La pandemia incrementó la deserción escolar en secundaria y preparatoria, yendo de 3 a 5 millones en el país; en Juárez, las cifras que se manejan pudieran alcanzar hasta poco más de 20 mil jóvenes que dejaron su educación.
Las autoridades educativas consideran que alcanzar altos porcentajes en cobertura es un éxito. Pero para investigadores como la doctora Teresa Montero, esos “piquitos” que quedan fuera del 100 por ciento, son los que deberían realmente preocupar a la sociedad.
Sin embargo, durante la pandemia, factores como la falta de equipo para conectarse en línea o la pérdida de trabajo, influyeron en la desereción juvenil. Peor aún, algunos simplemente abandonaron la escuela porque la encontraron sin sentido.
Lo anterior como parte de la intervención que tuvo Juan Carlos Quirarte Méndez, director de la Oficina de Planificación y Desarrollo Salecianos (OCDI), en el conversatorio “Las Juventudes en la actualidad”.
En esa charla participó también el coordinador de la Unidad Especializada en Justicia Penal para Adolescentes, Javier Limas Aldana; en la charla el moderador fue el maestro José Luis Flores Cervantes.
Este se desarrolló durante el foro “Caminando con las juventudes”, evento organizado por Salesianos Desarrollo Juvenil del Norte A.C y la red Tira Paro; esto en las instalaciones del Instituto de Ciencias Sociales y Administración (ICSA), de la Universidad Autónoma de Ciudad Juárez.
Más de 5 millones en el país sin estudiar secundaria y preparatoria
La investigadora Teresa Montero comentó que, según datos recientes, nivel secundaria y preparatoria se encuentran en una cobertura entre el 80 y 90 por ciento.
Según datos proporcionados por el moderador del conversatorio, la cifra de adolescentes desertores juarenses entre 15 y 17 años, alcanzaría los 20 mil.
“A mí siempre me ha llamado la atención, porque desde el punto de vista político se sienten muy satisfechos de atender a las mayorías. Pero desde un punto de vista humanista, esos piquitos son 3 millones de jóvenes los que se quedaron fuera,”, dijo.
“De piquito en piquito de lo que falta para el 100 por ciento y después de la pandemia ya son 5 millones”, añadió.
Esto se percibe desde las organizaciones que trabajan con jóvenes como una tremenda exclusión social, en la que la SEP no ofrece alguna alternativa, conformándose con atender a la mayoría; pero desde un punto de vista humanista una persona cuenta, comentó.
Cuando las alternativas educativas existentes no son flexibles para los jóvenes en condición de exclusión social, se da una exclusión de mayores proporciones; los adolescentes se quedan sin posibilidades de estudio, de salud y de servicios.
“Esa frustración es muy grande; de por sí, ustedes saben que el adolescente es difícil porque una de sus características es querer romper con lo establecido; pero esa disrupción es mucho más grande cuando se trata de jóvenes excluidos, porque tienen mucho mayor distancia entre sus expectativas y lo que logran”, señaló.
La condición de exclusión por el Covid
Montero refirió que según una investigación que se realizó recientemente, hubo menos atención a la escuela y eso se asoció a la falta de dinero, porque los jóvenes tenían que trabajar, o muchos otros perdieron su trabajo.
También se pérdió el contacto con maestros y maestras, por cuestión económica, ya que no tenían un aparato celular o computadora para conectarse a las clases.
De igual manera los jóvenes se vieron afectados porque alguien en casa se quedó sin trabajo o se redujeron sus ingresos.
Algunos señalaron el cierre de las escuelas como su afectación; mientras que otros, argumentaron que ahora no se inscribieron porque el motivo fue que no le gustó la escuela, mencionó.
Se requieren nuevos programas, la educación oficial no tiene sentido
Para muchos jóvenes la educación oficial no tiene sentido, porque no está contextualizada y situada, indicó la investigadora.
La profesora refirió que es necesaria una educación que tome realmente en cuenta al adolescente en situación vulnerable.
El modelo de ponerle una estrellita por tener buenas calificaciones puede funcionar en aquellos que tienen un nivel de vida bueno, pero en aquellos que viven bajo un esquema de exclusión social, no es igual, señaló.
A ellos les interesa saber si va a haber desayuno, si van a hablar con sus padres para que valoren el trabajo que hacen en la escuela; porque ya los quieren sacar de la escuela, tenemos que aprender de eso, agregó.
Otro de los problemas, es que los maestros y educadores recién egresados no cuentan con la formación para atender ese tipo de casos, porque la escuela que los prepara no les da esos contenidos.
“Realmente cuando un educador, una maestra, llega a las zonas marginadas, se siente como en terreno incierto, porque no puede aplicar las teorías que aprendió en la universidad ni de su experiencia propia”, comentó.
La innovación que surge en los centros es clave para una mejor educación
En este sentido, Montero, dijo que se tienen que hacer muchos cambios en la pedagogía, y hacer uso de mucha innovación.
Estos jovenes requieren más recursos porque la pobreza y la violencia sopn muy caras; lo mejor sería prevenir, pero si ya existe el problema va a costar mucho más, señaló.
Para Montero es necesaria una política de más organizaciones participando, no sólo para atender a los jóvenes que están excluidos en los piquitos, sino porque es en esos espacios donde ocurre la verdadera innovación.
“Necesitamos más espacios como los que ustedes abren, de respeto, de comunicación; para que los jóvenes se puedan desarrollar con más autonomia, más resolución, más respeto, más responsabilidad y más amor. Los ambientes amorosos son los que nos llevan a ser mejores personas”, puntualizó.
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