A tres años del atentado, los silencios de Carlos son más profundos

Tres años después de aquel día negro, Carlos Alberto Holguín Peña guarda un silencio que duele más que las balas.

No porque no pueda hablar, sino porque su historia —marcada por la violencia, la negligencia y el olvido institucional— no encuentra quién la escuche en el idioma que necesita.

Con el paso del tiempo sus silencios son más largos, más densos, más hondos. Como si el dolor, ese sí, hubiera aprendido a hablar en su propio idioma.

Carlos no escuchó los disparos. No oyó los gritos ni la estampida. Es sordomudo. Estaba dentro de una sucursal de Little Caesars, en la avenida Ejército Nacional, cuando un grupo de criminales abrió fuego. Afuera, cuatro empleados de una radiodifusora fueron asesinados.

Adentro, Carlos apenas comprendió lo que pasaba cuando sintió que las balas le atravesaron las piernas.

Sobrevivió. Pero el daño estaba hecho.

Las imágenes de ese día recorrieron el país: un joven herido, con sangre en las piernas. Una escena que conmovió. Pero lo que llegó después ha sido aún más duro: un cuerpo que no sana, un sistema de salud que lo retrasa todo, y una Fiscalía que le ofreció ayuda psicológica… para después decir que no podían dársela porque ninguno de sus especialistas sabe lengua de señas.

Carlos sigue viviendo con una esquirla de bala en su pierna izquierda. El dolor es constante. Espera con estoicismo cada nueva cita en el IMSS, confiando en que algún día lo operen.

Mientras tanto, trabaja en una maquiladora, aunque ya no camina igual. Ha intentado correr. Ha intentado jugar futbol. No ha podido.

Antes del ataque, había conseguido una motocicleta para convertirse en repartidor de comida en sus ratos libres. Quería apoyar más a su familia. Ese plan quedó enterrado con los casquillos.

A veces piensa en volver a hacerlo. Pero su madre, Hortensia Peña Payán, se opone. Teme que le ocurra otra vez.

Carlos lleva ocho años laborando, pero no ha logrado reunir los puntos para un crédito de Infonavit. Vive con su esposa y sus dos hijas en unos cuartos que les presta su suegra. Tiene un terreno pequeño donde sueña construir su casa. Donde pueda respirar sin miedo. Donde su silencio no tenga que explicar tanto.

En medio del trauma, Hortensia agradece que su hijo esté vivo. A diferencia de los empleados de Mega Radio que murieron a pocos metros de él, Carlos sobrevivió. Pero eso no ha sido suficiente.

La ciudad lo dejó con una bala en el cuerpo. El Estado, con el alma rota y sin terapia. Y sus silencios… esos se han vuelto cada vez más profundos.