No son pocos los que desean cambios de fondo y estructurales en Palacio de Gobierno. Lo deseaban antes y después del cuarto informe del gobernador César Duarte Jáquez.
Los deseos eran, y son, expresados de manera objetiva por politólogos y funcionarios cercanos a Duarte. Hacen sus autocríticas “en corto”, “fuera de libreta”. Se refieren a la necesidad de ir a lo profundo en temas como la deuda pública, a la educación, a la salud, a la seguridad pública, a la política interior del estado, a la relación con su partido, el PRI, a la relación con la oposición, sobre todo el PAN…
Un cambio de esa naturaleza conllevaría un cambio en las formas, lógicamente; y en las formas, sugieren esas gentes cercanas al gobernador algunos ajustes en las actitudes y conductas del propio Duarte; pero especialmente, cambios en el gabinete y en los principales mandos operativos de toda la administración estatal.
El gobernador ha comentado forma y fondo, no sólo con los integrantes de su equipo de gobierno más cercano, sino con asesores de toda naturaleza que no todos están en la nómina estatal. Horas de café y bohemia; decenas de tarjetas informativas.
De esos intercambios desprendidos de tantas reflexiones es que han surgido filtraciones a los medios de comunicación, en relación con esos aspectos que se desmenuzan en los escenarios más secretos y que luego se divulgan según sea el interés de quienes participan en las encerronas, incluido el propio jefe de todos.
Cada dato que se publica en medios informativos, cada cambio que se “anuncia” en columnas periodísticas, cada trascendido que aparece en redes sociales, tiene ahí su origen; casi nada de lo publicado es mentira, pero todo tiene dosis enormes de manipulación.
Ahí tenemos, entonces, que un día sale Raymundo Romero de la Secretaría de Gobierno; o Mario Trevizo, del Jurídico; o Jaime Herrera, de Hacienda; o Jorge González, fiscal general; u Octavio Legarreta, de Desarrollo Rural (que ha salido infinidad de veces); o Fidel Pérez, de Trabajo y Previsión (carcajeado de la risa por la cantidad de veces que ha “salido”)…
Y también tenemos que de repente se enfila el gobernador por el tema del “gobierno abierto” y de repente se frena; o promete desglosar peso por peso de la deuda pública, y para atrás; o que pone primeras piedras para la construcción del Centro de Convenciones y la regeneración del Centro Histórico de Juárez, y nanay.
Pero sorprende con jugadas que nomás él conoce, como una reforma judicial, o una reestructuración educativa en determinados controles sindicales; o la construcción de nuevas instalaciones para una feria en la ciudad de Chihuahua, o la multimillonaria edificación de nuevas oficinas del Gobierno estatal en Juárez.
Sin embargo, específicamente los asuntos pendientes y todo el contenido del Plan Estatal de Desarrollo 2010–2016, presentado como plataforma electoral, son los temas que apuran a los opinadores duartistas y priistas “positivos” porque sean concretados mediante nuevas actitudes de firmeza, visión clara y rapidez, conscientes de que son las últimos suspiros del sexenio.
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Quienes expresan esos deseos de cambio son muy distintos a los que quieren los cambios, o que inclusive a su manera impulsan cambios. Estos se cuecen aparte del duartismo, pero han formado, y forman parte, del poder estatal, desde fuera o desde dentro de Palacio. Son priistas o filopriistas
Para la generalidad de ellos el sexenio no ha sido el esperado. Si bien conocen aquella máxima tricolor: “el que en la otra pieza bailó en esta se sienta” nunca esperaron sufrir un embate directo y público desde su propio terreno partidario. Hasta el más mesurado de ellos respecto del duartismo y aun con su propia historia de luchas fratricidas, el senador Patricio Martínez, ha dicho lacónico y escéptico ante un grupo de amigos: “ya lo perdimos”. Se refería al señor gobernador.
