Llanto, dolor, gritos de desesperación y un clamor generalizado hacia las autoridades de un pueblo que lleva años sumergido en una violencia que no provocan ellos, sino los operadores del crimen organizado, fue lo que se vivió en la despedida de la comunidad de Cerocahui, de los padres jesuitas, asesinados la semana pasada en la sierra Tarahumara.
Llanto, dolor, gritos de desesperación y un clamor generalizado hacia las autoridades de un pueblo que lleva años sumergido en una violencia que no provocan ellos, sino los operadores del crimen organizado, fue lo que se vivió en la despedida de la comunidad de Cerocahui, de los padres jesuitas, asesinados la semana pasada en la sierra Tarahumara.