Cuando llegó la violencia a la ciudad terminando el año del 2007, el alcalde en turno inició una desaparición de los bares que le daban personalidad a la calle Ignacio Mariscal. Por supuesto que el mandatario estaba mal conducido, ya que sus asesores y él mismo pensaban que desapareciendo las cantinas también con ello se irían la delincuencia y la prostitución.
Andrés Manuel López obrador también tomó esa iniciativa, quitando la estatua de Hernán Cortés. El mandatario y la gente que piensa como él, tuvieron la genial idea de quitar la estatua para que aquel tema de la conquista quedará en el olvido. Ahora, cada vez que la gente pasa por el lugar, forzosamente ve a Cristóbal Colón, aunque esté la estatua de una mujer indígena. Es como decir, “no pienses en elefantes amarillos”, ¿y qué creen? Cada vez que paso por la calle Ignacio Mariscal, voy señalando los bares que desaparecieron.
Recuerdo que en una revista local de nombre Border, Adrián Mendoza escribía “y después de una cantina, hay otra cantina”. Lo escribió en referencia a que pocas cosas había en esta ciudad para tener una diversión alternativa.
Y lo hacía con justa razón, pues básicamente los formatos de diversión eran la pisteadera o ir al cine. El teatro ha sido poco recurrido. Estarán pensando que también había deportes que sirvieron como pasatiempo, sin embargo, casi todos los partidos terminan en borrachera. Así que entran dentro de este minúsculo grupo de alternativas.
Encuentro una calle Ignacio Mariscal muy triste, casi a oscuras, y ahora con un basurero intermitente que el Municipio ha instalado en el lugar donde era el Rainbow (Fred’s Sandwiches Bar). Ha habido buenas intenciones de embellecer la zona, pero no terminan por concretarse.
Regreso a lo que les decía: los políticos creen que desapareciendo sitios o estatuas van a desaparecer la historia o la reputación. Pero lo peor de todo es que creen que erosionando van a cambiar la conducta de la gente. En el caso mencionado, se pensaba que quitando las cantinas se iba a terminar con los picaderos, las prostitutas y los homosexuales. Todo lo anterior es como el polvo, simplemente el viento los puso en otro lado.
Irónicamente, hoy en día los escándalos de violencia y distribución de drogas están en el Top Ten. La zona ya no tiene cantinas, no hay prostitución ni de hombres ni mujeres, pero la ciudad entera se ha convertido en una caldera del diablo.
Apenas a mediados del presente mes ya van casi 70 muertes dolosas. Y aunque la Torre Centinela estará a unos cuantos metros de la zona, sinceramente no creo que vaya a inhibir los actos de violencia ni en la calle Mariscal ni en ningún lado.
Para cerrar esta columna me quedan algunas preguntas:
¿Alguien sabe cuánto es el pasivo y el activo de la JMAS? ¿Cuánto se gasta mensualmente en reparar fugas? ¿Cuánto se invierte anualmente en maquinaria? ¿Cuánto gana el director? ¿Quiénes son los que le venden servicios a la JMAS? ¿Por qué la institución no pasa a ser de la ciudad? ¿Cuántos contribuyentes cumplidos tiene? ¿Cuánto dinero se recauda mensualmente? De ese dinero recaudado, ¿cuánto se destina a salarios y cuánto a obras para la ciudad? Si existieran recursos para tapar los hoyos que hacen, ¿en donde quedan esos recursos si no se concreta este evento? Y si ese recurso no existe, ¿por qué?
Oiga, columnista, pensará el lector, ¿y eso que tiene que ver con la Navidad? Pues nada, pero me están dando ganas de recomendarles que desaparezcan la institución a ver si de puritita casualidad ahora sí funciona la técnica y desaparecen tantas dudas.
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