Los queridos lectores y lectoras de Mirone recordarán la siguiente expresión: “Discúlpeme señor presidente. Yo no le puedo decir bienvenido, porque para mí no lo es; nadie lo es. Porque aquí hay asesinatos hace dos años y nadie ha querido hacer justicia. Juárez está de luto. Les dijeron pandilleros a mis hijos. Es mentira. Uno estaba en la prepa y el otro en la universidad, y no tenían tiempo para andar en la calle. Ellos estudiaban y trabajaban. Y lo que quiero es justicia. Le apuesto que si hubiera sido uno de sus hijos, usted se habría metido hasta debajo de las piedras y hubiera buscado al asesino, pero como no tengo los recursos, no lo puedo buscar…”.
Son las palabras de la señora Luz María Dávila. Se las dirigió en febrero del 2010 al torpe presidente que tenía entonces México, Felipe Calderón Hinojosa, quien desde Japón había calificado como pandilleros al grupo de muchachos estudiantes masacrados en Salvárcar. Entre ellos, estaba un hijo de la señora Dávila.
Ciudad Juárez, con su millón y medio de habitantes, era en aquellos días centro de atención mundial. Era calificada como la localidad más violenta del mundo. Sufría esta frontera el más infeliz periodo de su historia.
Sólo entre 2007 y 2010 fallecieron en Juárez más de 10 mil personas entre miembros de grupos delictivos y “víctimas colaterales” o inocentes; los estudiantes de Villas de Salvárcar entre ellos.
Incontables masacres hubo en esta ciudad a lo largo de ese periodo. Paralelamente murieron miles de pequeños y medianos negocios, porque sus propietarios fueron asesinados por extorsionadores, o asaltados muchas veces, o secuestrados, o de plano se mudaron a lugares más seguros. Decenas de miles de empleados de maquiladoras prefirieron regresar a su extrema pobreza de Veracruz o Oaxaca que mantener aquí en riesgo latente su vida.
Ciudad Juárez no era la ciudad más violenta del mundo, era el infierno mismo. Quienes aquí radican y pasaron por ese periodo tienen acumulados años de terror en sus memorias. Desde que salían de sus domicilios hasta regresar a los mismos; peor todavía, aun dentro de sus hogares.
Colgados en los puentes, acribillados en los cruceros, cercenados en hieleras, empresarios secuestrados, modestísimos vendedores callejeros asesinados por no pagar 100 pesos de cuota. Terror afuera de las escuelas, adentro y afuera de los hospitales; terror en los escasos restaurantes abiertos, terror en las cantinas, en los antros… Dante imaginó el infierno, los juarenses lo vivieron… lo sufrieron.
–––––––––––
La ciudad quedó literalmente destrozada. Entre las víctimas cayeron en Juárez –y en todo el estado– miles de policías de los tres niveles de Gobierno: municipales, estatales y federales. Las corporaciones municipal y estatal fueron diezmadas. No quedó piedra sobre piedra. Fueron muy pocos los casos de federales muertos, acaso porque su presencia fue sustancialmente nula en la entidad.
No sabemos, ni sabremos jamás, cuántos de esos elementos fueron buenos y cuántos malos. Sería injusto tomar como referencia al par de decenas de casos de policías cuyas familias fueron protegidas por decretos del Congreso del Estado con los sueldos íntegros de los caídos.
Y mientras la ciudad caía con estruendo mundial, la clase política responsable de “gobernar” no sufrió una sola baja. En el Municipio y en el Estado todas sus estructuras quedaron intactas. En la Federación sólo se dieron por enterados cuando Calderón fue enfrentado por la señora Luz María Dávila.
Planes de coordinación “interinstitucional” fueron y vinieron. Cientos de millones de pesos fueron tirados a la basura en movilizar primero a miles de soldados en las calles y después a policías federales cómodamente instalados en hoteles de lujo, pero ninguna estrategia de fondo, ningún plan efectivo que al menos hiciera cosquillas a los delincuentes. El “Todos Somos Juárez” que pretendió la recomposición del tejido social se quedó con avances menores; fue borrado del mapa por el nuevo régimen federal.
Una de la grandes grandes masacres ocurridas en esta ciudad fue cuando un grupo armado llegó –el 12 de junio del 2010– hasta un centro de rehabilitación y asesinó a 20 internos.
Los “trascendidos” señalaron que los ejecutados pertenecían a Los Mexicles, sicarios al servicio del cártel de Sinaloa, encabezado por Joaquín “El Chapo” Guzmán. Habrían sido asesinados por sus rivales Los Aztecas, banda ligada al cártel de Juárez, liderado por el hoy detenido Vicente Carrillo Fuentes y sus operadores en la localidad, “El JL”, y “El Diego”, este último detenido en los Estados Unidos por narcotráfico y el asesinato de empleados consulares y sus familias.
