En mis fabulosos 20s, allá en la vieja periferia cuando abordar un camión de transporte era lo más normal, era muy feliz pero no lo sabía.
Trasladarse en camión te proveía de anticuerpos, escuchabas música en vivo o la playlist del chofer. Siempre había una aventura nueva, pero como sucedían tan seguido, no se tomaban en cuenta: desde pisar una vomitada, hasta recetarte el aroma axilar.
Los fines de semana era subirse con las bolsas repletas del mercado, acomodarlas y encontrar lugar. Entresemana el transporte era básicamente el alimentador de la empresa maquiladora y por lo general nunca encontrabas un asiento libre. Y sí, nunca faltaba el borracho, ya sea en fin de semana o entresemana, ese era el arte decorativo de la base social que abordaba el transporte.
De antemano, quiero asentar en este documento que la anécdota que narraré fue completamente real. Como dije, uno de esos tantos días en que abordabamos el transporte del centro hacia la periferia, para no variar iba rebosando de gente. Mi compañero y vecino Guadalupe Soto Sánchez me acompañaba, abordamos uno de esos camiones escolares, pero con el detalle de que eran modificados para que cupiera más gente.
A esas unidades les quitan todos los asientos que estaban acomodados en forma de salón de clases, es decir uno tras de otro, para luego simplemente poner una raya de asientos que circundaban las ventanas formando una especie de U. Así que eran asientos juntos y el más nalgón era el que ocupaba más cancha.
Frente a nosotros se sentó una señora que llevaba una bolsa de ixtle rebosando de artefactos. Ella se hacía acompañar de un niño de unos 7 años. Este menor iba en medio de sus piernas, pero mirando hacia nosotros. Cuando el camión comenzó a llevarnos a nuestro destino, el niño metió la mano en los intestinos de la bolsa y sacó lo que pareciera una liga para sacar sangre, sin embargo, enfocando bien los binoculares descubrimos que era una sonda, la cual se acompaña de una jarra, y todo junto es un aparato para realizar enemas o mas vulgarmente dicho, lavados de estómago.
Cuando nosotros vimos la escena tan particular, susurramos y obviamente la risa no se hizo esperar, no obstante, no todos lo notaron, solo nosotros que estábamos asombrados de que la sonda que suele introducirse en el ano, estaba siendo masticada por el menor de edad. No me pregunten si las mordidas se aplicaban en la zona radioactiva de la liga, pero lo que sí, es que el mocoso ni idea tenía de que lo que se había llevado a la boca había sido usado en una región tan poderosa que si él supiera la función de esa liga, hubiera hecho enjuagues con cloro.
Aquí intervienen 2 factores importantes: el primero es en descuido de la madre que dejó al descubierto y al alcance del niño este artefacto. Y el segundo y más importante, es que si no sabes para qué son las cosas, entonces no te atrevas ni a tocarlas. Estoy seguro que ahora ese niño debe de tener más de 30 años y qué recordará toda su vida ese evento.
Lo que les quiero decir es que no siempre lo que tenemos en la boca es lo más seguro o lo más pulcro a veces, los descuidos pueden hacer que tengamos algo muy podrido, a ello súmele la ignorancia, es un coctel que no falla demostrar que eres un menso.
…Me encanta cuando en las mañaneras la Vilchis mastica la sonda y el preciso le aplaude.
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