Son las 12:45 de la tarde. Es miércoles 14 de noviembre y el termómetro marca 17 grados centígrados. En el bordo del Bravo una familia venezolana compuesta por 11 personas, entre ellos un bebé y una niña de unos 3 años de edad, se disponen a cruzar el río.
En este punto de la frontera el aire hace que el frío se sienta más. La familia camina a través de un terreno de unos 100 metros que los llevará hasta el río Bravo. Llevan chamaras, mochilas y chamarras en los brazos.
“Rápido, rápido”, se oye la voz de uno de los hombres que encabeza al grupo. Nueve van adelante y un sujeto y un menor corren para alcanzarlos.
Quieren llegar rápido, antes de que los detenga alguna autoridad mexicana. Al fondo, del lado estadounidense, se observa maquinaria pesada y varias pick ups de la Oficina de Aduanas y Protección Fronteriza de Estados (CBP, por sus siglas en inglés).
El primero en tocar el agua es el hombre que ha ido al frente en esta tarea para alcanzar el sueño americano. Ha subido a la menor a sus hombros, quien detiene un litro de agua purificada.
Los demás comienzan a entrar al río. Unos alzan la voz para que los demás se apuren, otros para que tengan cuidado al avanzar. Se les nota en los rostros el miedo, mientras el agua les llega arriba de la cintura.
“Está muy fría el agua”, dice una mujer, quien pide a los demás tomarse unos a otros de la cintura para avenzar.
Uno de los adultos, con un celular en la mano izquierda, motiva a los que se han quedado atrás. Los de entrente, caminan sobre el lodo que hay en el fondo del río.
El bebé suelta el llanto, lo lleva su madre abrazado.
Cuando logran su cometido de cruzar el Bravo, se hacen camino entre las púas y los alambres con navajas para pisar suelo estadounidense, porque esta vez, no hay quién abra la Puerta 36.
Un elemento de la Guardia Nacional de Texas, a bordo de un vehículo de trabajo pesado, intenta impedirles con las manos, pero ni siquiera se baja de la máquina.
La familia lo ha logrado y ahora uno a uno entran a los baños móviles, donde hombres y mujeres se cambian la ropa, y la que ha quedado mojada, la cuelgan sobre unas rejas.
Ahora esperarán a que personal de CBP los lleve a un centro de detención o a un albergue. De momento, el calor de una familia ha triunfado en tierras del Tío Sam.
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