenó a sus hombres: “Préndanle fuego a la pinche casa”.
Luego del incidente la gavilla dio oportunidad de que los familiares se fueran; levantaron el cuerpo de la víctima y secuestraron a su hermano Armando que en esos momentos llegaba para ver qué había sucedido. Se los llevaron con rumbo desconocido.
Horas más tarde de ese mismo día, con el alucine a todo lo que da, “El Chueco” se paseaba en una motocicleta tal y como llegó al mundo por las tranquilas calles de Cerocahui.
Para los serenos habitantes del poblado acostumbrados a sus desplantes y excentricidades, la actitud del sicario era de lo más normal, pero no para 23 curiosos turistas de una camioneta Van que eran orientados por Pedro Heliodoro Palma Gutiérrez, guía con una experiencia de más de 40 años en llevar frecuentemente viajeros a ese y otros poblados de la Sierra Tarahumara.
Un grito salió del interior a través de las ventanas abiertas del vehículo que no pasó desapercibido por Noriel Portillo: “Ese güey está loco, bien loco”.
Atolondrado, “El Chueco” todavía tuvo una pizca de conciencia que lo hizo ir a vestirse; luego, regresó y buscó la camioneta que estaba estacionada a las puertas del Hotel Misión Cerocahui.
Conocía muy bien a Pedro y a él se dirigió en el pasillo: “Dime quién fue el hijo de su puta madre que abrió el hocico; si no, a ti te va a cargar la chingada”.
La razón y el sentido común del guía de turistas lo obligó a reservarse nombre y persona del causante del incidente y trató de calmar la ira de “El Chueco” sin lograrlo.
Dos balazos sacudieron el cuerpo de Pedro Heliodoro. Herido, aprovechó la intervención de los turistas y pobladores para intentar escapar de las balas de Portillo Gil e ir en busca de refugio y protección en el lugar que consideró más seguro, la Parroquia de Francisco Javier donde se encontraban los padres Gallo (Javier Campos Morales) y Morita (Joaquín César Mora Salazar)
Herido y jadeando, Palma Gutiérrez cruzó la calle y llegó al templo con la muerte a sus espaldas. Sin piedad, el narcotraficante le volvió a disparar y lo dejó tendido en el suelo. El padre Gallo, quien había bautizado al “Chueco” en ese mismo lugar, se inclinó ante el cuerpo agónico del guía de turistas para brindarle la unción de los últimos oleos.
Luego, vino la reprobación del sacerdote: “Pero qué hiciste. No te das cuenta de lo que acabas de cometer. Mataste a un cristiano en la casa de Dios. Un hombre bueno que traía turistas para mejorar la economía del pueblo”.
Enajenado y fuera de sí por los efectos del consumo de droga y alcohol, además de la excitación por los acontecimientos, “El Chueco” asesinó a quien le brindó el primer sacramento y luego despachó al que le dio la primera comunión, el Padre Morita.
Había un tercer sacerdote en la escena, el presbítero Jesús Reyes, quien nervioso por lo que había presenciado solo esperaba la detonación del arma de Portillo Gil en su contra.
Sería que ya no traía balas o seria la providencia, la cosa fue que “El Chueco” se transformó, recobró tantita lucidez y se volvió un mar de llanto en arrepentimiento.
Durante casi una hora descargó sentimientos encontrados, culpas, muertes, abusos y pecados de toda una vida de delincuencia en el confesionario del sobreviviente Jesús Reyes.
Después, las súplicas del confesor de respetar la integridad de los cadáveres no ablandaron el corazón de Portillo Gil, quien con la ayuda de su gavilla levantó los cuerpos de Palma Gutiérrez, de Gallo y Morita para desaparecer con rumbo desconocido.
La búsqueda
Ante el escándalo nacional por lo ocurrido, de inmediato, las autoridades federales en coordinación con estatales y municipales tendieron un operativo conjunto con unos mil elementos de seguridad para localizar a los desaparecidos y ofrecieron una recompensa de 5 millones de pesos a quien proporcionara informes que condujeran a la captura del líder de la banda.
En los días subsiguientes encontraron el cadáver de Paul Osvaldo Bérreles y a su hermano con vida. Las pistas también condujeron a la ubicación de los cuerpos de los sacerdotes y del guía de turistas.
La banda de “El Chueco” los sepultó clandestinamente en un paraje a unos diez metros de la cinta asfáltica enfrente del camino que conduce al cerro de las antenas, a unos 12 kilómetros de distancia del Divisadero de Barrancas del Cobre, sobre la carretera que conduce a Creel, cerca del monumento a la fertilidad (Pitorreal) que se ubica a un costado de las vías del tren Chihuahua-Pacífico (Chepe). Ahí, en su memoria, los pobladores de la región colocaron tres cruces.
Algo de mito y leyenda
El mito y la leyenda se entrecruzan también en esta historia. Entre guías de turistas se cuenta la versión de que luego de los asesinatos del año pasado, una patrulla de ministeriales sorprendió a “El Chueco” y lo capturó.
Sabiéndose perdido lanza una oferta muy tentativa y ofrece 2 millones de pesos para recuperar su libertad, uno para cada ministerial. Supuestamente los agentes aceptaron el tentador ofrecimiento y lo dejaron libre.
