Camuflada entre puestos de verduras, artículos de primera necesidad y chácharas, pese a tener un par de años cerrada y funcionar como bodegas, la cantina Cruz Blanca aún conserva entre sus paredes los ecos de las risas, los brindis y las interminables canciones populares que ahí concluyeron por casi 100 años.
“Dicen que mi general Villa no tomaba, pero también cuentan que varias veces vino por aquí para sacar a sus muchachos que ya andaban hasta atrás”, recordó Miguel Ángel Silerio Mendoza, actual propietario del lugar.
La cantina Cruz Blanca ya no tiene el anuncio afuera del establecimiento localizado en el numeral 216 de la calle Ramón Ortiz; en su interior sólo hay ecos de una vida bohemia.
Una barra cada vez más deteriorada y los murales que fueron pintados por uno de los clientes asiduos al bar, es lo único que permanece de los años en los que las bebidas circulaban mientras la música acompañaba a los bebedores.
Atrás quedaron los años de gloria en los que gran parte de los funcionarios municipales -se dice que incluso algunos presidentes-, acudían a refrescarse allá por la mitad del siglo pasado.
Mucho más lejanos están los días cuando, según recuerda Silerio, llegó a escuchar las historias de los revolucionarios que acudían a ese sitio a emborracharse.
Miguel llegó junto a su madre María de los Ángeles Silerio Mendoza y dos hermanos a finales de la década de los 1940, después de que abandonó a su esposo marchándose del pueblo La Escondida, Durango para no volver nunca más.
Al llegar a Juárez trabajó limpiando casas y en un restaurante llamado “La Frontera”, donde conoció a Agustín Flores Muela, propietario del Cruz Blanca, con quien se casó y vivió hasta que éste falleció a principios de los sesentas.
Miguel Ángel recuerda que durante su infancia y adolescencia vivió en la casa que se encontraba al fondo de la cantina y diariamente para ir a la escuela, tenía que cruzar junto con sus hermanos por el establecimiento.
Silerio Mendoza recuerda que después de la mitad del siglo XX y hasta la década de los noventa a ese lugar acudían principalmente juarenses que trabajaban en El Paso, en lugares como el campo, labores domésticas y oficios menores.
“Habían cantinas donde se metía el americano de color, ellos venían a las que estaban por la Mariscal y la Otumba, los blancos se metían a la Juárez, pero ninguno de ellos llegaba a esta zona del Centro”, dijo.
Con el tiempo ese establecimiento, al igual que varios de las inmediaciones, dejó de recibir esa clientela, quedándose solamente personas de bajos recursos en el sector, comenzando así la decadencia.
El golpe mortal para la economía de esos negocios llegó en mayo de 2012 cuando tras la inspección de cerca de 300 bares en la zona, 55 de ellos, incluido el Cruz Blanca, fueron clausurados por el gobierno.
Los operativos realizados tenían como prioridad cerrar los sitios donde se presumía que se practicaba la trata de personas, pero también, a otros que incumplían con algunas normas como la entrada de menores, salidas de emergencia, operar fuera de horario, aforo, entre otras faltas.
“Este lugar lo clausuraron porque encontraron a tres personas muy tomadas, ésa fue la razón por la que nos lo cerraron”, dijo.
Para Silerio,de 80 años de edad, esa medida lejos de inhibir las actividades ilícitas, sólo provocó afectaciones a la zona, ya que negocios familiares como el que él administraba, permitieron también dar educación y sustento a sus descendientes y al ser cerrados se cortó abruptamente un ciclo.
“Aquí para las temporadas navideñas venía la misma familia y algunos de los clientes y ayudaban a decorar el lugar, era bien extraño y divertido ver cómo todos cooperaban para que este lugar luciera con ese espíritu”, comentó.
En la actualidad, la cantina se mantiene en pie y aunque en su última etapa fue reparado su techo, el edificio muestra en sus paredes y en la barra los daños de abandono, allí donde transitó la bohemia, ya nadie le visita más.
Sus murales, pintados por un cliente, un hombre alcohólico del que Silerio no recuerda el nombre, pero dice que aceptó decorar el lugar, son rótulos populares dibujados de forma rudimentaria de paisajes naturales lo que le daba un toque pintoresco a la ambientación.
Sin embargo, reactivar la cantina requeriría de un gran esfuerzo tanto económico como material, empero, Miguel Ángel no pierde la esperanza de que la reapertura del sitio pueda darse.
En este sentido dijo que algunas pláticas con las autoridades para reactivar, tanto éste como otros lugares, pero parte de los requisitos sería pagar lo que se ha acumulado por impuestos y los adeudos que se tengan en otros rubros.
“Esta cantina es como una tradición para mis hijos y los hijos de mis hermanos porque de alguna manera nos dio para estudiar, para vivir, si no nos dio todo, nos dio las bases para iniciarnos en otros negocios, yo quiero abrir no para trabajar, sino para recuperarlo por lo que representa”, puntualizó.