Esa historia de confrontaciones entre los mismos grupos delincuenciales se repitió desde el 2007 y casi todo el 2011, ligeramente después de tomar las riendas del Gobierno estatal los administradores del presente sexenio
Hace apenas un año, otro grupo hombres armados atacó y mató a ocho integrantes de una familia en esta frontera.
–––––––
De manera alguna Ciudad Juárez es o fue la excepción. Fue catalogada en su momento como la ciudad más violenta del mundo pero la apocalipsis era compartida con amplias extensiones del territorio nacional, sobre todo del norte de la república. Las familias allá han sufrido con igual intensidad que en esta frontera.
De Durango recibiamos reportes sobre 14 descubrimientos a lo largo de cinco municipios duranguenses donde hallaban más de 300 cuerpos de ejecutados.
En Veracruz, la Secretaría de Marina (Semar) informaba sobre el hallazgo de 26 cuerpos a la entrada del puerto–capital del estado.
Otros 35 cadáveres fueron tirados frente a un centro comercial de la zona turística de la misma ciudad.
Desde Nuevo Laredo se decía que nueve personas habían sido colgadas en un puente de la ciudad, mientras que otros 14 cadáveres decapitados fueron arrojados en otro punto de la localidad.
Más hacia el centro–occidente, en Jalisco, los cuerpos de 18 personas asesinadas fueron encontrados en una carretera de aquella entidad.
Nuevo León vivía su propia catástrofe. En mayo del 2012, 49 cuerpos decapitados y sin extremidades fueron abandonados en una comunidad del municipio de Cadereyta, ubicado al oriente de la ciudad de Monterrey, capital del estado de Nuevo León.
Las autoridades interpretaron que los cadáveres fueron dejados en ese estado para “dificultar la identificación”.
–––––––––
Como todos ellos podemos llenar el espacio de Balcón y muchas páginas más de ejemplos. El propósito no es ese. Tampoco el objetivo es traer a la memoria episodios que quiséramos borrar para siempre por su calidad traumatizante. Son miles los niños húerfanos de esa que se llamó “la guerra de Calderón contra el narcotráfico”. También son miles las viudas. ¿Para qué recordar?
Lo dijimos antes. Los políticos encargados de gobernar no hicieron su trabajo y ahí están las consecuencias. Las instituciones públicas afectadas hasta el tuétano por el cáncer de la corrupción que provocó el envalentonamiento de los criminales y por lo tanto su sorprendente impunidad en las calles. ¿O serán ramas del mismo árbol?
Ni Ciudad Juárez ni el estado de Chihuahua han cruzado por completo la raya de la violencia. Ya se ha dicho en los distintos informes de gobierno. Hemos podido respirar y seguir viviendo en cierta calma, pero los delincuentes siguen haciendo de las suyas en delitos menores y en delitos de alto impacto en otras regiones de la entidad.
No obstante esa realidad que todavía nos mantiene en estado de alerta, la gente del gobierno ha bajado los brazos y ha decretado que ahora las prioridades son otras porque la inseguridad es cosa del pasado.
Los programas para la “recomposición del tejido social” han sido colocados hasta al último en la fila de las acciones de gobierno. Peña Nieto se compra un avión que cuesta dos veces más del presupuesto anual de Juárez; en Chihuahua capital se adquieren decenas de miles de arbolitos, mientras las calles carecen de pavimento; en Juárez se construyen flamantes nuevas oficinas para comodidad de los burócratas en varios cientos de millones de pesos, mientras los tránsitos ni patrullas tienen. ¿Vaya contrastes no?
––––––––
Los casos de Tlatlaya, en el Estado de México; y de Iguala, en el estado de Guerrero, por lo tanto no nos deben sorprender. Nada de lo acontecido en Ciudad Juárez, en todo el estado de Chihuahua… en Tamaulipas, Nuevo León, Durango, Jalisco, fue “útil” para que la “clase política” tomara providencias e impidiera lo que ha ocurrido en aquellas localidades.
Calderón fue responsabilizado por las más de 100 mil muertes que arrojó su “guerra contra el narcotráfico”. ¿Cuál es, entonces, la guerra de Peña? Durante el presente régimen federal van contabilizados cerca de 36 mil asesinatos. Son apenas 20 meses los que han transcurrido del sexenio.
En Juárez menudearon las violaciones a los derechos humanos durante la época de violencia. En Tlatlaya, fueron asesinadas 20 personas de un jalón por soldados “indisciplinados”.
El asesinato masivo ocurrió desde junio del presente año, pero en aquella fecha fue presentado el hecho como un enfrentamiento entre los militares y “una banda de delincuentes”.
Medios de comunicación nacionales e internacionales pusieron atención en lo sucedido y fueron encontrando que aquello no fue ninguna confrontación, sino un burdo fusilamiento por parte de los militares.
La intervención de organizaciones derechohumanistas internacionales ha presionado al Gobierno mexicano para esclarecer el caso, al grado de reconocer que los militares extralimitaron su actuación y asesinaron a los jóvenes a sangre fría.