Algunas de las principales guerras que ha librado Palacio de Gobierno en los últimos meses han sido con las propias huestes tricolores. En ese “fuego amigo” no se ha sabido con certeza quién escupió primero, o quién tiró la primera piedra, o de quién fue la provocación inicial. El caso es que sorpresivamente los chihuahuenses fuimos espectadores VIP de una riña campal entre dos fuerzas fajadoras, la encabezada por César Duarte en persona (con algo de ayudita de su Secretario de Hacienda) y la liderada por el ex-gobernador también priista, José Reyes Baeza, con algo de asistencias desde Palacio Nacional… o Los Pinos… o Bucareli.
Reyes es amigo, compadre y padrino político de Marco Quezada. Pero en relación con Duarte son razones distintas las del embroncamiento aunque en el fondo persista la competencia por la sucesión. Duarte agarró a Reyes por la deuda pública y en público lo zarandeó. A Marco no lo ha soltado del cuello con la tragedia del Aeroshow, y su última cuenta pública en la administración municipal 2010–2013 que encabezó. Los tres equipos gruñen y pueden echarse encima de nuevo en cualquier instante.
En las mismas aparece quien ha demostrado que las puede aunque sea contra un gobernador: la senadora Lilia Merodio (contra Palacio obtuvo el escaño). Si bien no ha tronado públicamente contra Duarte es indiscutible que las diferencias son irreconciliables, sobre todo cuando el alcalde chihuahuita, Javier Garfio, culpó al mandatario estatal de despedir a una empleada a su cargo por participar en un evento encabezado por la senadora.
Así hay muchos en el PRI. Muchísimo espacio nos llevaría relatar también las reveladoras historias de quienes empezaron en el sexenio y fueron separados antes. Son enciclopedias de testimonios, o en contra, o “nomás lo que es”.
Algunos ejemplos en primer nivel pero hay decenas más hacia abajo: los dos primeros secretarios de Hacienda: José Luis García Mayagoitia y Christián Rodallegas; el de Salud y toda su estructura, Sergio Piña; el hermano ex fiscal, Carlos Salas; el ex vocero, Juan Ramón Gutiérrez; la maltratada ex secretaria general, hoy senadora, Graciela Ortiz… El más profundo conocedor del ViveBús en Chihuahua, su operador principal durante años, Jaime Enríquez.
En una pista distinta transita el ex alcalde “Teto” Murguía. Es innegable que tiene una fuerza y presencia estatal y que busca suceder a Duarte, pero si bien el gobernador ha sido harto cuidadoso en su manejo con el juarense (cantan a dúo, se ríen a carcajadas juntos y charrean como si fueran hermanitos de sangre) muchos saben cómo dejó fuera de la competencia por la gubernatura en el 2010 el actual mandatario al también ex senador. Esa es una, la otra tampoco es noticia: a Duarte se le nota a leguas que su proyecto en la sucesión ciertamente es juarense, pero no Murguía.
Los actores priistas en ese escenario, pues, consideran indispensable el ajuste en el Gobierno estatal, aunque para su propio provecho. No quieren a una administración débil, porque la factura la pueden pagar ellos mismos. Pero también son sinceros y no desean que siga avanzando el proyecto político de quién los sacó de la carretera.
Ninguno de ellos ha salido a colocarse del lado de quienes han denunciado verbal y formalmente que hay corrupción “como en ningún otro gobierno” porque saben que es darse un balazo en el pie. Nada bueno tuvieron con 12 años de gobierno panista en la Presidencia de la República y nada conseguirían con un relevo partidario en el estado. La guerra por tanto es intensa, pero interna.
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La conducta del gobernador Duarte no deja dudas: poco le importan los opositores internos aunque realmente sean fuertes desde el punto de vista mironiano. Reyes es fuerte, también lo es Lilia, también Patricio o Teto. Marco ya demostró que desde el Congreso puede colocar algunos ganchos dolorosos al hígado.
Duarte no se preocupa por ninguno. Repetimos: a todos les ha enviado mensajes directos o indirectos; a todos los ha enfrentado sutil o abiertamente. Con alguno es algo cuidadoso pero con el resto cero.