Además, el martes 26 de julio la Fiscalía General de Estado reportó haber recibido una denuncia de robo con violencia ejecutado al momento de abrir, a las 7:50 horas, en la Oficina de Telégrafos de Bahuichivo, distante a 17 kilómetros de Cerocahui.
“No hay otro que se pueda atrever a tanto”, de inmediato comentaron los pobladores de la región. “Fue ‘El Chueco’.
La Fiscalía detalló que un par de sujetos armados entraron el lugar a la fuerza y se llevaron 1 millón 167 mil pesos, que correspondían en su mayor parte a la dispersión de apoyos de la Secretaría del Bienestar a través de los Programas del Gobierno Federal.
Los juglares de la región aseguran que el botín fue de 2.5 millones con lo cual el criminal más buscado en Chihuahua recuperó el fondo de su libertad y obtuvo una “ganancia” extra.
Andando a salto de mata en sus dominios delincuenciales, a José Noriel Portillo lo veían con naturalidad en Urique, en Cerocahui, en San Rafael, en Bahuichivo donde tenía su casa y en las carreteras, brechas y caminos que se transitan en los límites de Chihuahua con Sonora y Sinaloa.
Aunque se siguió escondiendo en los recónditos parajes de la Tarahumara, estaba sentenciado. “Está muerto y no lo sabe”, era la consigna que atribuyeron los moradores de la sierra al delincuente y también: “La tira lo persigue, andan sobre sus pasos”.
Antes de estos acontecimientos, José Noriel Portillo fue señalado por el secuestro del turista Patrick Braxton Andrews, un profesor estadounidense que en noviembre de 2018 fue confundido como agente de la DEA y posteriormente encontrado sin vida cerca del poblado de Urique.
La muerte de “El Chueco”
Nueve meses después de la tragedia que enlutó a la Compañía de Jesús y a las familias de un guía de turistas y de un beisbolista, en la madrugada del 22 de marzo de este 2023, trascendió la aparición de un cadáver en medio de un camino cercano a la comunidad de Choix, Sinaloa con indicios de haber sido ejecutado.
El cuerpo vestía tenis, pantalón de mezclilla, una camiseta gris y sobre ésta, un pertrecho negro; los ministeriales de Sinaloa localizaron 17 casquillos de cuerno de chivo en su alrededor y como huellas de violencia: heridas de bala en el cuerpo y un orificio en la sien derecha, el clásico tiro de gracia.
Al mediodía las autoridades de ese estado y de Chihuahua aseguraron con pruebas forenses que se trataba de “El Chueco”; las hermanas del delincuente lo confirmaron y dedujeron, que sus probables verdugos, fueron de su misma organización criminal.
Lo malo es que uno resulta profeta: Pato Ávila
Desde que ocurrieron los hechos, el padre Ávila se ha cansado de repetir una y mil veces, aunque al señor presidente de la República le molesten sus palabras, pues asegura que el plan del proyecto de seguridad nacional no está funcionando y es urgente que funcione.
“Yo lo advertí y el fiscal general César Jáuregui lo aceptó. Yo le dije dos cosas: Agárrenlo, porque si no lo agarran les van a aventar el cuerpo y eso va a ser una vergüenza para ustedes, una derrota. Aún lo recuerdo, lo dije públicamente y al señor presidente le molestó muchísimo, porque dije que es una vergüenza que otros grupos tengan que acabar con esos sujetos y luego les avienten los cuerpos. Y así sucedió”, comenta el jesuita.
Lo otro que dijo fue: si es que logran atrapar al famoso Chueco, eso no va a solucionar el problema de inseguridad y no se va a calmar, por el contrario, iba a empezar otra etapa con el reacomodo de fuerzas de inteligencias y entonces la situación no se iba a controlar, no se podía tranquilizar.
“Dicho y hecho –añade Javier Ávila-. Lo malo es que uno de repente resulta profeta”.
Preocupa un presente trágico de la gente
“El Pato” Ávila asegura que el futuro de la comunidad católica de la sierra no le preocupa mucho.
Considera que, aunque ocurrió una tragedia con las cuatro muertes de hace un año, las comunidades de la Sierra no tienen su fe lastimada.
“Tienen lastimada la esperanza, la fe es la que nos mantiene firmes. Hay veces que uno tiene que esconder la esperanza para que no se la roben. Pero seguimos creyendo y seguimos esperando en que nuestra labor va a rendir frutos”, expresa el sacerdote jesuita.
Asegura que el comercio y el turismo en la región serrana están tranquilos, porque esas gentes los respetan y son ingresos que retribuyen a la vida diaria de sus comunidades.
“Queremos hacer espacios de paz. Queremos construir, sumar. No queremos destruir”, concluye Javier Ávila.
Este martes 20 de junio en Cerocahui está programada una conmemoración del sacrificio de los párrocos jesuitas, de Berrelleza y de Palma Gil.
“El Pato” Ávila oficiará este mismo día, a las 7 de la noche, una misa en memoria de sus hermanos Gallo y Morita y las otras dos víctimas en el templo del Sagrado Corazón, en Chihuahua; luego, habrá una marcha-procesión hacia la Cruz de Clavos en la Plaza Hidalgo.