Cuando María Magdalena Torres piensa en las noches que ha pasado en semanas recientes, sus ojos no pueden contener el llanto.
Para esta mujer que habita una pequeña casa, junto a su nieta de 8 años de edad, en una de las partes más altas de los cerros, donde los asentamientos irregulares son el común denominador en la colonia Fronteriza, el invierno es uno de sus principales pesadillas.
Su vivienda, sobre la calle Sinaloa, está construida con madera y vestida en sus paredes con alfombras y tapetes viejos, apenas puede contener las ondas gélidas.
Dentro de la pequeña casa, sólo un calentón eléctrico, colocado a un costado de la cama, es todo lo que le permite aminorar el mal clima.
“Hace tres meses que no tengo gas, me quedé sin trabajo y no tengo nadie que me ayude, pero no pierdo la esperanza de que algo bueno suceda”, dice mientras una lágrima gruesa se escapa y es limpiada con rapidez con su muñeca derecha.
En la finca compuesta de dos cuartos el aire, la humedad y el agua se cuelan por todas partes, al tratarse de una construcción hecha de manera rudimentaria, por ella misma, las condiciones no son las mejores.
Torres, de 50 años de edad, habita en ese lugar desde 1994, ya que dos años antes en 1992, falleció su esposo, Armando Ibarra Padilla, a los 32 años, víctima de insuficiencia renal, dejándola a cargo de sus cuatro hijos.
“Cuando los hijos crecen uno piensa que le van a ayudar, pero no es cierto, señor. Una se queda sola, sin que nadie le tienda la mano”, dice, secando una vez más sus ojos.
En la finca que habita está su nieta, Aylin Desireé, a quien adoptó después de que su madre, e hija de María, decidiera dársela en adopción para irse a Estados Unidos.
A Aylin Desireé le gustan las muñecas y los juguetes como a cualquier infante, pero no fue visitada por Santa Clos esta Navidad, aún así no pierde el ánimo ni su sonrisa y saluda cordial a los visitantes.
“No tuve nada qué regalarle, ni para la cena tuvimos, ahorita hace rato le preguntaba a los vecinos si les habían quedado tamales, porque nos quedamos con las ganas”, comentó.
En la puerta de la casa hay escrito con marcador dos sentencias religiosas: “Jehová es mi pastor, nada me faltará” y “Todo lo puedo en Cristo que me fortalece”.
María Magdalena sonríe al recordar que, en algunas ocasiones, los políticos que han estado en campaña le han prometido ayudas, desde cobijas, despensas e incluso apoyos para mejorar su jacal, sin embargo, a la fecha todo se ha quedado en promesas.
Actualmente María se sostiene únicamente con la ayuda del programa Prospera de Sedesol, con el que recibe mil 180 pesos cada dos meses.
“Antes cuidaba casas, pero me quedé sin trabajo. Algunos vecinos me ayudan y ahí la vamos sacando estos días”, comentó.
Hace unas semanas, Torres recibió una carta membreteada de Gobierno en la que se le hacía llegar un mensaje navideño, la misiva tenía su nombre escrito y se emocionó, por lo que a la fecha aún la conserva.
“La guardo porque me sorprendí que la señora Delia Rita Soto, alguien que ni conozco, se acuerda de mí y tiene este detalle, es algo que hasta me hizo llorar, no se lo puedo explicar”, mencionó mientras sostenía en sus manos el documento.
María Magdalena no sabe qué cenará en la noche de año viejo, pero asegura que la pasará junto a su pequeña hija, en ese lugar, donde se observa desde las alturas, el sector poniente de Juárez.
“Yo no pierdo la esperanza, es lo último que se pierde, aunque mis hijos no me visiten ni se preocupen por cómo estamos, aunque me haya fallado el Gobierno, siempre hay una luz al final del túnel, dicen y esa es la que yo espero”, Puntualizó.
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