Agnus Dei, qui tollis peccata mundi, dona nobis pacem..., la receta del Concilio de Trento, al prometer la "transubstanciación" del cuerpo de Dios en la ostia y el vino de la comunión, algo que ya figuraba desde el siglo IV, puesto que Cirilo de Jerusalén lo había redactado en el Catecismo a los catecúmenos