Las hostilidades que marcaron la incursión de Ciudad Juárez en la Revolución Mexicana comenzaron un 8 de mayo de 1911, durante la tarde, y concluyeron el 10 de mayo, a mediodía.
Por parte del bando revolucionario, se encontraban caudillos como Francisco Villa y Pascual Orozco, y del bando federal, el comandante Juan Navarro, encargado de la plaza, fue quien terminó cediendo el control de la ciudad a los revolucionarios, tras los días de lucha que dejaron una estela de muerte y destrucción pocas veces vista en Juárez.
De acuerdo con José Luis Hernández, historiador empírico perteneciente al grupo El Juárez de Ayer, desde días previos, los revolucionarios que se encontraban en la ciudad, ya tenían deseos por enfrentarse a los mandos del ejército federal. Sin embargo, sus impulsos eran frenados por el general de la revuelta armada, Francisco I. Madero, que hacía un llamado a la calma.
La situación cambió con un simple panfleto que los soldados del ejército federal repartieron entre la población juarense. Palabras más, palabras menos, acusaban a los revolucionarios de recibir apoyo por parte de los estadounidenses, quienes les daban comida, ropa, pero lo único que no les daban eran “huevos” para enfrentarse en una batalla a la milicia mexicana.
Aquel mensaje causó todo menos gracia entre los líderes del movimiento revolucionario, principalmente entre Orozco y Villa, quienes sintieron su ego herido y querían demostrar que sí tenían las suficientes agallas para luchar contra quienes tenían el control de la plaza.
Francisco I. Madero, líder de aquellas tropas y que se encontraba refugiado en el Hotel Shelton de El Paso, repitió el llamado a la calma a sus hombres, pero distintos disparos de fuego que recibieron sus hombres mientras se encontraban en la Casa de Adobe, en la orilla del río Bravo, donde estaba el cuartel insurgente, hicieron que fuera imposible reprimir el enojo por parte de los revolucionarios y Madero no tuvo más remedio que permitir el ataque a Ciudad Juárez.
El letal ataque revolucionario que aseguró el control de la plaza
Hernández Caudillo relata que el ataque realizado por las fuerzas revolucionarias tuvo como principal elemento el sigilo y la paciencia con la que los rebeldes poco a poco fueron llegando hasta el centro de la ciudad, para acorralar a las tropas federales que cuidaban el cuartel federal.
La operación militar insurgente empezó con la movilización de las fuerzas de Orozco por el norte de la ciudad, mientras que las tropas de Villa avanzaron lentamente por el oeste.
Al principio de la batalla, las tropas federales se sentían confiadas, debido a que vigilaban las torres con mayor altura de la ciudad, por lo que tenían visibilidad total de los avances de los revolucionarios.
Sin embargo, no contaron con que las tropas revolucionarias utilizarían las casas para hacer boquetes e ir avanzando en medio de la ciudad, entre finca y finca, prácticamente sin ser detectados.
Durante el avance de la batalla, los revolucionarios comenzaron a tomar el control de aquellas torres y obligaron a los del ejército federal a resguardarse al interior del “Cuartel del 15”.
Sin embargo, para desgracia de los federales, lo peor apenas estaba por venir. Escondidos en un mismo lugar, quedaron a merced de los revolucionarios, quienes solo tuvieron que cortar el suministro de agua para mermar las fuerzas de los soldados.
El movimiento maestro de los revolucionarios fue “Caballo de Troya de Pancho Villa”, una operación militar en la que los insurgentes lograron colocar un tren lleno de soldados al interior de la estación del tren Central Mexicano, ubicado en el centro de la ciudad.
Sin ser detectados y sin realizar ni un solo disparo hasta que llegaron al cuartel en el que se resguardaban los federales, el comandante de aquella tropa, Juan Navarro, no tuvo más remedio que entregar las armas y el control de Ciudad Juárez.
La discordia se vive hasta en la victoria
José Luis Hernández asegura que la pérdida de Ciudad Juárez significó un duro golpe para el Gobierno de Porfirio Díaz, debido a que se quedó sin el control de las vías del tren, elemento esencial para el traslado de todo tipo de mercancías y formas de comercio.
Por lo que el General que llevaba más de 30 años en el poder, se vio obligado a dejar el mando presidencial 10 días después de que los revolucionarios tomaron el control de esta fronteriza ciudad del norte de México.
Pese a la victoria lograda en Ciudad Juárez, los mandos del ejército revolucionario no quedaron del todo contentos. Pascual Orozco tenía rencillas personales con el general Juan Navarro, quien prácticamente había asesinado a gran parte de su familia en batallas anteriores que ocurrieron dentro del estado de Chihuahua.
Una vez terminada la batalla, Orozco tenía todo listo para mandar a fusilar a Navarro, pero fue detenido por Madero, quien argumentó que los fusilamientos iban en contra de lo previsto en el Plan de San Luis.
Sin embargo, el enojo de Orozco se incrementó cuando la noche después, mientras Madero realizaba una cena de celebración en un restaurante de El Paso, Texas, Orozco y Villa se vieron sorprendidos porque el hombre al que habían enfrentado por varios días, el General Navarro, se encontraba en la mesa de honor junto con Madero.
Los caudillos sintieron aquel gesto como una traición y se alejaron del lugar. Lo que terminó por romper las relaciones entre Orozco y Madero fue el anuncio del Gabinete que lo acompañaría en la presidencia, donde el encargo de la Secretaría de Guerra recayó en Juan Navarro y no en Pascual Orozco, quien sentía, que por su labor en la lucha, se había ganado ese puesto.
Orozco, sintiéndose traicionado por aquel que lo llevó a levantarse en armas, se uniría con empresarios como Luis Terrazas y comenzaría la posterior rebelión armada en contra del gobierno de Francisco I. Madero.
Las huellas de la batalla de Juárez que permanecen hasta nuestros días
Hernández Caudillo destaca que los acontecimientos que se vivieron en aquellas jornadas del 8 al 10 de mayo de 1911 todavía tienen un impacto en la vida de los juarenses.
Asegura que, dentro de la destrucción que hubo en la ciudad, dos edificios que estaban recién inaugurados, una biblioteca federal y una construcción que sería el futuro Ayuntamiento Municipal, quedaron totalmente destruidos. Además de edificios como el de Correos, entre muchos otros, cuyas historias fueron olvidadas a través del tiempo.
Algunos otros que permanecen en pie hasta nuestros días, son la Misión de Guadalupe y la Antigua Presidencia, que pese a sufrir daños considerables, siguieron en pie para estar presentes en la vida de los juarenses. Sorprendentemente, uno de los pocos lugares que no sufrió mayores daños, a pesar de estar en medio de las hostilidades, fue el edificio de la ExAduana Fronteriza, hoy Museo de la Revolución en la Frontera (Muref).
Hernández señala que, incluso, si se tiene el suficiente detenimiento y paciencia, es posible observar marcas de balazos en algunas partes del Monumento a Benito Juárez, que guarda en su estructura algunos disparos errados por parte de los participantes de la lucha en la ciudad.
A partir de aquel lejano 11 de mayo de 1911, el nombre de Ciudad Juárez comenzó a ser reconocido a nivel nacional. Nadie volvería a ser indiferente a los acontecimientos posteriores que ocurrieron en esta ciudad y que, en su momento, marcaron el final de la Revolución Mexicana y de la dictadura más larga que se ha vivido en la historia de México.
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