Al gobernador le preocupan dos cosas, y son las que lo sacan de quicio si no cuajan como lo busca: mantener en todo lo alto su relación con la Presidencia de la República, particularmente con Peña Nieto, y la opinión ciudadana.
No hay mucho qué decir sobre el primer aspecto. Este escribidor considera que la etapa de su relación más sólida con Los Pinos no es la actual, no por falta de operación suya, sino porque poco a poco las circunstancias de nivel federal le alejan del presidente.
En las llamadas reformas estructurales de Peña Nieto y su “pacto por México” no hubo necesidad de Chihuahua; ni tampoco la hay ahora que el presidente debe resolver asuntos harto delicados para la gobernabilidad del país como Tlatlaya y Ayotzinapa. Lo hemos dicho, si cayó Aguirre del Gobierno de Guerrero, no es remoto que le toque más de un coletazo al presidente porque ninguno de los dos asuntos está finiquitado. A estas alturas se debió dar ya el relevo también del gobernador del Estado de México, Eruviel Ávila; y de los titulares de la Sedena y la PGR.
Pero no nos desviemos del tema. Así está Duarte en relación con su “mayor fortaleza política”, como es considerada su relación con Peña, pero… ¿y la opinión ciudadana… la opinión de los gobernados?
Ese es un rompecabezas que Duarte no ha podido solucionar. Hay mucha molestia en Palacio porque nomás sueltan un poquitín la libertad de expresión y la avalancha de críticas no se deja esperar.
El 21 de octubre, el gobernador puso en su face, con la cuenta César Duarte Jáquez, el siguiente texto:
“Más inversión significa más empleo y más desarrollo para nuestro estado. La empresa Halla Visteon Climate Control, ya anunció la expansión de sus operaciones, lo que generará 300 empleos directos. Me encuentro en gira de trabajo por EUA y Canadá, donde sostendré reuniones con más corporativos para incrementar la inversión en Chihuahua”. Andaba en Michigan.
“Tarahumara Yque”, un usuario de esa red social, cuestionó: “Pues creo q solo personas selectas por el gobernador pueden comentar en sus posts, o alguien puede ver este”.
Y “Carlos Ivan Arreola”, le agregó…” Y ese viaje salió de su bolsillo? O es del herario (sic) público? Puro dinero desperdiciado”.
Hay viruela de críticas por toda las redes apenas se deja abierta la llave unos momentos. La imagen del gobernador es golpeada persistentemente en un efecto dominó que impresiona.
Es fuego amigo, indiscutiblemente, pero no todo; es evidente que Duarte ya tiene muchos tiradores en contra y pocos defensores de su trinchera. Las cosas no han salido como ha querido en la percepción ciudadana general. Han sido más los datos negativos que los positivos a los ojos, y oídos, de la población.
Con ello se explica por qué Palacio armó toda una complicada estrategia para evitar una rechifla más “el día del grito” que funcionó por unas horas pero que luego se fue la borda cuando se reveló cómo le hicieron y hasta quiénes fallaron en el manejo de las luces, el sonido, las entradas y salidas al balcón, etc.
El gobernador, entonces, sigue buscando el santo grial que le regrese su imagen de ranchero bonachón, dicharachero, popular y efectivo, que tuvo en sus momentos de campaña electoral… pero, ¿esa búsqueda la quiere gratuitamente, o dejando de ser el gobernante que ha sido hasta hoy, o regresando a la historia preelectoral y electoral?
Quizá en ese dilema esté metido. Quizá por eso haya retrasado los cambios que los suyos desean, los opositores empujan y a la sociedad mantienen en expectativa. Es indiscutible que en ese contexto juega un papel preponderante la agenda electoral. Duarte ha dado señales inequívocas de buscar romper con la maldición gitana de que gobernador no deja gobernador. El quiere instalar heredero. Como quiso Baeza, como quiso Barrio, como quiso Patricio, como quiso Reyes…
Pero de nuevo el cuestionamiento, ¿¿¿cómo recuperar la imagen ante la sociedad para recuperar la autoridad y la capacidad de decidir??? El reloj sigue en su cuenta regresiva.