El viento podría no hacerle nada a Juárez, pero sí a los habitantes que están padeciendo ráfagas de más de 85 kilómetros por hora.
El experto en comportamiento psicológico Carlos Ochoa Quiroz, se apoyó en un estudio de la Universidad de Yale para afirmar que los fuertes vientos contribuyen a alterar notablemente la fisiología y por ende la psicología de las personas.
Por eso no es de extrañar ver numerosos accidentes viales acompañados de altercados violentos o riñas callejeras en estas condiciones climáticas, afirma el también psicólogo forense.
“Cuando el aire está completamente quieto y fresco, podemos disfrutar de noches brillantes iluminadas por estrellas y el respiro de la combustión maníaca; pero cuando las calmas son cálidas o se prolongan mucho más allá del amanecer, se vuelven incómodas e inquietantes. Tienden, hemos aprendido, a preceder a la tormenta” contrasta el experto.
Así que el viento, cuando llega, suele ser bienvenido. Pero no siempre y no para todos, sobre todo cuando su fuerza es superior a los 50 kilómetros por hora y para colmo corre desde el Este.
“Hay un viejo proverbio inglés que dice: ‘Cuando el viento es del este, no es bueno ni para el hombre ni para la bestia’; Voltaire, exiliado en Londres, escribió que este viento del este, es el responsable de numerosos casos de suicidio… Negra melancolía se extiende por toda la nación. Incluso los animales la padecen y tienen un aire abatido. Los hombres que son lo suficientemente fuertes para conservar su salud en este viento maldito al menos pierden su buen humor. Todo el mundo tiene una expresión sombría y se inclina a tomar decisiones desesperadas. Fue literalmente en un viento del este que Charles I fue decapitado y James II depuesto”, refirió.
Destaca que Hipócrates estaba convencido de que los vientos del oeste eran peores y que las personas expuestas a ellos se volvían pálidas y enfermizas con órganos digestivos que estaban frecuentemente trastornados por la flema que les baja desde la cabeza.
Theophrastus notó que era en los vientos del sur que “los hombres se encuentran más cansados e incapaces” debido a la dilución del lubricante en sus articulaciones. Mientras que Spenser describió el viento del norte como “amargo, negro y rabioso”, Shakespeare lo calificó de “colérico y tiránico” y lo responsabilizó de “la gota, el mal que cae, la picazón y la fiebre”.
“La dirección, al parecer, no es importante, pero existe un acuerdo general entre Byron, Colón, Dante, Darwin, Humboldt, Lutero, Miguel Ángel, Milton, Mozart, Napoleón, Nietzsche, Rousseau, Schiller y Wagner en que el viento marca la diferencia, ya que transforma el cuerpo y la mente. Goethe pensó que era una lástima que solo las personalidades excelentes sufrieran más, pero los vientos no son nada democráticos”, detalló.
Aproximadamente el 30 por ciento de todas las personas en todas partes son sensibles de alguna manera a su tacto.
Malos vientos
Hay algo en el viento, aparte de su influencia refrescante, que afecta directamente a nuestro bienestar.
Un estudio de rendimiento en pruebas de aptitud física a una variedad de temperaturas encontró un pico de eficiencia con viento que sopla a 25 kilómetros por hora (fuerza 4), con una caída de energía tanto a velocidades de viento más bajas como más altas.
La observación del comportamiento de los niños en el patio de recreo de una escuela estadounidense reveló que el número promedio de peleas por día se duplicaba cuando la velocidad del viento cruzaba el umbral biológico por encima de la fuerza 6.
Hay algo en el viento, aparte de su influencia refrescante, que afecta directamente a nuestro bienestar.
“Como especie, parece que tenemos una gran conciencia y una tolerancia al viento sorprendentemente baja”, dijo.
Por supuesto, existen diferencias individuales, algunas de las cuales aparentemente están relacionadas con el sexo.
La mayoría de las mujeres, con mucha sensatez, buscan refugio del viento. Pero hay algo acerca de un vendaval que se aproxima que pone a los hombres muy inquietos. Casi como si la visión de una nube veloz o el sonido del aire corriendo entre los árboles fueran estímulos que desencadenaran una respuesta profundamente arraigada. Un pescador de la costa dálmata de Yugoslavia describió el hukovi, el grito estridente que advierte de un bora que se acerca, como “un sonido desesperado que hace temblar el corazón de un hombre”.
No hay duda de que los días con mucho viento alguna vez fueron peligrosos, destruyendo refugios, dispersando olores de advertencia y enmascarando el sonido de un depredador que se acercaba. Y bien puede ser que, incluso en nuestros microclimas modernos, los hombres en particular todavía se sientan excitados y perturbados por las viejas señales.
La fisiología parece involucrar la clásica reacción de alarma de una mayor producción de adrenalina. El metabolismo se acelera, los vasos sanguíneos del corazón y de los músculos se dilatan, los vasos de la piel se contraen, las pupilas se ensanchan y los pelos muestran una inquietante tendencia a erizarse, produciendo picores de aprensión. Esta es una buena y útil respuesta a una emergencia, un buen preludio a la acción inmediata; pero cuando es provocada por una alarma que sigue sonando, por un viento que sopla durante horas o incluso días, ejerce una gran presión sobre el sistema.
De manera que si usted no tiene una necesidad apremiante de salir de casa y enfrentar al viento, no salga, porque una ráfagas le puede hacer algo más que a Juárez.


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