El Estado de México –gobernado por el propio Peña Nieto mientras el norte de las república sufría el baño de sangre– es hoy uno de los que padecen los más altos índices delictivos relacionados con el crimen organizado. Entonces, no era solo Calderón el del problema, es precisamente todo el sistema político nacional.
El tema Iguala es escalofriante. Todo apunta a que integrantes del crimen organizado y políticos de insospechados niveles, ya estaban hartos de los estudiantes “revoltosos” de la Escuela Normal Rural de Ayotzinapa y decidieron darles una lección fatal.
El 26 de septiembre que los estudiantes tomaron tres camiones del servicio público para desarrollar sus manifestaciones fueron interceptados por policías y supuestos civiles, balaceados, asesinados seis, varios heridos y secuestrados 43, de los cuales sus cuerpos calcinados han aparecido en distintas fosas clandestinas.
Ambos casos mantienen en estos momentos la atención nacional e internacional, con todo y que el Gobierno federal se apresuró a meter como distractor la detención de uno de los grandes capos del narcotráfico mexicano, Vicente Carrillo Fuentes.
––––––––––
Tlatlaya e Iguala nos dicen que nada ha cambiado en México. Igual que en su momento en Chihuahua, lamentablemente en la república la alternancia política sólo sirvió para fortalecer el ineficaz y deprimente sistema de partidos. Gustavo Madero perdería para su partido la Presidencia de la República, pero acaba de vender sus hoteles en 500 millones de pesos. Y va por el control del grupo parlamentario del PAN en la Cámara de Diputados.
La sociedad no ha ganado nada con la alternancia de los partidos en el gobierno. No sólo eso, la sociedad cada vez pierde más mientras los jerarcas partidistas se distribuyen el pastel del poder.
Ha concluído un amigo mironiano que los cárteles dirigidos en las calles por gente como “El Chapo” Guzmán, o “El Viceroy” Carrillo Fuentes no son más que extensiones de los auténticos cárteles dirigidos por los gobernantes. Es en los niveles más altos del poder público donde se concentra y se dirige el poder económico, el legítimo y el ilegítimo. De otra manera no se explica el caos.
Es por eso que bien pueden morir otras 12 mil personas en Juárez y no cae ni un regidor por su ineficaz manejo como servidor público. Caerán por cualquier otra cosa menos por su negligencia, su incapacidad, su irresponsabilidad, su corrupción.
Bien pueden morir otras 120 mil personas ejecutadas en el país durante el sexenio de Peña para acumular 240 mil con el régimen de Calderón, o más, y el poder político se mantendrá intacto como hasta ahora.
Los funcionarios federales panistas de ayer son los funcionarios priístas de hoy. ¿Cuánto hace que Medina Mora era procurador general de la República con Calderón, y cuánto que era embajador del Reino Unido? Apenas en el 2013. La crudeza de “Conejo de luna” –Bruno Bichir y Jesús Ochoa– guarda grandes similitudes con la realidad. Hoy el hombre es flamante embajador en Washington, en gobierno tricolor.
El Congreso de la Unión es manejado “diestramente” por los mismos personajes cuestionados de hace décadas. Emilio Gamboa era el jefe de la Cámara de Diputados hace dos años, hoy es el patrón en la de senadores; en el Senado el jefe era Manlio Fabio Beltrones, hoy es quien manda en la de Diputados. Ambos manejan a las grandes mayores legislativas en el PAN, PRD y la chiquillada.
Al gobernador de Guerrero, Ángel Aguirre Rivero, nomás le falta pasar por el PAN; hoy es perredista, pero su historial político está mayormente del lado priista. No asume responsabilidad alguna por la masacre de estudiantes. “No renunciaré”, ha establecido.
Enrique Peña Nieto dice que lo ocurrido en Iguala es un «hecho verdaderamente inhumano, prácticamente un acto de barbarie que no puede distinguir a México», y dice que girará instrucciones a su gabinete etc, etc., pero hasta ahí. ¿Dónde está la responsabilidad de todo su gabinete político y de seguridad? Ya debieran estar fuera de la Administración.
Iguala y Tlatlaya son réplicas de Salvárcar, de la ciudad de Chihuahua, de la sierra de Chihuahua, de San Fernando, Tamaulipas, (72 inmigrantes fueron masacrados ahí), de Durango, de Cadereyta, de Jalisco…
Algunos politólogos han advertido la “inminencia” de un “estallido” social en el país debido a que “la ciudadanía está cansada” de la violencia. Podrán darse manifestaciones como las del Politécnico o muy focalizadas en Guerrero por lo de Iguala, pero nunca debido a la pavorosa inseguridad registrada en todo el país. Los “líderes sociales” están muy ocupados en hacer el caldo gordo al sistema político como para dedicarle tiempo a un auténtico objetivo por la depuración del poder público. Una movilización sería impensable, como no tenga qué ser para jugar golf en algún club exclusivo, o aparecer en las primeras filas de los eventos… ¡políticos! Ahí sí.
Buen domingo. Buen provecho…